Salir del armario a los 50 o cómo decirle a la familia que eres lesbiana tras un divorcio inesperado

 

Imagino que no soy la única que a veces siente una especie de malestar, una sensación molesta que no llega a ser un dolor físico, que te incomoda y te tiene alerta.

Como si tu cuerpo te estuviese avisando de que tiene un presentimiento, que va a ocurrir algo o que algo va mal.

Pero no logras descifrar el mensaje y lo único que tienes es esa desazón.

En mi caso no es algo que sucediese de forma ocasional, sino que he vivido desde que recuerdo y hasta los cincuenta con esa sensación pulsando en las venas y recorriéndome de la cabeza a los pies.

No sabía interpretarla, no sabía a qué achacarla.

Hasta que conocí a cierta persona que me dijo cosas y me expuso realidades que me hicieron reflexionar. Algo en mi cabeza hizo click cuando esa mujer me hizo una pregunta que así, tan de golpe y porrazo, me pareció una broma.

¿Qué era eso de que me planteara si no me atraían más las mujeres que los hombres? ¡Qué tontería! ¿En qué se basaba? ¿Tenía pruebas de ello?

Entonces probó y… acertó.

Y de pronto un día me levanté de la cama con la certeza de que toda mi vida era un error. No, no un error. Una mentira, que es aún peor.

Fue un shock llegar a esa conclusión a mi edad, no obstante, todo tenía tanto sentido que no pude más que aceptarlo con la mejor actitud y con ganas de hacérselo saber al mundo.

Me preparé un café, me di una larga ducha y, después de una hora mirando al infinito a través de la ventana, supe que ya no había vuelta atrás.

Estaba decidida, pero no por ello lo que me proponía hacer iba a ser menos duro:

 

Salir del armario a los 50 o cómo decirle a la familia que eres lesbiana tras un divorcio inesperado.

 

Todo un reto, sí señor. Que no se diga que la cosa no se pone trepidante cuando llegas a cierta edad.

Tenía medio siglo de vida, un hijo veinteañero, unos padres conservadores, un exmarido a estrenar, un piso a la venta y un perro cuya custodia aún estaba por cerrar.

Pero… fácil o no, tenía que hacerlo.

Me lo debía a mí misma.

El primero a quien informé de lo que sucedía fue mi marido. Exmarido, perdón.

Llevábamos tres meses viviendo separados y estábamos a punto de firmar el divorcio. La separación se produjo de mutuo acuerdo, ambos sabíamos que llevábamos muchos años siendo solo compañeros de piso. Creo que cuando nuestro hijo se independizó nos dimos cuenta de que no tenía sentido seguir manteniendo un matrimonio por la costumbre o por unas apariencias que nadie necesitaba.

Nos queremos mucho, pero no nos amamos, por más que le cueste a nuestro entorno entenderlo.

Él tampoco me ama ya, pero aún le dura el mosqueo.

No lo entiende, cree que le he engañado todo el tiempo que duró nuestra relación.

Y yo puedo entender su desconfianza, aunque eso ahora ya es su problema. Es él quien debe lidiar con lo que mi confesión le provoca.

Yo quería contárselo porque sentía que de alguna manera se lo debía. Por lo que hemos sido juntos. Por lo importante que ha sido para mí.

Pero hasta ahí.

No me voy a disculpar por ser quien soy. Si para él es difícil que se ponga en mi lugar, a ver cómo se siente.

Ya lo superará.

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Fui a ver a mis padres como cualquier día, como si fuera una de mis habituales visitas. En cambio, por dentro… no recuerdo haberme enfrentado a ellos con aquel estado de nervios ni cuando me pillaron fumando marihuana el instituto.

Aún estaban haciéndose a la idea del divorcio, no estaban preparados para más novedades. Pero no lo demoré. Les dije que quería hablar con ellos y les di un rodeo tal que mi madre terminó preguntándome si lo que les estaba intentando contar era que había sido infiel a mi ex.

Así que volví a intentarlo y se lo solté tal cual: lo que os intento decir es que soy lesbiana.

Mi padre no volvió a decir palabra y a día de hoy no ha vuelto a sacar el tema. Es mayor y un hombre de los de antes. Si no se habla de algo, no existe. Y él es más feliz haciendo como que no hemos tenido aquella conversación.

Mi madre es de otra pasta, pero, con eso y todo, cree que sufro algún tipo de enajenación gay transitoria a causa del trauma de la separación o un efecto secundario extraño de la menopausia.

 

No les culpo y no me duele. Realmente sus reacciones han sido mejores de lo que esperaba y, con sus reticencias y un poco a su manera, sé que tengo su apoyo.

 

Mi salida del armario más reconfortante fue la que hice ante mi hijo.

‘Madre mía, mamá’, me dijo, ‘te has tomado tu tiempo, eh, pero mira, nunca es tarde, enhorabuena’. Y acto seguido añadió, ‘¿me puedes prestar tu coche este fin de semana? Voy a una casa rural con los colegas y me acaban de decir en el taller que al final no me dan el mío hasta el lunes’.

Mi niño es joven, moderno y, según nos informó hace unos años, pansexual. Un concepto que, ironías de la vida, me costó entender por aquel entonces.

Parecía obvio que, si alguien iba a reaccionar bien, ese era él. Sin embargo, yo albergaba mis dudas y fue un alivio muy grande ver que le daba la misma importancia que si le acabara de decir que me iba a teñir el pelo de rubio.

 

Pensaréis que tampoco tenía necesidad de poner al corriente a mi entorno, no obstante, desde el punto y hora en que lo supe, quise compartirlo con los míos.

Quería que me acompañaran en mi autodescubrimiento.

Me ha llevado más de media vida descubrir mi identidad, ahora quiero ser 100 % YO en todos los ámbitos y en todo momento.

 

Anónimo

 

 

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