Me llamo Laura, todos mis amigos me llaman Karma. Bueno, mis amigos y ya casi toda la familia, fue el nombre que me puse en las redes sociales y ha calado más hondo que lo que dice mi DNI. A día de hoy creo que ya solamente me llaman Laura mis abuelos y mis padres, mi hermano me llama Karma, mi cuñado me llaman Karma y yo misma me identifico con ese nombre. Tuve una adolescencia complicada, la lié mucho con temas de amores y amigas en el instituto, nos tuvimos que cambiar de ciudad y para que nadie me reconociera me cambié el nombre en todas las redes y bueno, de ahí hasta hoy. El Karma ha dado nombre a mi vida, a mi estilo de vida y a la vida que quiero tener.

Soy de esas que tiene una carrera que no ha utilizado para nada, que siempre ha querido ser artista y que, hasta el día de hoy, no lo ha conseguido. He trabajado siempre en curritos sin más. Que si McDonalds, primark, azafata de un puesto de venta de audífonos, sirviendo copas en un garito de mala muerte y dando clases particulares a chavales de primaria o de la ESO. Me he sacado siempre el alquiler de mi piso de Madrid con los curritos y pagándome los caprichos escribiendo artículos en distintos medios que me han pagado una puta mierda, pero bueno, ahora tengo unas Dr Martens preciosas y una máquina profesional para hacerme las uñas de gel en casa. Caprichos de milenial que hacen a una feliz.

Desde que pasé aquel drama en el instituto la verdad es que no he vuelto a tener mucha movida, más allá de amores que todo el rato salen mal. Todo el rato. Soy un poco imán para historias que casi siempre sí, pero acaban siendo no. Cosa que no entiendo, porque soy una tía de puta madre, así en plan sincera. Soy divertida, tengo un buenas dotes comunicativas, cara simpaticona y algún que otro kilo de más bien repartido por todo el cuerpo. Menos en las tetas, en las tetas no tengo ni tres gramos en cada una, tampoco es ningún drama, me gustan mis tetas pequeñas, la verdad. Además, si alguna vez las he necesitado he tirado de push up y la verdad que muy resultón todo.

Mi último amor salió de Tinder y para no haber llegado a ser nadie la verdad que me ha marcado bastante. No me ha marcado él en sí a título personal, me ha marcado en mi forma de ver la vida. Siempre habrá un antes y un después de Leo, el musicoterapeuta que me hizo creer que realmente sí, que puede haber ahí fuera alguien para mí, aunque no sea él.

Lo conocí el día antes de las vacaciones de Navidad, bueno ‘lo conocí’, hicimos el match. Me pasé todas las Navidades hablando con él porque me tocó volver a mi pueblo en Valencia, nunca había tenido tantísimas ganas de que acabara una de mis fechas favoritas del año y es que necesitaba conocerle, necesitaba ponerle físico, carne, hueso y corazón. Todo lo que me decía a través de la pantalla no podía ir mejor, no me podía gustar más, no había ni un pequeño detalle que sonara medio mal.

La Navidad acabó, como lo hacen todas las cosas vivas. Volví a la capital y quedé con él, una noche fría de enero en el metro de Lavapiés. Es el barrio al que aspiro en la vida, si no fuera porque cobran siete mil doscientos treinta y siete euros al mes por cualquier habitación de mierda, pero vaya, que yo acabaré viviendo ahí, me lo he prometido a mí misma.

Quedé con él y en cuanto lo vi supe que sí, que me gustaba. Que aún lo tenía que descubrir como persona, pero físicamente me atraía muchísimo. Era enorme, medía casi metro noventa, pesaría como cien kilos. No estaba fuerte, pero tenía una complexión de toro de lidia. Llevaba el pelo largo recogido en una coleta, barba de tres días, vaqueros, sudadera negra y zapatillas blancas. All-in a Leo, sin duda alguna.

Nos metimos en un bar irlandés a beber cerveza, nos sentaron en el sofá de la esquina y estuvimos hablando más de cuatro horas, hasta que nos lo cerraron. Me habló de su vida, de su pasado, de su profesión y de su familia. Me contó que era musicoterapeuta experto en niños autistas o con enfermedades psíquicas que no les permiten identificar bien qué es lo que sienten. Me dijo que a través de la música les intentaba hacer entender los sentimientos, con el piano les tocaba una canción triste y les preguntaba ‘¿qué sientes?’. Los niños le decían que se ponían tristes y entonces es cuando él preguntaba ‘¿y alguna vez antes tú te has sentido así?’. Y ahí empezaba la magia, palabras literales que utilizó él para hablar de lo que hacía para vivir. Mis bragas estaban colgadas del tridente de Neptuno, como podréis imaginar.

Yo siempre soy la que habla, la que no calla, la que tiene mil cosas que contar, de hecho todo el mundo me dice que hablo súper deprisa y yo siempre digo que es porque tengo muchas cosas que decir y muy poco tiempo para ello. Pero con él no, con él solo callaba y miraba cómo hablaban sus ojos además de sus labios. Era un tío repleto de pasión al cual yo le gustaba, me había tocado la lotería, yo que no era de comprar décimos.

Cuando nos cerraron el bar empezamos a caminar y a caminar y a caminar. Por las calles de Madrid silenciosas de madrugada, hacía un frío que te podías morir, pero sinceramente, nunca antes el frío me había importado tan poco. Después de muchísimo tiempo andando y jugando a qué preferirías (se plantean dos opciones y estás obligado a elegir una sí o sí, por ejemplo: ¿qué preferirías no volver a ver o no volver a escuchar?), riéndonos como idiotas, planteando situaciones absurdas y tratando conocer al otro un poquito mejor; llegamos a un punto en el que se paró. Yo no entendía por qué se quedó quieto de repente, así que le pregunté que qué pasaba, me dijo que llevábamos andando más de una hora, que habíamos llegado a la calle donde tenía su piso alquilado con dos amigos de toda la vida, que se planteaba tres opciones: 1. Seguíamos andando, 2. Cogía un taxi y me iba a mi casa, 3. Lo acompañaba a su pisito y dejábamos de pasar frío como idiotas. Añadió que solamente había una opción incorrecta.

Le dije que cogía la dos, la de irme a mi casa en taxi, con ojos juguetones. Me dijo que esa era justo la única incorrecta y que en realidad no estaba permitida, que solamente podía elegir entre pasar frío o no pasarlo, pero que aún no era hora de que nos despidiéramos. Me debatí, de verdad que sí, no es que sea chapada a la antigua ni mucho menos, pero sí que es verdad que jamás he besado a un desconocido la primera noche que lo veo, ni me he tirado a muchos tíos en mi vida, para ser más sincera, solo me he tirado dos, el del instituto y mi novio oficial con el que estuve viviendo dos años. Así que… irme a su casa significaba que me lo iba a tirar y yo llevaba sin estar con nadie más de año y medio, nunca he hecho locuras y siempre he puesto cabeza, pero bueno, siempre hay una primera vez para todo y esta fue la mía.

Fuimos a su casa y aluciné, en estas cinco horas de conversación cara a cara y los quince días hablando por redes sociales jamás mencionó que era un friki que te cagas, tenía la casa toda llena con merchandising de Star Wars, el señor de los anillos, star trek y otras cuantas cosas que no supe identificar. Me quedé alucinada mirando a todas partes: felpudo, cuadros, figuritas y hasta vasos. Me dijo ‘mmmm… sí, somos un poco frikis’. Le dije que me encantaba y que no me lo esperaba para nada. Llegamos a su habitación y aluciné con su pecera gigante llena de peces, gambas y no sé qué más animales marinos. Había discos de vinilo, un piano, dos fundas de guitarra, un ukelele y un ordenador super pro, además de una cama enorme en la que minutos después descubrí qué era que un tío supiera cómo tocarte.

Me quedé ahí plantada, mirándolo todo, observando cada detalle intentando entender más, conocer más, saber más. Lo que no sabía era que él me estaba mirando mirar, de repente me di cuenta de que mientras yo lo observaba todo, él me observaba a mí con una sonrisa de oreja a oreja. Le pregunté que qué hacía y me devolvió la pregunta.

-Me gusta tu casa, me gusta tu habitación.

-A mi me gustas tú.

-No seas zalamero musiquito, que ya nos vamos conociendo.

-Te lo digo de verdad, me gustas mucho.

Y se levantó y un metro noventa se plantó delante de mí y yo me sentí pequeña y no podía dejar de mirarle a los ojos y creía que me iba a morir en cualquier momento y entonces habló y me dijo: ‘me voy a acerca a ti, ¿puedo besarte?’. Y no le contesté con palabras, pero mi cuerpo se movió solo, me acerque a él, mis brazos subieron a su cuello y nos besamos. Nos besamos despacio, saboreando los restos de cerveza y el frío de la calle. Mis dientes atraparon su labio inferior y su cuerpo se pegó más al mío. Nos fundimos, literalmente, yo no sabía donde acababa mi cuerpo y dónde empezaba el suyo. Fue lento, disfrutado, con ganas. Después todo se aceleró, nuestros corazones, nuestras manos y nuestro órganos reproductores. Yo estaba tan empapada que creía que en cualquier momento iba a parecer que me había meado en los vaqueros, él estaba tan duro que en cualquier momento me atravesaba un ojo y pasó lo que tenía que pasar. Por primera vez en mis veintinueve años me tiré a un tío la primera noche que lo conocí.

Yo no sé si es porque era músico pero esas manos eran mágicas. Me tocó como nunca antes nadie me había tocado, como no sabía ni tocarme yo misma (y mira que tengo años de práctica). Yo a él pues… no lo pude tocar mucho porque su señor pene parecía estar en otra parte del planeta. Él estaba muy por la labor, pero su polla no. Se levantaba y se bajaba a su parecer, a mí la verdad que me estaba dando bastante igual, porque cada vez que su pitorro no funcionaba se hería su masculinidad y ale, dedazos y comida de coño que me llevaba yo. No es por sonar aprovechada, pero qué bien me vino que se creyera que tuviera que dar la talla o cualquier cosa parecida. Me corrí cinco veces esa noche y todas con sus manos y su lengua. Cuando terminamos empezó una conversación que intenté tratar con naturalidad, restándole importancia, porque ya tenía experiencia con cosas parecidas que me habían contado mis amigos varones y la verdad, me la suda que no se te levante tu señor miembro la primera noche que nos acostamos:

-Lo siento, de verdad, no sé qué me ha pasado, de normal funciona perfectamente.

-Chaval, no me jodas el chakra ahora que estoy gozando los cinco orgasmos que me has regalo. Sintiéndolo mucho, lo siento por ti que eres el que se ha quedado sin fiesta, pero a mí déjame disfrutar de esta paz interior.

-Yo no me he quedado sin fiesta, me lo he pasado teta, pero sí que es verdad que esperaba poder estar a la altura.

-Cari, que me he corrido cinco veces, prefiero mil veces eso antes de que se te ponga dura, sinceramente. Yo si me haces esto dos veces por semana te contrato.

-Me parece genial, pero cuando mi polla decida arrancar, vas a flipar, chavala.

-¿Eso significa que follaremos otra vez?

-Si tú quieres, puedes estar más que segura, aún tengo que enseñarte todo lo que sé hacer.

Cariño, estoy más que dispuesta. (Eso no se lo dije, pero lo miré con cara de ‘estoy más que ready pa tu cherry’).

Y nos dormimos, casi hora y media porque le sonó el despertador. Dormimos, abrazados, dos desconocidos que habían hecho match en Tinder. Es que cuando sonó la alarma era todavía menos creíble, me dio beso de buenos días, se metió a la ducha y yo me quedé ahí, quieta, en su cama, sonriendo, flipando colores. Quién era esta Karma y dónde estaba la de verdad. Salió de la ducha oliendo a macho ibérico hunga-hunga, cómo me gusta ese olor de colonia de tío fuerte, SEÑOR MÍO. Nos volvimos a besar, nos volvimos a calentar, me dijo que parase, que se tenía que ir a currar y nos desayunamos unas magdalenas industriales con colacao. Me pedí un uber, me acompañó a cogerlo, me besó muy fuerte y nos despedimos.

Cuando estaba a las ocho de la mañana metida en ese coche, sintiéndome como Cersey en el camino de la vergüenza, sonriendo por la ventanilla, me dio un golpe de realidad y de pensamientos tóxicos de mierda que no estoy acostumbrada a tener, pero es que la inseguridad siempre está aguardando a la vuelta de la esquina cuando menos te lo esperas: ‘¿y si ha sido cosa de una noche? ¿y si no le gusto de verdad? ¿y si lo único que quería era llevarme a la cama? ¿y si en realidad no le gusto? ¿y si? ¿y si? ¿y si?…’ Supo callarme desde la otra punta de la ciudad, con una sola línea en WhatsApp:

‘No sé tú, pero yo estoy deseando repetir’.

IG: @tereburbujea

Si os mola, hacedmelo saber, podéis leer la segunda parte pinchando aquí.