Antes de nada, quiero pediros que no me juzguéis mientras leéis esto que os escribo. A situaciones desesperadas, medidas desesperadas.

Y para desesperada, mi vida sexual.

No era una cuestión de una mala racha o una temporada flojilla.

Arrastrábamos problemas desde el nacimiento de nuestro primer hijo y, justo cuando parecía que comenzábamos a remontar… me quedé embarazada otra vez.

Así que, vuelta a la casilla de salida.

También os digo que, para salida, yo, chaval.

Qué contradicción más grande. Por un lado, me aterraba la idea de que nada ni nadie se me paseara por aquella zona cero. Ni siquiera yo misma, es como si me hubieran reemplazado la vagina por la de otra, aprovechando que me tenían despatarrada en el paritorio. No me la reconocía, me daba miedo.

Por otro, echaba de menos a mi chico. Las cosas que nos hacíamos. Nuestra vieja normalidad.

Teníamos que recuperar nuestra vida sexual y os voy a contar la divertida historia de cómo conseguí reavivar la pasión con mi pareja después de ser padres.

 

LOS ANTECEDENTES

Cuando tienes un niño pequeño y un bebé en casa, además de todo lo que conlleva el día a día de las personas adultas que necesitan trabajar para obtener unos ingresos mínimos a fin de mes, como que lo de cuidar la relación ocupa uno de los últimos puestos de vuestra lista de prioridades. ¿No? Desde luego para nosotros era así.

Y eso tenía que cambiar.

Pero es mucho más fácil decirlo que hacerlo, ya se sabe. Máxime cuando tu cuerpo ha pasado por dos embarazos bastante seguidos y por sus correspondientes y nada sencillos partos.

Cuando la maternidad entró por la puerta, la pasión se fue por una ventana.

Qué mal.

 

ESTE ES TU CUERPO

Yo solita me di cuenta de que el primer paso debía darlo yo. No en plan, ‘nene, ven que te voy a dejar seco’, no. Lo que tenía que hacer era aceptar los cambios que habían tenido lugar en mi anatomía, volver a amar mi cuerpo y dejarlo sanar sin prisa. Pero sin pausa. Esa excusa no podía durar toda la vida.

POCO A POCO

Con mi autoestima en pista para despegue y mi chico más que dispuesto a probar los métodos que me iba inventando sobre la marcha, iniciamos los primeros trámites:

 

  • Preocuparnos por nuestra higiene y aspecto. A ver, por aquel entonces había días en los que me daban las cinco de la tarde sin ducharme. No voy a dar más datos, pero conviene tener en cuenta que es complicado ponerse guarrona si lo que vas es guarra sin más.

 

  • Explorar las opciones. O lo que yo denominé ‘Si no se puede follar, al menos nos podremos frotar’. Mi suelo pélvico no estaba preparado para la penetración, vale. No pasa nada. Con quince años era mi mente la que no estaba preparada y no veáis qué buenos ratos dándole al frotis, sola o en compañía.

 

  • Poco a poco. Madrugones, despertares, bibes, carreras, juegos… Cuando nos metíamos en la cama por la noche nuestros cuerpos solían estar ya en modo ahorro de batería. Como para ponerse a hacer ejercicio, por satisfactorio que este fuera. Sin embargo, había ciertas cosillas sencillas que sí podíamos hacer. Nada de caer medio muertos sobre el colchón y entrar en coma en el acto. Nos ‘obligamos’ a volver a dormirnos abrazados, acariciándonos. Sintiéndonos la piel. Nos acostábamos en cucharita y nos dormíamos en modo parking de bicicletas, no sé si me explico. Y si al final no estábamos tan cansados, pues a frotarse un poquito.
Foto de Ron Lach en Pexels

CUÉNTAME MÁS…

A mi chico le costó seguirme el rollo, la verdad sea dicha. Aunque al final le pilló el punto y no veáis de qué manera. El caso es que se me ocurrió pedirle que nos dedicáramos cinco minutos al día para decirnos las cochinadas que nos haríamos si se diesen las circunstancias. Puede parecer estúpido, lo sé, pero es que la excitación no brota mientras estáis ahí a tope con las labores del hogar, los baños y cenas de los niños, o idiotizados delante de la pantalla del móvil. ¿A que no?

Que te hacía esto, que quiero que me hagas tal cosa, que cuando te apetezca podíamos probar tal otra… Ñam. No nos magreábamos así desde que pusimos etiqueta a nuestra relación. Era como volver a liarse con el chico del insti que venía a casa ‘a estudiar’, pero en lugar de escondernos de nuestros padres, nos escondíamos de nuestro hijo mayor.

 

ÉCHAME UNA MANO, PRIMA

A estas alturas de la película mi chichi ya estaba al 99 %, las estrías me la traían al pairo y lo que yo quería era un buen empotramiento. Peeeero, ay, me daba miedito.

Por lo que se nos ocurrió echar mano de lubricantes y un par de juguetes, cosa que nunca habíamos usado. Solo nos arrepentimos de una cosa: no haberlos utilizado antes.

Fue tal el descubrimiento, que nos propusimos ir más allá y redescubrir nuestros cuerpos y cómo darles placer.

Qué jodidos, eh. Como si fuéramos sobrados de tiempo.

 

¡SÍ SE PUEDE!

Ah, ah. Esa no es la actitud.

A mí de pequeña mi madre siempre me decía ‘querer es poder’ y que, con ganas, todo es posible.

Nosotros de ganas íbamos sobrados, de tiempo… bastante menos.

Necesitábamos darle chicha al asunto o todo lo que habíamos logrado con tanto tesón se vendría abajo, que ya tenemos una edad y no solo de petting vive el hombre. Ni la mujer.

Y las noches normalmente no eran opción. Por agotamiento. Porque el bebé lo de dormir del tirón, como que no. Porque el mayor, cuando se despierta, es más de venirse con nosotros que de dormirse de nuevo en su cama. Etcétera.

Nos vimos en la necesidad de establecer estas normas:

 

  • La ducha de la mañana nos la damos juntos. Hay que ahorrar agua, cari. Normalmente no podemos permitirnos un polvazo mañanero digno de peli erótica, que además es un pelín peligroso. Sin embargo, solemos conseguir que, cuando menos, uno de los dos salga del baño con una sonrisa satisfecha en la cara. Hoy por ti, mañana por mí.

 

  • La siesta doble no se desperdicia. No importa la hora, no importa lo que estuviéramos haciendo. ¡Coño, no importa ni que tengamos visita! Si nuestros dos canijos se quedan dormidos simultáneamente, lo aprovechamos. No hay excusa que valga.
¡Corre, cari! ¡Se acaban de quedar los dos!
  • Don’t worry, be warry. El orden y la limpieza están sobrevalorados. La plancha es una absoluta pérdida de tiempo. Se puede comer sano sin pasarse horas en cocinando. Hay que encontrar el equilibrio entre que no salten las alarmas de los servicios sociales y aprovechar ese rato antes de ir a la guarde a recoger a los peques. Esos quince minutillos que nos han sobrado el día que los dos pudimos ir a comer a casa. Lo que sea, pero ningún momento de intimidad perdido por entregarse a las labores domésticas, si no es estrictamente necesario.

 

Hasta aquí nuestra lucha por mantener viva la llama.

Que vaya si la avivamos, de hecho, hace tiempo que dejamos de luchar. Porque lo que pasa es que, cuanto más y mejor sexo tienes, más quieres tener.

Y, como bien dice mi madre, querer es poder.

 

Anónimo

 

 

Envíanos tus historias a [email protected]

 

Imagen destacada de Yan Krukov en Pexels