Cuando por fin abrieron las fronteras y pudimos volver un poco a la normalidad después de estabilizarse la situación con el COVID, estuve mirando destinos a los que viajar en plan mochilero por el mundo.

Había dejado una relación al inicio de la pandemia y no había conseguido sentirme libre y necesitaba un cambio de aire, por lo que decidí viajar a la India.

Cuando llegué me dio un poco de miedo, me había lanzado a la aventura sin pensar demasiado y me sentía sola en un país completamente diferente a España.

El choque cultural era grande, había pocas carreteras donde pudieras ir a gran velocidad o con más de un carril, muchas zonas sin asfaltar.

Al llegar fui a buscar un lugar donde pasar unos días y encontré un pequeño hotel, muy modesto pero muy acogedor. Allí conocí a Mahesh, trabajaba en la recepción y hablaba perfectamente español. Era alto, de tez oscura y tendría unos 35 años. Lo que más me llamó la atención fue su mirada, tenía los ojos un poco rasgados y de color avellana, una mirada que sin duda impactaba. Otra cosa que me llamó mucho la atención fue su gran sonrisa y hospitalidad, siempre estaba dispuesto a ayudarte en todo para que tu estancia fuera perfecta.

El primer día cuando llegué estaba muy confundida. Me hablaba en español, pero si le preguntaba por algo, como por ejemplo si había desayuno por las mañanas, me decía que si pero con la cabeza parecía decir que no. Con los días, entendí que ellos hacen movimientos muy similares con la cabeza cuando quieren decir tanto que si, como tal vez o no.

Un día dejó de funcionar el agua caliente de mi habitación y bajé para avisar sobre la incidencia. Era tarde y sólo estaba él en la recepción. Le dije que tendría que tomarse unas vacaciones, que no le había visto librar ni un día desde que llegué hace unas semanas.

Me explicó que su compañero se había ido de vacaciones, por lo que él tenía que cubrir su turno hasta el viernes, después cogería vacaciones. Le pregunté si iba a algún lugar por vacaciones y me dijo que no. Me parecía un chico muy encantador, me sentía muy atraída por él en todos los sentidos, así que le sugerí que me acompañara los siguientes días.

Fuimos a ver varios templos y monumentos de la zona, me encantó todo lo que vi y lo que me explicaba sobre sus creencias, era muy diferente a todo lo que había visto antes.

Un día nos fuimos a cenar juntos, el alcohol me desinhibió demasiado y le besé de sopetón.

Me apartó mirando a todos lados y yo pensé que le había incomodado y malinterpretado sus señales. Le pregunté qué sucedía y me contó que allí no estaba bien visto darse besos en público. Me contó que incluso en los parques había vigilantes que si veían besarte o estar demasiado acaramelado con alguien, te pitaban con un pito para recordarte que no estaba bien. No sabía si creérmelo, pero no quise darle más vueltas.

Llegamos al lugar donde nos estábamos hospedando ese día y nada más entrar por la puerta se abalanzó sobre mí contra la pared. Sus labios buscaron los míos con intensidad, me besó como si llevara deseando hacerlo mucho tiempo.

Me cogió en brazos y me llevó a la habitación. Fue desabrochando los botones de la camiseta mientras besaba el recorrido que estaban dejando libre los botones.

Me desnudó como sólo se desnuda a alguien a quien conoces, con suavidad, cariño y destreza. Me encantó la manera en la que me tocaba y como iba buscando mi aprobación en cada paso que dábamos. Yo también lo fui desnudando poco a poco, notando el tacto de su piel, cálida y suave. Tenía los abdominales marcados, se notaba que se cuidaba. Mis dedos se deslizaron por su abdomen hasta llegar a su polla. Nunca había estado con nadie de otro país y no sé si lo suyo era normal allí, pero era incluso demasiado.

Me senté a horcajadas encima de él y lo hicimos lento. Cambiamos varias veces de postura, arriba, abajo, a cuatro patas, encima de la mesa, contra la pared… ¡Por algo será que el Kamasutra es de origen hindú! Lo mejor de todo es que se preocupó de que disfrutara. No exageraría si dijera que pasamos horas haciéndolo, jamás lo había hecho de ese modo.

Cuando terminamos nos quedamos tumbados, extasiados y abrazados. Él no era el típico hombre que podrías encontrar en la India, si no nunca se hubiera comportado de ese modo conmigo. Me encantaba lo exótico que era y lo bien que me hacía sentir. Aunque hubiera algunos aspectos culturales en los que diferíamos, me sentía muy unida a él, muy espiritualmente.

¿Cuánto iba a durar nuestra aventura? ¿Acabaría en unos días? No teníamos respuestas, pero si muchas ganas de disfrutar el momento, aunque tuviera que ser a escondidas.

Oaipa

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