Bar La Estrella

 

Maya se refugia en los libros. Cuando no anda leyendo una historia apasionada, cargada de amor y erotismo, la escribe. Se refugia entre páginas y páginas de literatura de mayor o menor calidad que le aportan un poco de chispa a su gastado corazón de apenas treinta años de edad.

Está cansada. Dice haber besado demasiado sapos y creído en demasiados cuentos de hadas. Ha dejado atrás los clásicos de Disney para leer sobre otros príncipes más musculados y varoniles, de estos que serían capaces de levantar en volandas sus más de cien kilos y apoyarla contra la pared para empotrarla.

Fantasea cada noche con Arthur, Conan, Mike o Bryan y, mientras escribe, moja sus bragas pensando en todas las cosas que serían capaces de hacerle esos caballeros, juntos o por separado. Se sonroja solo de pensar en la posibilidad de que semejante elenco de maromos se fijen siquiera en ella; pero la imaginación es libre, y la deja volar mientras entierra su succionador entre las piernas.

Pero cada mañana se levanta sola. Toca el otro lado del colchón para asegurarse de que el hombre que la acompañaba anoche sólo estaba perdido entre las líneas de su nueva novela. Pone los dos pies en la tierra, se asea, se pone un chándal y se hace un moño mal hecho. Se calza las deportivas, coge su portátil y cruza la calle para tomarse un capuchino y una tostada con aceite y tomate mientras teclea a toda velocidad. Durante, al menos, un par de horas solo están ella, su desayuno y los amables camareros del bar La Estrella pululando a su alrededor para recoger las migas de su tostada, los posos de su café o para traerle un par de vasos de agua que ella nunca pide pero que ellos saben que necesita. Les tiene advertidos a los muchachos que, mientras tenga el portátil o un libro entre las manos, no quiere interrupciones, y ellos acatan órdenes mejor que nadie.

De vez en cuando cruza miradas con Javier, uno de los camareros, y se sonríen. Es un muchacho mono, aunque nunca se ha parado a mirarlo con detenimiento pero, por su complexión, no podría cargarla a cuestas mientras la embiste de forma salvaje.

Tras esto, regresa a su casa, prepara la comida, come, y lee o escribe durante toda la tarde hasta que es hora de volver a preparar la cena, cenar, y masturbarse antes de acostarse.

Se queja de no encontrar a nadie que caliente sus sábanas, pero ningún hombre va a llamar a su puerta y ofrecerle un polvo a domicilio. A veces piensa en el butanero, que tanta fama tiene, pero recuerda que tiene gas natural y, hala, otra oportunidad perdida.

Sus días se resumen en pocas líneas. Lo sabe bien porque a veces ha tratado de usarse a sí misma como protagonista de una de sus novelas, y es muy triste descubrir que tu vida es tan plana y carente de emociones que ni siquiera puedes usarla como base para crear a un personaje, que es por donde empiezan la mayoría de escritores.

Esa noche se duerme con esa triste idea en la cabeza y, cuando se despierta a la mañana siguiente, su almohada está impregnada de lágrimas. Hoy no comprueba el otro lado de la cama porque sabe con certeza que ha dormido sola.

Sabe que algo tiene que cambiar en su vida, que debe luchar por ella y no rendirse tan pronto, pero no sabe por dónde empezar.

Le llega un WhatsApp de Aurelia, su editora, recordándole que hoy les toca reunión en el bar La Estrella para hablar de plazos, portadas y posibles títulos para la novela que lleva meses puliendo: otra exactamente igual a la anterior, pero esta vez son piratas, una doncella escondida en un barril, y un gañán que cambiará por ella hacía el final del libro. Un éxito asegurado, según Aurelia.

Hoy se enfunda unos vaqueros y una blusa en vez del chándal gris apolillado, hoy se lava el pelo y lo deja secar al aire, y se calza unas Converse relucientes que guarda para cuando sale (y ella nunca sale). Se maquilla sutilmente: eyeliner, rímel y un labial rojo; y coge un pequeño bolso que parece nuevo a pesar de habérselo comprado hace tres años por lo menos.

Cruza la calle, como cada mañana, pero no lleva un libro y tampoco su ordenador. Cuando se sienta en su mesa de siempre, Antonio, el rechoncho dueño del bar, la mira ojiplático desde la barra y manda a su hijo, Javier, a tomarle la comanda. Ellos saben que siempre desayuna lo mismo, pero tienen la esperanza que el cambio de look haya obrado un milagro en sus papilas gustativas.

—Hola Maya, buenos días —titubea el chico al decir su nombre.

—Buenos días, Javier.

—Hoy te hablo porque no tienes nada entre las manos —bromea.

—No, hoy no. Hoy he quedado con alguien.

Y, por primera vez en mucho tiempo, Maya mira a Javier a la cara y descubre a un chaval guapísimo de su misma edad. Los rizos castaños enmarcan su cara y se vuelven caobas con los reflejos del sol, sus labios carnosos dibujan una sonrisa pero… donde espera encontrar unos ojos brillantes, no halla más que una mirada de decepción.

Vaya —es lo único que consigue articular Javier—. Y yo que quería aprovechar que hoy sí que podía hablarte para proponerte una cita… 

Maya se queda boquiabierta y busca cualquier mínimo gesto que indique que el chico está de broma, pero no lo encuentra.

—Un capuchino y una tostada con aceite y tomate, ¿verdad?

No le da tiempo a responderle cuando Javier ya se está dando la vuelta en dirección a la barra. Pero, sin saber de dónde saca la valentía, lo agarra del brazo y hace que se dé la vuelta.

—Hoy quiero un sándwich de jamón y queso y un zumo de naranja, por favor —el chico la mira de soslayo y asiente—. Y, otra cosa más…

Maya se levanta de la silla, agarra las solapas de la camisa del camarero y le planta un torpe beso en los labios.

He quedado con mi editora —le explica—. La reunión durará un par de horas como mucho, así que dime a qué hora tienes el descanso y nos vamos a tomar algo —las palabras se atropellan las unas con las otras, pero no quiere dejar la conversación sin añadir una última cosa—. No me salgas rana, te lo pido por favor.

Javier sonríe de forma bobalicona y promete recogerla a las ocho en su portal.

Maya sabe que, en cuanto termine de escribir «La canción del pirata» se aventurará en una nueva obra y, aunque aún no tiene muy claro el título, todo apunta a que los protagonistas serán una escritora de novela romántica y el camarero del bar de enfrente de su casa.

 

@caoticapaula