Esta mañana leía este testimonio y casi me echo a llorar yo también, porque desde que se desató el movimiento #MeToo me he dado cuenta de que no conozco a NI UNA sola mujer que no haya pasado por algo parecido: acoso e incluso violación encubierta.

Me desarrollé muy rápido en una época en que las chicas de mi edad apenas tenían formas, y antes incluso de tener educación sexual me acostumbré a que los hombres me dijeran por la calle asquerosidades acerca de mi cuerpo y de mi boca.

A los 19 años trabajaba en la recepción de un hotel, era mi primer trabajo, y de la noche a la mañana cambiaron al director. Un hombre bastante mayor que yo, separado de su familia temporalmente por el nuevo cargo, y que apenas hablaba español. Al principio hablaba conmigo de cosas triviales, se interesaba por la nueva población, nuestras costumbres, y yo le seguía la conversación. Pero de repente empezó a querer invitarme a cenar, y el colmo llegó el día en que me dijeron que le había pedido al jefe de recepción que me diera libre el siguiente finde para así poder salir con él. Acojonada, me despedí del trabajo y me tuve que poner a buscar otro desesperadamente porque en mi casa hacía falta el dinero.

Mi siguiente trabajo fue prácticamente rodeada de hombres que, en cuanto podían, se rozaban conmigo en los pasillos, y uno incluso una vez, aprovechó que yo estaba de espaldas para empujarme y frotarme bien su paquete contra mi culo mientras me susurraba al oído lo mucho que le gustaría correrse entre mis tetas.

A los 21, me gustaba un chico de mi clase en la facultad. Una noche me invitó a salir, estábamos tomándonos unas copas, al cabo del rato quiso que fuéramos a su casa y estando allí, yo quise entablar conversación pero él se me echó encima. Era la primera vez que un tío me ponía a cuatro patas y me follaba duro, me asusté, y cuando le dije que parara, me hacía daño, aumentó el nivel y me dio por todos lados mientras yo lloraba. Cuando terminó, se levantó, se fue a la ducha, yo recogí mis cosas y me fui de allí con la cara emborronada de rimmel y sintiéndome muy culpable por haber accedido a ir.

 

A los 30 y pico salí una noche con amigas, nos emborrachamos bastante y conocimos a un par de tíos que estaban de paso. Lo poco que recuerdo de aquella noche se reduce a estar en el baño, y de repente aparecer uno de ellos, morrearme y empujarme al suelo mientras se sacaba la polla del pantalón y me la metía en la boca sin mediar una sola palabra más.

Durante años follé con mi pareja estable sin apenas tener ganas pero por tener paz, y si salía con mis amigas, me iba “follada de casa”. Una especie de ritual de macho para que yo anduviera por ahí marcada por él, no fuera a ser que a otro se le ocurriera acercarse a mí.

 

Y nunca se me hubiera ocurrido pensar que todas estas situaciones, y otras menos traumáticas pero igualmente casi obligadas, eran acoso o violaciones encubiertas. Hasta que cuando tenía 40 y pico años alguien dijo #MeToo, y recuerdo estar aterrorizada ante la idea de que a todas nos habían sucedido cosas similares desde adolescentes, no se salvaba ni una.

Por eso quisiera desde aquí decirle a esta chica que no sienta asco de si misma, que lo hable, que se lo cuente a su novio, que se apoye en sus amigas que además presenciaron el acoso, y sobre todo, que denuncie a ese fulano, sea en público o en privado. Pero que no calle, que no ayude a normalizar esas situaciones, como hicimos todas antes que ella, y que no permita que pase media vida, como me sucedió a mi, y a tantas, antes de decirlo bien alto. Porque el sexo es cosa de dos y debe ser siempre consentido por los dos, y si uno dice no, es que es no. 

Pandora