Queridos señores de las vacunas: 

Empezaré esta carta dando las gracias por el trabajazo realizado. Habéis contribuido a salvar millones de vidas alrededor de todo el mundo. Lo habéis hecho, además, a contrarreloj. Esto no era verle las orejas al lobo o que la enfermedad nos respirase en la nuca. Esto era el lobo haciendo ya la digestión, un huracán llevándose todo por delante. Gracias, mil gracias por vuestra contribución a la humanidad. 

Ahora bien, sin ánimo de parecer ingrata, tengo una queja: exijo que se me devuelva mi ciclo menstrual perfectamente regular, por favor y gracias. 

Me habéis devuelto mi salud física, pero os habéis llevado mi salud mental. Antes de la vacuna, era un reloj suizo. Ahora soy como un reloj estropeado: si me baja dos veces correctamente, pégate con un canto en los dientes, Mari. 

Aunque vayamos por partes. Primero: ¿en qué momento habéis creado un complot con la vida para que coincidan las vacunas y el mayor empotrador que podía yo cruzarme por el camino? Una era pura, casta y sangrientamente puntual. Ahora follisqueo como nunca y mi menstruación es un sindiós. 

Y no sé si sabrán ustedes lo que eso significa… Me explicaré. Vamos a dividir a las personas menstruantes y fértiles en dos grupos. Por un lado, el grupo A, dícese de quienes suspiran y dicen aquello de “ay, este mes sí, la cigüeña nos traerá nuestro precioso bebé desde París”. Luego estamos el grupo B, que venimos a ser quienes sacamos la escopeta y exclamamos “ ¡deja un niño en mi puerta y te convierto en pollo al limón, pajarraco!”

Ya se pertenezca al grupo A o al grupo B, los desarreglos menstruales son una tortura. En el caso del grupo A, porque cuando ya te has hecho ilusiones, de repente aparece de la nada un montón de inesperada sangre. Y las del B, porque pasamos los días cruzando los dedos para que pase un vampiro y no pueda resistirse con lo que nos salga del potorro. Pero nada, oye, que de ahí no sale nada. Que tú ya te has dejado el sueldo en tests de embarazo, que la farmacéutica ya te ha dado hasta llaves de su casa y te ha pedido que le riegues los cactus cuando se vaya de vacaciones y ahí no sale nada. Hasta que un buen día se digna a bajar y entonces eres tú la que le escribe una postal con la foto de tu copa menstrual dirección Riviera Maya a la farmacéutica para darle la buena nueva. 

Señores de las vacunas, así no se puede vivir. He pasado de desangrarme viva a hacerme sangre de tanto morderme las uñas. Que estoy mordiendo ya las uñas del empotrador… Las de sus pies, digo, porque si sigo con las uñas de sus manos, el chico acaba con muñones en lugar de manos y a ver quién me “toca la guitarra” como me gusta después, oiga usted. 

Si ya se sabe, que todo no se puede tener en la vida al mismo tiempo… Supongo que no será todo culpa vuestra, será que me he pasado de avariciosa y ambiciosa. He querido gozarlo fuerte sin sobresaltos y al destino le ha dado la risa tonta. 

No obstante, señores de las vacunas, debo exigir responsabilidades, aunque sea parcialmente: para la próxima, incluid la variable de la menstruación en los ensayos clínicos. Porque una va por la vida haciendo las cosas todo lo bien que sabe, usando métodos anticonceptivos, comprobando los condones cada vez que los usa. Pero luego te encuentras con que no te baja y resulta inevitable preguntarte: ¿Qué debo haber hecho mal? 

Y sumar a los nervios por un retraso de la regla la losa de haber podido cometer un error que te lleve a un embarazo no deseado es cargar con un peso no apto para todas las espaldas. 

Para dar cierre a esta carta, incluyo como parte demandante a los empotradores del mundo. Ellos también lo andan pasando regular con nuestros retrasos y nuestras irregularidades. Cada vez que hay un susto, ahí están, a nuestro lado, comprando y mirando los malditos tests durante los minutos más largos de su vida y preguntándose qué han podido hacer mal. Está siendo un mal trago para ambas partes. 

Sin más dilación, agradezco su atención. 

Fdo. Una que POR FIN se desangra viva. 

 

Mia Shekmet