Porque sí, amigas. A veces es una putada tener que dejar a alguien. Sobre todo si lo dejas sin haber dejado de quererle. Por eso os vengo a contar mi historia. Una de tantas, supongo. Aunque os puedo asegurar algo: lo he hablado con amigos y familia… y nadie conoce un caso parecido. ¿Existirá alguna otra tonta, aparte de mí, que haya pasado por esto?

Nos conocimos en el trabajo. Yo salía de una relación tormentosa. Me había enamorado hasta las trancas y me habían roto el corazón, un corazón que intentó recomponerse por sí mismo… pero no pudo hasta que apareció él. Como diría mi madre, ‘hija mía, no sueltas una relación hasta que no encuentras otra tabla a la que agarrarte’. Malditas tablas.

giphy

Empezamos a tontear. Fue genial, como todos los principios, supongo. Esa incertidumbre, esa ilusión, esas ganas de descubrir y conocer a alguien nuevo. La primera cita… ‘¿Qué me pongo?’ Fotito de whatsapp por aquí, mensajito de Facebook por allá… Ay, amigas, la que me esperaba y yo sin saberlo…

giphy (1)

Nuestra primera vez fue brutal. Literalmente. Nunca había tenido tantos orgasmos seguidos y con tanta intensidad. Pero… ¿os podéis creer que no hubo NI UN MÍSERO BESO o caricia? ¿Verdad que no? Yo tampoco podía creérmelo. Sobre todo no podía creer cómo había podido disfrutar tanto sin esas cosas que yo consideraba esenciales. Pero lo dejé correr. Y pensé… ‘es por la falta de confianza, no nos conocemos’.

Vino una tercera cita. Y una cuarta, una quinta, una sexta. Nada cambió. Hacíamos el tonto, cantábamos, bailábamos, nos explicábamos mil historias, íbamos en moto, nos poníamos finos a cerveza y a cenas improvisadas, dormíamos haciendo la cucharita… Y follábamos. Follábamos duro. Pero no nos besábamos. JAMÁS. Ni nos cogíamos de la mano, ni nos abrazábamos, ni nos acariciábamos. En verano incluso fuimos juntos de viaje. El cuarto día de esa semana conseguí robarle un triste pico. Y ya está. Nos hacíamos llamar ‘novios’ pero nunca conocimos a nuestras familias respectivas, en un año y medio. Y yo, sin saber cómo ni cuándo exactamente, empecé a acostumbrarme. A acostumbrarme ‘entre comillas’, porque durante todo ese tiempo existió en mi un gran anhelo. Un anhelo que no me dejaba ser del todo feliz. Desgraciadamente, como dicen mis amigas, tengo mucho aguante…

¿Poco cariñoso? Quizás. Aunque con el resto del mundo lo era. ¿Escrupuloso? Puede ser. Aunque ‘entiendo’ que a alguien puedan no gustarle los besos. De hecho… podía entender incluso que no le gustara COMERME EL MERIDIANO DE GREENWICH, porque a gustos colores y más en el sexo (lo eché mucho de menos). Pero no creo que tengan mucho que ver los escrúpulos con los abrazos y las caricias. Así que… ¿qué coño pasaba? Os estaréis preguntando si hablé con él. En efecto. Soy comunicadora. Intenté por activa y por pasiva descubrir qué era lo que fallaba. Intenté dejar la relación tres veces. Al principio pensé que sería culpa de algún trauma por su anterior relación, de la que él nunca quiso hablarme. Después empecé a pensar que simplemente él era así… pero, ¿realmente hay gente así, sin más? ¿No es natural tener ganas de comerte a besos a tu pareja? ¿No está comprobado científicamente que los besos también dan placer? Él decía que yo buscaba el tipo de amor romántico que inventan las películas y que la sociedad dice que es el correcto. Y os prometo que intenté creerle y repetírmelo mil veces a mí misma. Sabía que él me quería a su manera, así que… ¿Por qué no me compensaba todo lo bueno? ¿A caso no podía vivir sin esas cosas?

Pues parece que no. Lo dejé hace una semana, por cuarta vez. Espero que sea la definitiva… pero duele, duele mucho. Éramos mejores amigos. Perdía el culo por él… pero ya no sabía dónde meter todo el amor que tengo por dar. A día de hoy sigo sin entender qué ha pasado con este capítulo de mi vida, por qué ha sido así y por qué he dejado que se me metan tantas mierdas en la cabeza tipo: ‘¿me huele el aliento? ¿Qué tiene de malo mi chichi? ¿Es realmente un problema mi hiperhidrosis palmar?’ Sin embargo, sé a ciencia cierta que mis anteriores parejas nunca tuvieron ningún problema con estas cosas. Así que solo puedo sacar una conclusión de todo esto: a veces no vale la pena intentar buscar a toda costa una explicación lógica. A veces es preferible dejar de preguntarse por qué y ver la realidad más sencilla: echaré de menos su locura, sus macarrones a la carbonara, su habilidad para provocar squirts, su forma de hacer que me olvidase de todo cuando estábamos juntos… Pero nuestras formas de querer no fueron nunca compatibles, y ya se sabe que con querer no basta. Ahora mismo, solo tengo clara una cosa: mis ganas locas de vivir ese tipo de amor que él aseguraba que la sociedad me ha obligado a anhelar.

Anónimo