Lee Karma Parte 1

Lee Karma Parte 2

 

Cuando llegué a casa después de haber pasado una de las noches más puto maravillosas que recuerdo en mi vida lo normal hubiera sido ducharse y dormir un poco, es lo que hubiera hecho cualquier ser humano que no estuviera tan eufórico como yo, pero claro, después de Leo y sus dedos de pianista cualquiera podía conciliar el sueño a media mañana.

Esperaba encontrarme a Roberto en el piso, mi compañero desde hace once años. Nos conocimos en un grupo de Facebook cuando teníamos 18, era de estudiantes provincianos que se mudaban a la capital y necesitaban compañeros de piso. Roberto ha cambiado bastante desde que lo conocí hasta lo que es ahora, se podría decir que Madrid le ha abierto las puertas del cielo y de su propia persona y ahora, por fin, es quien siempre había querido ser. 

Cuando lo conocí siempre iba a clase con gabardina y camisa, maletín y náuticos. Se sentaba en primera fila, deslumbraba a toda la clase con sus conocimientos sobre política internacional y fingía ser hetero, es algo que nunca le salió del todo bien, para qué nos vamos a engañar -Rober, si me estás leyendo, te quiero mucho, pero de macho alfa no has dado el pego en tu vida-. Ahora se podría decir que las camisas en su armario son dos que nunca se pone, que tiene unas converse que no se quita jamás y que se ha tirado a medio Chueca. No hablo de Chueca como comunidad de vecinos, me refiero a cualquier gay que haya pisado ese barrio alguna vez en su vida. Si eres gay y has estado ahí, te has tirado a Rupert y si no lo has hecho tienes un amigo que sí. Ley divina.

El caso es que cuando llegué él no estaba, estaría currando en la tienda de Roberto Verino que no le hace feliz, pero sí le aporta un sueldo maravilloso con el que mantenerse él, nuestra casa y la gatita bella que tenemos desde hace tres años, Mandarina. ¿Qué hice ante la perspectiva de tener todo el hogar para mí misma? Lo que hago siempre que estoy muy feliz o muy triste: cocinar. Se me puso el chocho repostero, me puse mi playlist ‘así cocina, así así’, en la que te puedes encontrar desde la Bilirrubina, hasta Simple Plan, pasando por Laura Pausini y me puse manos a la masa, creo que la mejor tarta de zanahoria que he hecho en mi vida fue esa, probablemente fuera porque estaba inspirada, pero peña, os juro que la mejor cafatería de Malasaña os cobraría cinco euros por una mil veces peor.

Llevaba ya unas cuantas horas sin hablar con Leo, durante su horario lectivo desaparecía por completo, aún a sabiendas de eso, no os negaré que mirara el móvil cada cinco minutos pa por si acaso. Se mantuvo fiel a sus principios y no sacó su teléfono móvil en toda la mañana para decirme absolutamente nada. Estuve haciendo la famosa tarta más de tres horas, entre el bizcocho, la crema, los tiempos de espera y movidas varias, ya eran las doce de la mañana y qué queréis que os diga, él estaría dando clases, pero yo no, así que no tuve más remedio que pasarle una foto del resultado final y preguntarle:

– ¿Quieres un trocito?’ –guiño, guiño-.

Ante la ausencia de respuestas tuve que seguir con mi vida, me entró bajón del bueno y agradecí a la vida no haberme reincorporado todavía al curro de vendedora de audífonos que ejerzo en Manuel Bacerra, que no está nada mal, amo a mi jefa Alejandra y me paso la tarde hablando con viejitos majísimos que cuando no me traen un café me compran un décimo de lotería, pero la perspectiva de estar recién follada, recién duchada y recién dos veces desayunada, se planteaba como una forma maravillosa de acabar de hacer la mañana redonda echándome la siesta de la revenida, se duerme antes de la comida. 

Pues ahí estaba yo, en mi cama feeling good as hell, recomprobando por quinta vez que Leo no me había escrito cuando me dormí dulcemente durante cuatro horas y media. Ella es así, la siesta o se la echa bien o no se la echa. Me desperté y lo primero que hice, ¿adivináis qué es? Evidentemente, coger el móvil.

– No quiero un trozo de esa tarta, me la quiero comer entera, me lo merezco después de lo bien que hice que te lo pasaras anoche. 

– ¿Entera? Tú estás flipao, tampoco me corrí tantas veces. –Confiaba en que tardara en contestarme por lo menos media hora, pero esa es una de las cosas que más me gustan de este hombre, te contesta cuando te tiene que contestar, no hace caso del mamoneo de esperar X minutos para que no parezca que está desesperado-.

– ¿Ah no? Yo creo que llevé la cuenta y fueron unos cinco… ¿Cinco son pocos? No te preocupes, que si me dejas descubrimos tu límite. 

– Querido, yo no tengo de eso y si es contigo menos. 

– Eso ya lo veremos. 

– ¿Cuándo? 

– Cuando tú quieras. -Corazón saliéndose del pecho en 3, 2, 1…-

– ¿Parezco muy el protagonista de You si te digo que a mí me apetece hoy mismo?

Jajajajaja, estoy más que segura que eres peor que Dann Humprhey, pero fingiré que no me importa. Voy a cancelar los otros siete planes que tenía para hacerte un huequito. 

– ¿En media hora en Atocha?

– Tú flipas, me tengo que duchar, vestir, maquillar y llegar, necesito mínimo hora y media. 

– En cincuenta minutos te quiero allí. 

– En noventa y da las gracias. 

 

Me puse tan guapa como nerviosa estaba, no me preguntéis por qué, yo tampoco lo sé. Cogí mi blusa de lunares, mis vaqueros de tiro alto, mis Dr Martens, mi buena raya del ojo compitiendo con la de cualquier felino callejero y un poco de carmex en los labios, única droga que me permito y a la que me considero fielmente enganchada, lo uso aunque no tenga los labios cortados. Me puse el perfume de los findes de semana (sí, tengo uno para diario y otro para ocasiones especiales), eché un último vistazo al espejo de cuerpo que tenemos el salón, pensé que nunca en mi vida había estado más pibón y me dispuse a salir.

Justo cuando iba a abrir la puerta apareció el hijo pródigo, mi inoportuno Roberto:

Eh, eh, eh. ¿Dónde vas a estas horas? -Olfatea el aire-. Llevas a la Yves Saint Laurent puesta, cacho guarra, ¿¡A DÓNDE VAS?!

Con el chico de Tinder otra vez, que hemos quedado en Atocha y como no me dejes salir voy a llegar tarde y no puedo llegar tarde porque es el amor de mi vida. 

Perdona guapa pero no, el amor de tu vida soy yo. Así que dejas el bolso, te sientas cinco minutos y me cuentas absolutamente todo lo que te ha hecho ese pobre diablo para que tengas esa piel tan radiante. 

-Ni de coña, Rober, que llego mazo tarde, te lo cuento mañana. 

-¿¡Cómo que mañana, furcia sin escrúpulos?! ¿¡No piensas dormir hoy tampoco aquí?!

-No lo sé, yo me dejo llevar. 

-¿¡Pero cómo que te dejas llevar?! ¿¡Quién eres tú y dónde esta Karma?!

-Se perdió ayer entre el cuarto y el quinto orgasmo.

-¿¡PERO SI SERÁS GUARRA?! QUE PASES AHORA MISMO A CONTÁRMELO TODO. 

-Que no paso, te lo cuento mañana, te lo prometo. 

-Lo que te dé la gana, dimito como tu Paquita Salas de forma oficial. Ya puedes buscarte un representante nuevo, un amigo nuevo, un compañero de piso nuevo y una vida nueva, porque sin mi, cariño, no vas a llegar a ninguna parte. 

-No seas sucio y me hagas sentirme mal, idiota. Estuvimos ayer en Lavapi y…

-Lavapi, que pordiosero, me encanta. 

-¿¡Puedes no interrumpirme?!

-Perdón, ya me callo. 

-Pues eso, que estuvimos en Lavapi, tomando cervezas cinco horas, luego paseamos una más, el paseo fue a desembocar a su casa y…

-Qué casualidad, la gente pensando que todos los caminos llevan a Roma y resulta que en realidad te conducen a la cama del Justin Bieber este. 

-No tiene nada que ver con Justin Bieber y fue casualidad. 

-Tú eres tonta y en tu casa no lo saben, este quería kiki y con arte y disimulo te llevó a sus aposentos, sin que se notara mucho, pero cariño, es un hombre y los hombres no acaban en el portal de su casa sin darse cuenta. Pero yo me alegro, eh. ¿Te lo follaste?

-Más o menos, a él no se le levantaba. 

-¡Ah! -grito digno de lo maricón que es- ¿Aún está colgado por la ex? ¿Es gay y me lo vas a presentar? ¿Estás tan desentrenada que ya no sabes follar? ¿Era virgen?

-Tú eres subnormal.

-Lo sé y me encanta.

-Me voy.

-Espérate, que llevas el pelo como una leona interespacial y necesitamos que estés como una leona de la sabana. -Empieza a toquetearme el pelo como el peluquero que se cree que es.-

-Déjame, que a mí me gusta así. 

-Ya, pero es que no te tiene que gustar a ti. 

-Sí que me tiene que gustar a mí. 

-Que te calles y me dejes. -Se sacó una orquilla del bolsillo, me recogió un lateral, me dio volumen en el otro lado y me dio su bendición.- Ale mi niña, folla mucho y recuerda: ‘cuando le comas la polla…

…siente que haces arte como Sorolla’. –Le terminé la frase.

Ale, a pintar cuadros. 

Y así con la bendición de una de las personas que más quiero en el mundo, me encaminé sin yo tener ni idea a una de las noches más bonitas de mi vida.

Llegué diez minutos tarde y sin saber cómo actuar. ¿Qué haces cuando ves a una persona a la que te has tirado, pero que en realidad prácticamente no conoces de nada? ¿Le das dos besos? ¿Un abrazo? ¿Un morreo que lo deje sin aire? ¿Lo saludas levantando la cabeza levemente? ¿¡El símbolo del distrito doce?! Todas esas preguntan pasaban por mi cabeza mientras me acercaba a él, me estaba esperando apoyado en el muro de la estación de Atocha, justo enfrente del Diamante, bar conocido por su famoso bocadillo de calamares. ¿¡Se puede saber qué hago pensando en calamares cuando tengo delante a un gigante precioso al que no sé cómo saludar?! Llegué hasta donde estaba, me planté delante de él, me quedé quieta en plan polo de hielo y con los dos brazos a los lados lo miré y le dije:

-Holi. 

-¿Holi? ¿Ya está? ¿Así es como me vas a saludar? 

-Pues no sé, ¿cómo quieres que te salude? -Se puso de pie, frente a mí, otra vez. Qué pequeña me hacía sentir que fuera tan grande. Me miró a los ojos, profundo, como solamente él me había mirado hasta la fecha-

-Se me ocurren varias maneras, pero bueno, ‘holi’ me parece suficiente. Vámonos, anda. 

Y el tío empezó a andar. Ni beso, ni dos besos, ni abrazo, ni nada. 

-Oye, patas largas, baja el ritmo que aquí la Oompa Loompa -Umpa Lumpa para los fieles- te tiene que seguir el ritmo.

-Aprieta el paso morena, que al final no llegamos. 

-¿Pero a dónde vamos?

-Ya lo verás es aquí al lado. 

-¿Pero tenemos prisa? 

-Sí, porque tengo muchas ganas. Quiero ir desde hace dos años y nunca voy porque no tengo con quién. 

-Eh, eh, eh. Frena caballo, ¿¡a dónde vamos?! -Tuve que correr varios pasos para poder alcanzarle, cogerle de la mano y estirar para que parase en seco. Y ahí estaba la corriente, la electricidad de la que habla Carlos Sadness, la complicidad de alta tensión. Cuando le toqué os juro que sentí la hormiguitas correrme desde las yemas de los dedos hasta lo alto de la nuca, provocándome un escalofrío de mil pares de narices-.

-¿Qué ha sido eso?

-Yo tampoco lo sé. 

-No dejes de hacerlo.

-Pero si no hago nada. 

-Por si acaso. 

Y sin soltarme la mano siguió andando, él un paso por delante. Os juro que si nos llegáis a ver pensáis que somos padre e hija de camino al cole que llegamos tarde y bueno, con la actividad que me tenía preparada el colega, bien podía ser una cita de padre-hija. Coge el tío y se me para delante del Reina Sofía, por la parte de la plaza de Santa Isabel, frente a la pista de hielo super cutre que montan ahí cada Navidad, con olor a castañas asadas y a puestos de mercadillo navideño.

-Ni de coña me pienso meter ahí, no he patinado en mi vida sobre tierra, estás tú que lo hago sobre hielo y encima contigo. 

-¿Y qué pasa porque sea conmigo?

-Pues que te conocí ayer y no tengo confianza y me voy a caer y voy a hacer el ridículo y paso. 

-¿Cuál es el problema de hacer el ridículo? 

-Pues que te voy a dejar de gustar. 

-¿Quién ha dicho que me gustes?

-Mira, que te den. Me voy a mi casa. 

-Que no, que es coña. De verdad que llevo años queriendo venir aquí y nunca tengo con quién, hazme este favor y luego vamos a donde tú quieres. 

-Pero Leo por Dios, que solo hay niños ahí dentro, ¿dónde os vais a meter tú y tus dos metros?

-Tienen patines del 46, que ya he preguntando.

-Eres insoportable. 

-¿¡Eso es que sí?! –¿Cómo es posible que un señor de treinta años se convierta en un niño de cinco la mañana de Reyes solo con mirarte?-.

-Si me mato, te mato. 

-Hecho. 

Y queridos míos, así es como comenzó la cita más bonita de toda mi vida.