Mucho se habla de lo maravillosas que son las madres, de que al final siempre terminan teniendo razón, de que son tus mejores amigas desde el principio hasta el final, y de que, al fin y al cabo, madre no hay más que una y debemos cuidarla a tope. Yo siempre lo veía en Internet, en mi círculo de conocidos y en los anuncios de los centros comerciales: las madres son lo mejorcito que hay y al final nos arrepentiremos de todas las veces que les gritamos y no supimos quererlas como sólo ellas se merecían. Sin embargo, yo nunca llegaba a sentirme identificada del todo con esas afirmaciones tan bonitas y mágicas.

No me malinterpretéis: claro que quiero a mi madre y la considero mi amiga, por supuesto. Pero nunca la he visto tan perfecta como todo el mundo quiere hacerme creer, ni tan maravillosa, ni tan especial. De hecho, he pensado esto tantas veces hasta llegar al punto de sentirme un verdadero monstruo: ¿Es que acaso no tengo corazón? ¿Cómo puedo pensar que mi madre no es maravillosa y perfecta? ¿Cómo puedo querer a veces que fuera de otra forma? ¿Cómo pueden haber días en los que no quiero ni hablar con ella o si quiera verla? Monstruo, más que monstruo.

Entonces llego el mágico día en que, en los maravillosos mundos de Internet, leí la palabra «tóxica» al lado de «madre» y, de repente, todo empezó a tener sentido. Si hay personas tóxicas (muchas, además) en el mundo, ¿por qué no podía mi madre ser una de ellas?

Y la respuesta es un rotundo . Mi madre no solo puede ser una persona tóxica sino que, además, lo es. Mi madre es tóxica.

Mi madre es muy insegura, tiene muchísimos miedos y cero autoestima. Tanto es así que pretende crear en mí todos esos miedos e inseguridades: cuando estoy a punto de empezar un nuevo proyecto en el que pongo toda mi ilusión, en vez de darme ánimos y apoyarme me dice que todo va a salir mal, que si estoy segura de que de verdad me merece la pena perder mi tiempo en eso y que mejor sería ni intentarlo. Cuando vamos juntas de compras y no hay talla suficiente para mí, en vez de llevarme a otra tienda me recuerda lo gorda y horrible que estoy y, por supuesto, que nadie jamás me querrá así.

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Mi madre necesita tenerlo todo controlado, a mí incluída. Por eso, no me deja ponerme la ropa que me gusta, no me deja salir con la gente que quiero y, a mis veintitantos años, sigo teniendo toque de queda. Cuando hago algo, necesita que le cuente con pelos y señales todo lo que ha pasado y quiere saber qué estoy haciendo en todo momento. En general, controla mi vida como si fuera suya, hasta tal punto que, muchas veces, me veo en la necesidad de mentirle para poder vivir tranquila y a mi manera.

Muchos pensaréis que estas cosas las hace porque me quiere, por el típico «es que lo hace por tu bien». Pero, si me veo obligada a mentir, a inventarme excusas o a ocultarle cosas a mi propia madre, ¿es de verdad un amor sano? Yo diría que no.

Antes me avergonzaba la simple idea de pensar en mi madre como alguien tóxico pero, al final, he aprendido que no es algo tan extraño y que no hay nada de malo en pensar de esta manera, sobre todo si es algo que puedes ver en tu día a día. ¿La solución? No estoy muy segura. Tal vez echarle cara y valentía para ser capaz de pararle los pies, tal vez sea hablar con ella y decirle que no está bien que se comporte de esa manera. De momento, me conformo con haber sido capaz de abrir los ojos y dejar de idealizar a una madre por el mero hecho de ser madre.

(Obviamente, esta es sólo mi inexperta opinión, pero si quieres leer más y de forma más profesional sobre este tema, aquí tienes el artículo que me abrió los ojos)

Anónimo