Me encanta ser madre y despertar cada mañana con unos brazos diminutos que intentan abrazarme; pero también añoro el remoloneo junto a mi pareja y esos juegos en la intimidad desde bien temprano.

Adoro hacer planes infantiles: pasear por el parque, una tarde jugando con plastilina, disfrazarnos con lo primero que encontremos en casa e inventarnos mil historias… Y también echo de menos esas horas eternas de cañas, salir a tomar una copa sin importar cómo estaré mañana.

Me enamoré del sonido de su risa desde el minuto cero, no puedo vivir sin escucharla cada día, aunque sea al otro lado de una puerta o simplemente no me la esté regalando a mi. Pero algunos días también busco el silencio, ese con el que poder concentrarme y pensar, ese que me ha acompañado en tantas ocasiones de mi vida.

No puedo visitar una tienda de ropa para niños sin caer en las garras de algún mini-conjunto precioso. Me vuelve loca todo lo que tenga que ver con nuevos atuendos para mi bebé, me he dado cuenta de que no tengo límite. Pero en un instante freno y soy consciente de que ya no me preocupo como antes de mi aspecto, ese dinero que destinaba a trapitos, cremas o tratamientos ya no existe, y lo echo en falta ¡de qué manera!

Viajar mirando por el retrovisor para ver esa cara sonriente que todavía tiene tanto mundo por conocer. Llegar a un destino familiar, donde los niños tienen un protagonismo importante y todo gira en torno a sus gustos: piscinas, animación, atracciones… Y disfrutarlo como una más, porque su felicidad es ahora la de toda la familia. Pero necesito aun así un destino en pareja, conocer una nueva ciudad, realizar actividades de aventura o simplemente visitar un museo sin prisas, sentándome en silencio para contemplar arte.

Me he convertido en un as de la cocina. De un tiempo a esta parte soy capaz de elaborar un menú sano y completo con cualquier ingrediente que me pongas en la mano. Teniendo en cuenta frutas, vegetales o proteínas, la nutrición ahora no me es indiferente. Pero echo tanto de menos aquellos días en los que no me apetecía cocinar… pedir una pizza o hacer un simple bocadillo y arreando, días en los que la alimentación de un bebé no estaba en mis manos.

Y me he acostumbrado tanto a dormir en una esquina de la cama, verla descansando a mi lado y poder intuir en el otro lado al que antes me abrazaba para descansar. Me encanta sentir esa tranquilidad de estar los tres juntos en la habitación, arropados y listos para una noche más. Aunque añoro tanto la oscuridad en pareja… Regresar a ese momento de intimidad único, donde solo los dos compartíamos sábanas y recuerdos.

Soy madre, y como tal vivo por y para la felicidad de mis hijos; pero también soy mujer y, por difícil que parezca, no debo olvidar todo aquello que solo a mí me hace feliz. Son las contradicciones de mi vida. Es el saber adaptarme a que nada volverá a ser como antes, aunque lo bueno, eso debería perdurar para siempre.