Llegamos de vacaciones con la correspondiente depresión postvacacional. Comenzamos a regañadientes con las rutinas preparatorias de trabajo, guardería y colegio. El peque de la familia todavía tiene unos días festivos antes de empezar el cole y como nosotros trabajamos, tiene que ir al campamento de verano. El enano que tiene un carácter maravilloso llega al campamento emocionado de volver a jugar con los amigos, hasta que la profe de la entrada nos suelta de golpe:

Pero bueno ¡qué gordo se ha puesto el niño!, ¿qué habéis hecho con Hermenegildo?

Me quedo bastante descolocada. Miro al peque rezando para que no haya oído semejante salida de tiesto (creo que no se ha dado ni cuenta porque ya está jugando por ahí) y sigo sin saber muy bien que decir: “ya sabes, el verano, la calma, los abuelos, los helados…”

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Y salgo de ahí cabreada, muy cabreada, con el mundo, con la sociedad y conmigo misma por no haber sabido contestar algo medio digno. Y sí, no voy a negarlo, mi Hermenegildo ha echado un poquito de tripilla este verano, pero no está gordo y menos para soltarlo así, como si fuera lo peor del mundo y nosotros hayamos sido los padres más horribles de la faz de la tierra. Y sí, el verano está para disfrutarlo, hemos descansado, hemos respirado, hemos dormido mogollón y mi Hermenegildo, pues también. El enano ha salido a mí, la calma nos engorda… Pero aun así, ¿qué pasa? ¿En serio es tan horrible que engorde? Si tiene cuatro años ¡¡cuatro años!!

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En fin, no me preocupa en absoluto que engorde. Porque es un niño, repito, un niño sano de cuatro años, que tendrá épocas más redonditas y épocas de más estirón. Porque tiene toda la vida para crecer, para correr, para disfrutar y para ser feliz. Lo que más me  preocupa es esta mierda de sociedad que solamente se preocupa por el peso. ¿Por qué tenemos que lanzar estos mensajes? Si los niños escuchan estos comentarios despectivos ¿cómo vamos a evitar el bullying entre ellos?

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Sigo de cerca la alimentación de mi familia (a esto le dedicaré otro post), me esfuerzo porque sea equilibrada y sana. Pero al igual que me preocupo por su bienestar físico, estoy especialmente sensibilizada por su bienestar emocional. ¿Por qué la gente se toma la libertad de juzgar un peso sin valorar las consecuencias que eso puede tener a nivel psicológico? Me fastidia mucho que estemos trasmitiendo a niños tan pequeños una obsesión insana por el físico. Dejémosles vivir como niños que son: sanos, felices y sobre todo respetuosos.