No es que no me guste el hecho de pensar en ese hombre empotrador, poderoso, varonil, algo así como el iluminado de los hombres. Pero si bien es cierto que hay épocas en las a una le apetece un novio tranquilo, que se quede las tardes de lluvia viendo películas en el sofá, también lo es el hecho de que nos encante que entre anuncio y anuncio este mismo ser nos devore el alma a ritmo de lengüetazos. Pero ¿porque nadie dice nada sobre las mujeres? Las mujeres empotradoras, las míticas jinetes del oeste, las del chupete kojak y las contorsionistas del circo del sol.

Y es que a estas mujeres no hay que excitarlas para conseguir cacho, este tipo de mujeres son como una especie de volcanes, dormidos pero siempre con la lava candente. Y no se trata de que estemos cachondas pérdidas todo el día, se trata de saber el placer que conlleva echar un buen polvo. Y quien  mejor que nosotras para conseguirlo.

En primer lugar hablemos de la esencia:

¿La empotradora nace o se hace? Digamos de alguna forma que todas llevamos una empotradora dentro. Si bien es verdad que las épocas han cambiado y lo que antes significaba ejemplo de buena mujer era el ser callada y condescendiente, sumisa y eficaz. Hoy en día las mujeres hemos evolucionado a ser las generales de coitos, las amas con vara de cuero y lengua de terciopelo. Ya no se lleva eso de ser pulcra y tímida en temas de “alcoba”. En aspectos femeninos a nuestro parecer es posible afirmar que hoy en pleno siglo XXI cada una de nosotras lleva una pequeña genia malvada sexual en su interior.

Punto dos: ¿Cómo reconocer a estas mujeres? Difícil respuesta, si bien es verdad que como ya he dicho son como fieras dormidas que tan solo se ocupan de palpitar en la entrepierna en señal de agrado hacia cualquier situación excitante, también son propietarias de señales inequívocas de entusiasmo, ya sea a través de una mirada penetrante, un leve mordisco al labio o con la simple forma en la que se estremecen las piernas al cruzarse sobre nuestro mítico sexo, capaz de irradiar olores tan sutiles como sexualmente atrayentes. Porque si señores, que no se nos note no significa que el manantial no se humedezca cuando cae sereno del bueno.

Es por ello que lo realmente fantástico de ser mujer es poder estar tirándonos mentalmente al camarero del bar encima de la barra mientras sonreímos y damos las gracias por el café que nos acaba de servir.

Si chicos, no sois los únicos nosotras también os hemos follado una y otra vez en nuestras mentes, hemos palpado en nuestra imaginación cada parte de vuestro cuerpo, sobre todo las partes bajas. Os hemos comido, bebido y lamido uno a uno los centímetros de piel, y todo sin tan siquiera necesitar que nos digáis vuestro nombre. Lo bonito de ser sutil es el veneno que hay detrás.

Punto tres: Las empotradoras natas SI alardean, no es que lo publiquen en las redes sociales como estado del día, sencillamente es un tema natural que se incluye entre amigas, contar la experiencia tan sublime que pasamos la calurosa noche anterior chupando helado del cucurucho nunca está de más. Las amigas tenemos eso, que nos alegramos por la felicidad de las otras. Y nunca viene mal algún que otro consejillo extra para innovar entre sabanas.

Punto cuatro: Da igual cómo vaya vestida una mujer empotradora, puede ir tapada como una monja –a veces son las peores- o enseñando más cacho que en una playa nudista, que en el preciso instante que esta decida despertar el fuego de su foro interno os daréis cuenta –tarde- de donde os habéis metido. Y todo ello acompañado de rezos  “oh dios mío”, distintas indicaciones de tráfico “frena”, “sigue” , y como no los míticos tacos “joder” etc.

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Una vez alguien me dijo con respecto a la nueva moda de los libros de 50 Sombras de Grey –trilogía de la cual soy muy fan, como no- que no tenía la necesidad ni quería ir al cine a verla, ya que prefería escenificarlo entre sabanas a ver como otros lo hacían. Creo que ese fue el momento en el cual me di cuenta de lo poderosa que es la palabra, la fuerza que tienen algunas personas de crear sensaciones en nosotros sin la necesidad ni intención de hacerlo.

Es por ello que se puede llegar a una conclusión muy sencilla en todo esto, toda mujer es una empotradora nata, nos guste o no nos encanta ser dominadas, pero más aún poder dominar, en cualquier aspecto de nuestra vida podemos ver el claro ejemplo, la cuestión es que necesitamos de alguien que consiga estimular este gen dominante. No importa el chasis, lo realmente significativo es el motor, y como todos sabemos siempre es necesario un buen carburante para que la llama prenda a máxima potencia.

Así que ya sabéis señores “alfa”, haced que ella saque la empotradora que lleva dentro. Y disfrutad del mejor sexo que podréis tener jamás.

Autor: Liza Peter