Mi amiga Sandra me llamó desesperada hace cosa de un año. Su perra se puso enferma de golpe y, aunque ahora ya estaba bien, le tocaba poner en orden el desastre que había dejado en casa. Pues la pobre perrita se sintió mal y empezó a vomitar y con una diarrea terrible de un momento para otro. Tanto fue así que no le dio tiempo de moverse más de un par de pasos de su camita antes de soltarlo todo y… Ahí estaba ¡La alfombra nueva de mi amiga y su pareja!

Ella sabía que yo a veces le hablaba de los trucos de limpieza que iba encontrando en internet y me pidió consejo. Quería saber cómo haría yo para limpiar esa alfombra total y absolutamente llena de mierda (literalmente), porque en una lavandería en ese estado no se la recogerían.

Yo le conté mi truco del bicarbonato con el que sacaba las manchas de alfombras y colchones, pero claro, esa mancha no estaba fresca. Cuando la perra se puso así, tuvo que cogerla en brazos y llevarla al veterinario corriendo. Al parecer, algún desalmado había estado dejando comida con matarratas por la calle y era ya el tercer perrito en ese día que acudía con una intoxicación grave. Sandra, con la urgencia y la preocupación no pensó en la alfombra, obviamente. Cuando llegó a casa, horas más tarde y habiendo dejado a su amiga de cuatro patas en el veterinario en observación, se puso a lavar su abrigo, el suelo, bajó a limpiar el coche… Cosas bastante más urgentes de limpiar, pues Pedro, su pareja, había apartado la alfombra a un lado en su descanso del trabajo antes de ir a ver a su novia y a la perra al veterinario.

Pero claro, al pasar dos días, estar la perra ya fuera de peligro, haber conseguido recuperar las toallas (a base de varios lavados con lejía) con las que había protegido un poco su coche, y adecentar el resto de la casa, era hora de ocuparse de aquella preciosa alfombra de colores claros que habían elegido no hacía mucho y por la que habían pagado no poco dinero.

Ella preparó mi mezcla milagrosa para la alfombra, pero al extenderla en el suelo vio que su novio la había doblado así, tal cual, con los “tropezones”. Es decir, llevaba dos días cerrada con un montón de vómito y heces dentro. EL olor era insoportable, la mancha estaba totalmente adherida y las posibilidades de dejarla medio bien eran prácticamente nulas.

Pedro llegó al poco rato y se encontró a Sandra con una mascarilla y guantes, de rodillas, intentando limpiar aquello. Él hizo un amago de meterse con ella cuando se giró y vio su cara. No tenía muchas ganas de broma. ¿Cómo no había al menos quitado la mierda de encima? ¿Cómo no se le había ocurrido, por lo menos, avisarla de que la había doblado así? Él le dijo que había llegado con poco tiempo para comer y que solamente había razonado el quitar de la vista aquella plasta y envolverla para que dejase de oler y, al dejar de molestar a la vista y el olfato, no había vuelto a pensar en ella. Sandra estaba que trinaba. Llevaba dos días limpiando mierda en cada minuto libre, pendiente del veterinario y de que todo en casa estuviese dentro de unos límites de orden y limpieza. ÉL trabajaba muchas horas, si, pero exceptuando la visita al veterinario el primer día, en esos dos días solamente había puesto un lavavajillas y nada más. Sandra siempre había tenido la sensación de que llevaban bastante equilibradas las tareas de casa pero, en ese momento, se dio cuenta de que él solamente hacía las cosas que ella le pedía que hiciera y, la mitad de las veces, las hacía mal o no las terminaba. Era muy exasperante. Si recogía la ropa siempre dejaba un par de toallas en el sofá, dobladas si, pero sin guardar. Si limpiaba la cocina después de cenar, la mesa seguía a la mañana siguiente llena de migas y con las manchas de tomate que, al tener un hule de plástico, ya jamás saldrían. Si le pedía que fuera al super venía con la mitad de lo que necesitaban a pesar de que, evidentemente, la lista de la compra la tenía que hacer ella.

Cuando se dijo por primera vez “carga mental” en esa discusión, Pedro puso los ojos en blanco y llamó exagerada a Sandra. Le dijo que si tanto le suponía aquello, que tirase la alfombra, pero que por estar enfadada por llevar un rato teniendo que oler a mierda de perro, que él no tenía por qué aguantar su mal humor.

Pasaron varios días enfadados, pero Sandra no paraba de darle vueltas a la cabeza. No se había parado a pensar hasta ese momento que su pareja se escaqueaba de todo lo que podía y que ella debía estar pendiente de todas las tareas de casa (de limpieza y administrativas). Así que, sin decir nada, puso en cuarentena sus funciones autoimpuestas y empezó a comportarse como él. Lavaba su ropa, pero la de él quedaba en el suelo de la habitación, donde la dejaba cada noche. La vitrocerámica acumulaba tanta porquería que las ollas se quedaban pegadas, pero según Pedro, con el calor se iba limpiando. Se volvió ciega ante el polvo acumulado en los muebles y los pelos de la perra rodaban por casa como rodamundos del oeste. Pero ella, impasible, se sentaba a ver la tele después de cenar, igual que hacía él.

Siguió igualmente durante días intentando salvar la alfombra. Pedro, cada vez que la veía, le decía “Pero tírala ya, ¿no ves que no va a salir?pero ella era perseverante y, por sus narices que aquello salía. Al quinto día consecutivo de limpieza había conseguido quitar la mayoría. Finalmente la llevó a una tintorería y le explicó al pobre empleado lo que había pasado. Él le agradeció no haberla llevado el primer día y prometió utilizar todos los métodos de limpieza agresivos que estaban en su mano para solucionar aquello. A fin de cuentas, si estropeaba la alfombra, con la mancha no la iba a guardar igualmente.

Una semana más tarde, cuando ella ya estaba con sus niveles de estrés y ansiedad fuera de control por vivir en aquella pocilga que una vez había sido su hogar, la llamó el chico de la tintorería pidiéndole que se pasase por allí. Tras su enésima discusión con Pedro porque las facturas de luz y gas seguían colgadas del corcho sin pagar y porque llevaban dos días cenando comida a domicilio porque la nevera estaba vacía, acudió sin esperanzas a ver qué había pasado con su preciosa alfombra.

El empleado preguntó, antes de nada, cómo se encontraba la perra. Le pareció muy dulce por su parte. La perra estaba bien, pero le habían quedado secuelas en el intestino.

Cuando vio aquella alfombra, más brillante aun que el primer día, le dieron ganas de abrazar a aquel chico que, ahora que se fijaba, era bastante atractivo. Él le puso el brazo por encima del hombro entendiendo una parte de su desesperación y la animó con un empujoncito a sonreír. Entonces ella rompió a llorar. Y allí, con un desconocido, empezó a desahogarse de todas las cosas de las que se había dado cuenta desde que la perra había enfermado y que le daba vergüenza reconocer con sus amigas. Estaba triste, decepcionada…

No fue una sorpresa cuando, dos meses después, Pedro se fue de casa. La situación se había vuelto insostenible y ella se negaba a seguir viviendo en aquellas condiciones o asumir que, para siempre, le esperaba una vida de labores del hogar a tiempo completo mientras seguía intentado avanzar en su carrera. Ella quería que su pareja fuese su igual, no un adolescente rebelde al que enseñar, corregir y guiar. Así que, como aquel piso era de un tío de ella que se lo alquilaba barato, fue él el que tuvo que buscarse a donde ir y desaparecer de su vida.

Tampoco me sorprendió cuando me contó que, después de llevar el nórdico a la tintorería para que dejase de oler a su loción de afeitado, había quedado con el chico que había obrado el milagro de la alfombra. Hoy en día ya no lleva nada a aquel sitio a lavar, se lo lleva él de paso que sale a trabajar. Viven juntos desde hace dos meses y él siempre tiene la cena preparada cuando ella llega de trabajar tarde. Jamás se volverá a preocupar por la suciedad y el desorden y siempre tiene quien mire por su perrita cuando ella no está. Ahora solamente disfruta y, cuando los sábados toca “zafarrancho de limpieza” ambos se ponen sus peores galas y, con la música a todo volumen, bailan y limpian sin necesidad de que ninguno le diga al otro lo que tiene que hacer.

La última vez que los vi, tan enamorados y felices, ella me dijo “¿te imaginas que simplemente hubiera tirado la alfombra?” Y la verdad es que… Una simple decisión le cambió la vida por completo.

Luna Purple.

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