Es interesante cómo decidimos construir nuestra identidad en relación a la distorsión de nuestros recuerdos, hay ciertas cosas que a veces decidimos olvidar con tal de poder seguir adelante. Hace 3 años necesité olvidar, porque simplemente entré en colapso, pero a día de hoy considero necesario desempolvar este recuerdo porque puede que alguna de vosotras os identifiquéis con mi historia y, en ese caso, este relato puede que os ayude a salir del agujero en el que os encontráis.

Empezaré por el principio. Desde que nací comer ha sido para mí una fuente de placer. Mis abuelos, quienes me criaron durante la primera parte de mi infancia, debido a la actividad frenética de mis padres, habían trabajado desde siempre en la hostelería y sencillamente cocinaban como los ángeles. Entonces era una niña vivaracha, abierta, graciosa, con desparpajo y físicamente era normal. A medida que fui creciendo y adentrándome en la pubertad y, finalmente la adolescencia, engordé bastante debido a los cambios hormonales pero también a un apetito insaciable que me hacía arramblar con todo. Por ese entonces no lo sabía, pero era comedora emocional y compulsiva. Lo que peor llevaba era el trato que recibía por parte de algunos de mis compañeros de instituto, que me llamaban “foca”, “gorda asquerosa” y todo un seguido de etcéteras que no necesito enumerar. Pero siempre tuve a mi lado al amor de mi vida, mi amiga del alma, a la que también insultaban por otras razones. El mundo exterior me hacía sentir insegura, sólo con ella podía ser yo misma, abrir mi corazón.

Creo que mi adolescencia como “gordita” hizo mella en mi autoestima y consideración de mis capacidades, me convirtió en una persona introspectiva y temerosa hacia el mundo. Entonces hice una primera dieta durante la ESO con buenos resultados que me hicieron sentir más mujer y más bella, pero no duro más que unos meses porque cuando volví a mi impulso natural a comer de más engordé unos cuantos quilos, aunque había madurado y mis relaciones sociales mejoraron sustancialmente. Se puede decir que era muy feliz, pese a que el tema del peso siempre estaba presente de alguna manera. Durante bachillerato comía mucho y me proponía hacer dietas pero nunca lo conseguía. Al menos disfrutaba bastante de la comida y si bien me pegaba algún que otro atracón no me sentía tan culpable como hoy en día.

Sería en la época de universidad cuando llegaría la peor parte de esta historia, el colapso. El primer curso lo empecé con buen pie: tuve amigos, fiestas, sexo, amor y alimentariamente me cuidé e hice ejercicio, me sentía muy bien físicamente. Aquella fue la “edad dorada”, pero a partir de ahí empezaría la corrupción. Me obsesioné con un chico y deduje que lo mejor sería ajustarme al estándar de belleza que nos impone la sociedad patriarcal y adelgazar. Entonces decidí hacer la dieta Dukan, porque tenía el incentivo de que me gustaba otro chico y creía que esa sería la única vía. Pero sentí que fracasé en todo, el chico del que estaba obsesionada empezó una relación con otra persona, no quería saber nada de mí y entonces empecé un ciclo de atracones de comida que derivaron en un período bulímico, breve por fortuna. Llegué a estar bastante enferma mentalmente, no podía controlar mi cuerpo, trataba de llenar el vacío existencial a través de comida, acallar el sollozo de mi alma recluyéndome en el exceso. Pasé de la obsesión por ser amada al de adelgazar, a la obsesión por la comida y la culpabilidad.

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Cuando comenzó el curso siguiente decidí cuidarme y así lo hice al principio. De hecho adelgacé. Pero anímicamente seguía con el alma enferma, obsesionada con el chico (utilizándolo como un objeto en el que depositar mis ansias por dar amor, pensando en que la solución se resumía a que alguien rellenase mis carencias).  Me recluí en el estudio esta vez… Era incapaz de disfrutar de la vida, necesitaba demostrarme algo a mí misma, que al menos mis capacidades intelectuales eran notables, necesitaba la aceptación por parte de alguna institución, aunque fuese mediante la impersonal academia.

Pero volví a sobrealimentarme, esta vez sin el vómito incluido, alternando intentos frustrados por iniciar una dieta diariamente, atracones y purgas ayunando…

Con el tiempo he averiguado que en muchos casos mis problemas se han reducido a la construcción de unas expectativas y a la posterior corroboración de la frustración de las mismas. Este fue el proceso mental que operó en el caso de la siguiente etapa que os quiero relatar. Inicié el curso universitario con una actitud extraordinariamente positiva, debido a todo un verano de reflexión e introducción del deporte en mi vida, de tener una vida social entretenida y de la aspiración de conquistar el corazón de otro muchacho, la historia con el chico que completa el círculo de mis altibajos emocionales. Lo hice bastante bien, inicié una dieta hipocalórica pero no descabellada, acudí regularmente al gimnasio, cuidé bastante de mis relaciones y rendí académicamente de forma notable: fui bastante feliz. El problema fue que tenía en todo momento al chico en la mente, era mi fuente de inspiración y energía, era mi motor in movil (con el perdón de Descartes por este empleo banal de su término). Entonces cuando llegó el momento de confrontar la realidad – aceptar que no le atraía – me llevé una patada muy grande y en lugar de sobreponerme me hundí en la mierda. No tan solo dejé la dieta sino que me abandoné en la inactividad y dejé pasar los días infelices, me perdí en un círculo de sufrimiento y culpabilidad.

Me llevó un tiempo pero desde entonces, una vez recibido el tercer strike he aprendido que las cosas se deben de hacer por uno mismo, por ser lo que quieres de forma genuina (y no impuesta), cuidarte (sin sufrir) y ser feliz haciéndolo, nunca atentando contra tu cuerpo y alma, porque estos deben ser tratados como lo que son, los santuarios que nos acompañarán a lo largo de nuestra preciosa existencia. Además ahuyentamos a la gente cuando no estamos orgullosas de nosotras mismas, cuando nuestra vida gira sobre nuestras obsesiones. Es cliché, pero hay que aceptarse y, sobre todo quererse, querer a las personas que nos acompañan en el apasionante viaje que es nuestra vida y tratar de disfrutar de todo lo bello que hay en el mundo.

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Todo debe de partir de un cambio de actitud ante la vida. De no dar por sentado las cosas positivas que hay en nuestra vida así como a aquellas personas que se fijaron, fijan y fijarán en ti. Pensar en la gente que nos quiere por lo que somos, sin necesidad de cambiar o aparentar, y de centrarnos en nuestras aptitudes en vez de en las carencias y defectos. Es muy positivo querer potenciarse, cuidarse y aspirar a mejorar aquellas cosas que no nos acaban de gustar en nosotras mismas, sin obsesionarse y siendo realistas. Pero sobre todo hay que disfrutar del momento y ser feliz en el aquí y ahora, lo único que tenemos garantizado que existe.

Autor: Mirlo