Es la pregunta  que te has hecho muchas veces, ¿Por qué yo no? Es la pregunta que ha ido tomando forma con el paso de los años; desde tu adolescencia. «A Pablo le gusta Rocío -(Risas)- Tiaaa que me ha dicho que le gustas, que te va a pedir salir….» Y Rocío salía con Pablo. Y Mercedes con Antonio, y Juan con María…Era el comienzo, pero ahí tú eras una más. Todavía te sentías una más. Te gustaba Luís y en cualquier momento sucedería. En cualquier momento te pedirían salir. A ti también. Pero no. No sucedía. No sucedió.

 Y pasó el tiempo. Tú asistías como espectadora VIP al desfile de novios, rollos, chicos, idas y venidas de tus amigas. Sus épocas locas, sus ‘relaciones serias’, sus solterías, sus historias… mientras pensabas: «El día que me pase a mí será de verdad. Seguro. Va a ser súper auténtico» Eras naive.

Aquella fiesta de fin de año fue la primera dónde volviste a casa con el estómago encogido y un nudo en la garganta. El alcohol de garrafa sólo hizo que las lágrimas brotaran y resbalasen más fácil  en ese preciso momento que miraste a tu alrededor y eras la única que quedaba sola. Rodeada de gente y sola. Fue la primera de muchas.

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Los veinte fueron jodidos, una puñetera montaña rusa sin frenos y con muchas caídas libres. Esa sensación de «¿por qué yo no?» «soy diferente» te acompañaba desde hacía tiempo. ¿Cuándo yo? ¿Por qué yo no? ¿Qué (me?) pasa? ¿Qué tengo? No lo entendías. Y pasaba el tiempo, y las comparaciones son odiosas; “yo soy más…” “yo no soy tan…” “pues yo soy menos… ¿por qué yo no?” Casi tan odiosas como los estados de ánimos, casi tan jodidas cómo las emociones que te recorren… Rabia, despecho, tristeza, dolor, pena, desesperación, confusión, resignación… en orden aleatorio, pero excesivamente cíclicas y haciéndote sentir más invisible, más distinta cada vez porque pasa el tiempo y nada cambia. ¿Por qué yo no?

 Te enfadas con el mundo. “¿Por qué ellas si y yo no? No es justo. Yo también tengo derecho.” Te sientes sola, echas en falta algo que ni siquiera sabes qué es, pero que sabes que te falta: quieres sentirte querida. No entiendes qué pasa. Te apena, te sientes distinta. Y asumes que tú no gustas. Que eres ‘LA’ distinta, a la que no van a querer, al menos no de esa manera. Y te duele. Y te apena. Mucho.

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Los treinta son amargos, tu cinismo crece en la misma proporción que crece el número de bodas, bebés y gays en tu entorno. Porque tus amig@s de toda la vida están teniendo bebés, formando familias mientras tú observas igual que siempre. Y  lo has intentado de mil y una maneras: online dating -no comments- socializar, actividades… Simplemente no pasa. Simple y llanamente nada cambia, todo sigue igual. ¿Por qué yo no?  Sientes náuseas y rabia a partes iguales cuando alguien te dice por enésima vez en tu vida aquello de ‘Tranquila todo llega’ o ‘Es cuestión de actitud’… básicamente porque sabes son frases manidas y mentira en su mayor parte. No, puede que no llegue. Y no, puede que no te hagan ni puto caso así seas la alegría de la huerta. Nadie dijo que la vida fuera mínimamente justa, ni que el universo te deba nada y mucho menos que se vaya a alinear para ti porque te merezcas algo. El karma cósmico justiciero es el invento de algún listo para vender libros de autoayuda, es así de jodido y así de simple.

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Pero si algo bueno traen los treinta, aparte de vivir sola, es cierta madurez y un descenso de la dosis de drama que te permites en tu vida. Empiezas a mirar la realidad de forma distinta, y te das cuenta que no hay culpables, que para conseguir cualquier cosa en esta vida hay que dejarse la piel aunque eso no te garantice que lo vas a conseguir. Sólo hay una apuesta con resultado seguro: No intentarlo. Momentos en los que te importa menos, momentos que te duele más. Pero has aprendido que incluso en esos momentos cuando te sientes invisible, estancada y te vuelves a preguntar ¿por qué yo no? la mejor opción  que tienes es respirar hondo y seguir avanzando, seguir intentándolo poniendo todo lo posible de tu parte. A veces con una sonrisa, a veces sin ella, pero seguir. Porque si algo has aprendido es que puede que hayas perdido una o mil batallas, pero esta guerra eres tú, y sólo tú, quien decide cuándo termina.