Prepárate.

Cuando decidas viajar a tu interior (a todo ese Universo contenido bajo tu piel) o la vida te conduzca allí porque lo exterior (todo ese Universo fuera de tu piel) se te ha quedado pequeño, prepárate.

Es seguro que tus manos y tus pies acabarán hechos pedazos cuando escales por tus cumbres más abruptas. Sentirás tu garganta agrietándose bajo una sed atroz cuando cruces tus desiertos más inhóspitos. Tu cuerpo se congelará atravesando heladas ventiscas en tus páramos más recónditos. Tus sentidos se nublarán y quedarás ciego, sordo, mudo, insensible; perderás la noción del tiempo, el espacio y de ti mismo dentro de ti mismo.

Te ahogarás con tu propio llanto y con los gritos que almacenas en ese agujero negro en tus entrañas, hasta que un día abras la boca y los sientas bullendo por salir.

Y los sentirás, créeme.

Te abrasaran y rasgarán tu cuerpo mientras se agolpan atropelladamente luchando para salir primero.

Tu cuerpo y tu mente serán el campo de batalla.

Y tendrás que recorrerlo.

Tardarás el tiempo que necesites. Unas veces correrás, otras te derrumbarás sobre el suelo, agotado y desesperado.

Pero no te irás, porque cada horizonte te traerá paisajes completamente diferentes.

Y asistirás asombrado al espectáculo de su revelación.

Abrumado y sorprendido por su complejidad, por sus mínimos y maravillosos detalles: la sutil iridiscencia de las hojas verdes, la refrescante delicadeza de la brisa, el clamoroso bramido en cada tormenta, el frío hiriente del hielo…

Querrás abrazar la inmensidad dentro de tu cuerpo.

Y llorarás.

Llorarás por no haberlo querido ver. Por haber dado la espalda a ese horizonte interior durante todo este tiempo. Por haberte detenido a contemplar otros paisajes, fugazmente deslumbrado por unos fuegos fatuos que nunca serán llamas.

Y reirás.

Reirás porque comprenderás, finalmente, que cada pequeño detalle de cada paisaje del mundo exterior que se revele ante tus ojos resonará con cada pequeño detalle de cada paisaje de tu propio y maravilloso mundo interior.

Y entonces sonreirás.

Por: Eider Gómez.