De aquella tarde solo recuerdo que tenía los nervios a flor de piel. ¿Nunca habéis sentido que todo os afecta más de lo habitual? Unos dicen que las culpables son las hormonas, otros que simplemente tenemos un mal día… Sea como fuere, había pasado todo el día lidiando contra mí misma, tratando de rememorar una voz, un olor, una mirada. Hacía ya casi 10 años que se había ido y mis miedos a borrarla para siempre estaban más latentes que nunca.

Una madre no se olvida‘, me había comentado mi hermana aquel día a través de un mensaje en mi teléfono.

No debería, pero hace días que pienso en ello, el tiempo sana las heridas y tengo miedo de que también se la lleve a ella…

Caminé por la calle más de lo habitual, dejé pasar el autobús 16 que cada día me acercaba del trabajo a casa. ¡Mierda de melancolía! Había pasado toda una década superando aquel horrible día en el que le dijimos adiós a mi madre, y por un motivo que desconocía aquel frío día de noviembre me estaba apretando mucho más de lo normal. La mañana de trabajo había sido prácticamente en vano, me había pasado una hora tras otra mirando la pantalla del ordenador procurando ser productiva pero en mi mente solo se entrelazaban frases, sonidos, canciones, ocasiones especiales, todas ellas con mi madre como protagonista.

A media mañana Sandra, una de mis supervisoras, se había acercado a mi mesa rompiendo de golpe uno de esos momentos de ensoñación total que estaba viviendo. Un pequeño brinco en la silla hizo que una parte de mi taza de café terminase manchando la mesa y de algún modo regresé a la oficina, dejando por un segundo a mamá en mi cabeza.

Y aunque su propuesta de que me tomase el día libre sonaba casi como un regalo, decliné la oferta. Yo misma intentaba continuar con mi día como cualquier otra jornada, dando cero importancia a cada recuerdo que surgía de pronto para llevarme a un lugar en el que estaba ella, como si nunca se hubiese ido.

Quizás por eso cuando llegué a casa preferí llenar la bañera y dejar que el silencio y el calor del agua hicieran su trabajo. Tenía un millón de cosas que hacer pero me había rendido. Antes de que me diera cuenta una tristeza inmensa me invadió de golpe provocándome un dolor muy intenso por dentro. Lloré, sola, gimoteando como nunca antes lo había hecho, dejando salir cada una de las lágrimas que me había guardado esos 10 años.

¡Maldita sea! Una asfixia, como una presión muy brusca en el pecho, me obligó a incorporarme en la bañera. Mi piel estaba ya arrugada, había perdido por completo la noción del tiempo y me encontraba sin duda más aturdida que antes. Empezaba a preocuparme. Tomé el teléfono entre mis manos y, todavía empapada, llamé a mi hermana.

No sé qué me está pasando. Desde esta mañana, estoy triste, no dejo de pensar en mamá, en cómo sería nuestra vida si ella estuviera aquí, en todas las cosas que pude vivir con ella y en las que no…

Carla me interrumpió, para mi sorpresa su respuesta no fue en absoluta la de restarle importancia a todo lo que yo le estaba contando. ‘Ana, apenas quedan unos días para que se cumplan 10 años, tú siempre estuviste muy conectada con mamá y aunque siempre has dicho que estas historias para ti son súper surrealistas, hazme caso, déjate llevar, trata de interpretar lo que te está pasando‘.

Ella y sus movidas a lo ‘Cuarto Milenio’. Chacras, energías, historias de lo paranormal… Me pasé la adolescencia riéndome sin parar cada vez que la pequeña Carla nos venía con otra de sus historietas para no dormir. En cambio ella, que siempre ha sido muy fiel a sus ideas, tan solo nos repetía que nos estábamos perdiendo una parte increíble de la vida, esa que no podemos percibir a simple vista.

Tienes muchísima suerte porque estoy segura de que eres capaz de sentirla mucho más que yo o que papá, abre la mente, es posible que quiera contarte algo…

Un escalofrío recorrió entonces mi cuerpo. Solo con pensar en que mi madre, aquella mujer a la que había adorado hasta su muerte, intentase contactar conmigo ¿desde dónde? ¿el más allá? ¿el cielo? ¿pero es que existe un cielo? Se me ponían los pelos de punta. Le di las gracias a Carla mientras ella repetía sin cesar que le hiciera caso, que no me cerrase. Todo estaba siendo demasiado complicado y llegados a este punto tan solo quería dormir tranquila.

En casa había de pronto un silencio mucho más intenso que de costumbre. Me encantaba aquel piso, pero esa noche entre el frío y mis terrores en la cabeza todo parecía mucho más lúgubre. Encendí casi de golpe todas las luces tanto del pasillo como de la cocina y el salón, era como si fuese capaz de escuchar hasta mis propios latidos. La idea de Carla me hizo pensar en la posibilidad de que mamá estuviese cerca y, casi como por arte de magia, dejé de tener miedo.

¿Pues sabes qué? ¡Ojalá y seas tú, que estás aquí conmigo! ¡Ojalá poder sentarnos otra vez y bebernos juntas una botella de vino mientras arreglamos el mundo! ¡Ojalá volver a abrazarte!‘ Me encontré a mí misma hablando completamente sola en medio del larguísimo pasillo que atravesaba mi casa. Sonreí un segundo y en ese preciso instante aquel olor, ese perfume tan suyo, impregnó por completo el piso.

No me estaba volviendo loca, era real, giré sobre mí misma y de nuevo lo sentí. Esa ráfaga sutil que deja una persona a su paso, ese característico aroma de una piel única, inolvidable.

Vale, ¿cómo dijo Carla? ¿Dejarme llevar? ¿Ver más allá de lo que perciben los ojos? ¿Cómo se hace eso? Esto es una locura…‘ Me dejé caer al suelo apoyando la espalda en la pared y cerrando los ojos. No cabía la menor duda, el olor se sentía cada vez más, sonreí de nuevo y casi sin darme cuenta el recuerdo de aquella última tarde en el jardín de casa se vino a mi memoria.

La caja de bombones, el lazo de rafia del que nos habíamos estado riendo toda la mañana, sus comentarios sobre lo guapa que me veía aquel día, la manera en la que nos olvidamos de su enfermedad como si no existiera. Noté su mano en mi mejilla, completamente, no estaba loca, ella estaba allí, conmigo. La sentí de nuevo tan cerca que una angustia total volvió para hacerme llorar de nuevo, quería decirle tantas cosas ¿y cuánto duraría aquello? ¿qué era lo que me estaba pasando? ¿ella me estaba viendo al igual que yo a ella?

Pero no llores cariño… Ya habrá tiempo de lágrimas, ven, deja que abrace ese cuerpo serrano tuyo…‘ Y ese calor que solo da una madre me envolvió de nuevo, tras toda una década abandonada, con todo su cariño, con esa dulzura que solo ella sabía darme. Tomé aire, me hubiera quedado entre aquellos brazos para siempre.

Te echo tanto de menos, mamá. Me haces tanta falta cada día, y tengo miedo de olvidarte, de aprender a vivir sin ti…

¡No digas tonterías! Nunca me vas a olvidar, construirás tu vida como ya lo estás haciendo, con tus locuras y tus historias, como siempre te ha gustado, y yo siempre estaré a tu lado. Pero ahora solo quiero que me escuches, ¿de acuerdo?‘ Su gesto se tornó serio y preocupado, puso sus manos en mis hombros y me miró fijamente, aquellos ojos de siempre, su mirada. ‘Ve al médico, sé que jamás te ha gustado, pero debes de ir, ve y diles que miren tu pecho, que algo no va del todo bien. Por favor, prométeme que lo harás, dilo, que yo te escuche‘.

Tuve que prometerlo, entre lágrimas, con miedo. Le dije que lo haría, por ella y por mí, y no fue capaz de dar más explicaciones. Volvió a abrazarme con fuerza y solo repitió que me quería demasiado, a mí, a Carla y por supuesto a papá. Puede sentir su beso en mi mejilla y segundos después volvía a encontrarme en el pasillo de mi casa, de donde nunca me había movido.

No fui capaz de dormir en toda la noche, preocupada por lo que había vivido, por si el problema lo tenía yo en mi cabeza o si realmente las palabras que había escuchado de la boca de mi madre podrían ser verdad. Era cierto que había sentido unos leves pinchazos en el pecho izquierdo, pero dado mi historial de ansiedad lo había achacado a eso.

Todavía incrédula, a la mañana siguiente pedí cita en mi médico, lo hice de urgencia otorgándole toda la credibilidad a lo que me había ocurrido la noche anterior. Tan solo unos días después, y tras un buen lote de pruebas médicas, no me quedó más remedido que pasar por quirófano para extirpar un tumor de mi mama izquierda. Un tumor que me podía haber dado muchos problemas, una masa que crecería por días, tremendamente agresiva.

Días después de la cirugía Carla me acompañaba en el hospital, solo en aquel momento fui capaz de romper el silencio para decírselo:

‘Carla, mamá me ha salvado la vida, nos quiere demasiado a los tres…’

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