Mi amiga Susana y yo crecimos juntas. Al llegar a la universidad yo me mudé a otra ciudad y ella dejó los estudios y se puso a trabajar en la zapatería de su padre. Es cierto que siempre nos tuvimos mucho cariño, pero la distancia, el tiempo y el tipo de vida que llevábamos cada una, nos separó bastante.

Siempre que iba de visita a ver a mi familia intentaba aprovechar para verla. Me hacía mucha gracia ver lo poco que teníamos en común ahora. Ella ya llevaba una vida independiente de mujer trabajadora que paga sus facturas y se busca la vida. Yo compartía piso con dos compañeras de la facultad, vivía de mis padres y mi máxima preocupación era que ese año tenía clase el viernes por la tarde. La veía a ella mucho más avanzada que yo, tomaba sus propias decisiones sobre su vida y me parecía mucho más madura de lo que yo era en ese momento.

Pasados ya bastantes más años de los que me gusta reconocer desde que acabé la carrera, yo me mudé nuevamente a otra ciudad bastante más lejos de donde nací y allí eché raíces. Hice mi grupo de amigos, encontré el trabajo de mi vida, me compré un piso pequeñito para mi sola… Susana seguía en la zapatería del padre, pero este quiso jubilarse y, poco después, ella cerró la tienda porque estaba harta de aquella vida. Quería un cambio.

Volvimos a hablar gracias a las redes sociales. Ella me contaba que quería salir de allí, que llevaba demasiado tiempo en el mismo lugar, cansada de la gente y sus prejuicios y arrepentida de no haber visto más allá de los botines de invierno en rebajas en toda su vida. Se había centrado tanto en la tienda siempre, que no había hecho grandes amistades cuando yo me fui, no había viajado nunca… Yo la animé. No éramos niñas, no podría retroceder en el tiempo, pero tampoco había terminado su vida, estaba a tiempo de hacer lo que quisiera con ella.

Un tiempo después me empezó a hablar de un chico con el que hablaba. Le gustaba mucho, tenían muchas cosas en común, entre ellas sus ansias de viajar y vivir la vida más intensamente. Tardó más de un mes en confesar que lo había conocido en una red social para buscar pareja y que, en realidad, aun no lo había conocido en persona porque vivía lejos. En concreto vivía en mi ciudad y por eso me lo contaba, pues le gustaría venir a conocerlo y quería saber si, en caso de que las cosas no fuesen como debían, tendría dónde pasar la noche. Le dije que sí, que contase con mi casa para lo que necesitase. Entonces Susana llegó a la ciudad. Yo la recogí, fue bonito reencontrarnos después de tanto tiempo. Desayunamos y cotorreamos un rato hasta que se fue a su cita para comer con su nuevo chico.

A las 12 de la noche me escribe para preguntar si puede dormir en mi casa. Al parecer las cosas habían ido muy bien, pero para él era demasiado íntimo dormir juntos la primera noche (a pesar de que le llamaba “mi novia” desde antes de verla en persona). Yo le dije que no tenía problema y allí vino, enamorada totalmente de aquel chico que, a mi forma de ver, la había echado de su casa de madrugada.

Siguió viniendo cada semana, a veces cada 15 días, a verlo. Pero siempre era el mismo cuento, se veían en casa de él, jamás fuera, y no le dejaba quedarse a dormir porque era demasiado para él.

De pronto un día me la encontré de nuevo por allí. No me había avisado de que venía y es que estaba hospedada en un hostal, pues había encontrado trabajo en una zapatería cerca de mi casa y había aprovechado la oportunidad de estar cerca de su chico y no seguir fundiendo sus ahorros en gasolina.

Quedé con ella más tarde. Me contó que, con las exigencias que ponen ahora para los alquileres, no encontraba nada para poder meterse que fuera medio digno, así que mientras estaba en una habitación de un hostal pequeñito que no le cobraba mucho, pero que no le permitía tampoco tener todas sus cosas consigo. Yo le pregunté si le cobraban igual los días que dormía con su novio (a ver si así me contaba lo que ya sospechaba) y es que en realidad seguía sin poder dormir allí. No sólo no dormían juntos, si no que no la había llevado a cenar, al cine ni a ningún sitio que no fuera su casa. ella se estaba enamorando y para él, claramente, era un polvo a domicilio. No le presentó a ningún amigo no le propuso un plan para el fin de semana. Nada. Y ella seguía esperanzada de que, cuando él estuviera preparado, su relación florecería y vivirían juntos.

Esa noche le propuse que saliera conmigo. Quería enseñarle la parte de la ciudad que sola no se había atrevido a visitar: los locales de marcha. Así que nos vestimos, nos pusimos las purpurinas más brillantes y salimos a darlo todo.

Estábamos pasándolo genial cuando, en una discoteca, se puso pálida y me pellizcó el brazo. Allí abajo, en la pista, estaba su novio con unos amigos y SUS NOVIAS (esas que él decía que jamás iban con ellos y que a sus amigos no les gustaba mezclarse con las parejas de los demás). Bajamos a bailar muy cerca de ellos y uno de sus amigos se acercó a Susana. Ella creyó que la habría reconocido por alguna foto o algo, pero entonces él empezó a tirarle los tejos descaradamente. Susana se giró y miró directamente a su novio para ver qué hacía. Este la miró como quien mira pasar el tiempo, sin importarle lo más mínimo, mientras su amigo intentaba besarla a toda costa. Él, con su cubata en la mano, siguió a lo suyo como si no la conociese de nada.

Al día siguiente él le dijo que se amigo estaba muy borracho y que sabía que ella no haría nada, pero no se justificó por no haber siquiera saludado a la que, desde hacía ya varios meses, se suponía que era su novia.

Susana al fin abrió los ojos y lo dejó el mismo día que pudo alquilar un apartamento muy cuco cerca del mío. Las cosas que tiene la vida… Finalmente volvió encontrarse de marcha con el amigo de su ex y se enrollaron esa misma noche. Ella durmió en su casa.

Escrito por Luna Purple, basado en la historia real de una seguidora.

Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]