Cuando era más jovencita mis fines de semana consistían en maquillarme como una puerta, ponerme ropa de muy dudoso gusto, quedar con mis amigos e ir de botellón a un parque.

Allí nos plantábamos a última hora de la tarde, cargados de bolsas y coexistiendo durante un buen rato con los otros usuarios, ancianos y familias.

Para cuando caía la noche, la mitad nos encontrábamos ya en el apogeo de nuestras borracheras.

Fuera como fuese, mi vida social era eso.

En esos botellones rajaba con mis amigas, conocía gente nueva y daba primeros besos y lo que surgiera si la noche se me daba bien.

Y una de esas noches que salió bien, conocí a un chico muy guay.

Quisimos follar en un baño público y acabamos de azul hasta en el vello púbico
Foto de Cottonbro en Pexels

Era de los que no van nada a saco. Lo cual me cortaba un poco el rollo, porque yo, por mí, hubiera ido a saco sin dudar. Lo que pasa es que como parecía que a él le iba la movida de dilatar lo inevitable, pues nada, una que se adapta.

Y vaya si lo dilatamos. Cinco botellones esperamos para darnos un pico. Claro que después del pico, vino otro. E inmediatamente detrás del segundo pico vino un morreo como está mandado. A tope de lengua, de sobeteo, con los ojos cerrados y como si estuviéramos solos.

Aunque estábamos en mitad de un parque y en época de fiestas. Así que, solos, lo que se dice solos, para nada.

Pero nosotros llevábamos calentando motores semanas y, una vez dado el pistoletazo de salida, ya no podíamos parar.

 

Necesitábamos soltar toda la tensión sexual que habíamos acumulado. A la de ya. No había tiempo para ponerse exquisito. Fue a él a quien se le ocurrió la magnífica idea de meternos en uno de los wc portátiles que habían instalado para las fiestas. Yo solo acepté porque iba perraca, ya que la idea no me molaba nada.

No me atrevía a usar esos baños públicos ni para mear, ¿qué coño me iba a meter dentro para echar un polvo?

Pero me metí.

Atrancamos la puerta, me obligué a no mirar demasiado a mi alrededor y a no respirar más por la nariz. Olía muchísimo a químico, era como estar metido dentro de una botella de Pato WC.

Me olvidé del pestazo a Disiclín y de que estaba encerrada en un cubo de plástico en cuanto el chico me metió una mano debajo de las bragas, la verdad sea dicha. Me dejé llevar por la pasión y mandé a la mierda todo lo demás. Yo había ido allí a jugar.

Estábamos empezando a quitarnos ropa cuando sentimos un golpe tremendo en una de las cuatro paredes de aquel baño portátil.

Y luego otro más fuerte aún. Con el siguiente el suelo se levantó de un lado.

Yo no entendía nada, creo que grité. Mi chico sí que lo hizo, chilló algo así como ‘¡Parad ya, joder!’.

Y entonces el habitáculo se inclinó tanto, tanto… que se cayó de lado con nosotros dentro.

Menuda hostia nos dimos.

Me hice mogollón de daño en un brazo y en la cabeza, pero casi ni reparé en ello porque de pronto me di cuenta de que estaba empapada. Estábamos empapados los dos de arriba abajo.  

Imaginaos qué asco tan terrible, quería vomitar. Quería salir de allí, matar a los cabrones que nos habían tirado abajo el chiringuito del amor que habíamos improvisado y correr a la ducha más cercana para frotarme el cuerpo con lejía.

Sin embargo, lo peor aún estaba por llegar.

Los iluminados de los colegas de mi chico habían derribado el baño por la pared contraria a la puerta, es decir, no podíamos salir porque estábamos tirados sobre ella.

Así que tuvieron que girarlo para liberarnos de aquel cubo de mierda en el que estábamos atrapados.

Por fin conseguimos salir, insultar a los gilipollas que casi nos matan del asco, saludar a la audiencia que se había congregado a nuestro alrededor, morir de la vergüenza y poner cada uno rumbo a su casa.

 

Ya en la seguridad de mi hogar, concretamente en la de mi bañera, noté que toda la piel que había estado en contacto con el líquido que se había escapado del WC durante la caída, tenía un llamativo tono azulado. A ver cómo le explicaba eso a mis padres.

El azul no se iba por más que lo frotara. Tardé seis duchas y cuatro días en eliminarlo por completo.

En realidad, más, porque el cuarto día quedé con mi compañero de correrías para rematar la faena y los dos comprobamos que ambos seguíamos teniendo algún resto en las zonas de difícil acceso.

Es lo que pasa por ceder a los instintos y meterse a follar en un baño público, que te arriesgas a acabar de azul hasta en el vello púbico.

 

Lady in blue

 

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