Ser profesora de secundaria y no morir en el intento
Es muy fácil criticar o despreciar el trabajo de los demás, sobre todo cuando nunca nos hemos dedicado a ello. Dicen que todo el mundo debería trabajar alguna vez en su vida cara al público y yo lo reafirmo, pero también creo que todo el mundo debería trabajar alguna vez en su vida de profesor de secundaria. A mí me gusta mi trabajo, me llena enseñar y formar a mis alumnos para que aprendan y sean personas de bien en el futuro. Pero es duro, muy duro. Nadie que no lo haya vivido puede ni tan solo imaginarlo.
La sociedad en general solo comenta nuestras vacaciones, nuestro sueldo y las pocas horas que trabajamos. Poca gente se da cuenta de que si es difícil convivir con un par de adolescentes en casa, más difícil es la convivencia de treinta en el aula. Cada vez más los profesores vivimos faltas de respeto graves, generando lo que se llama indefensión aprendida, acostumbrándonos a insultos o vejaciones como si formara parte de nuestro trabajo. Eso no significa que no queramos a nuestros estudiantes ni que muchos de ellos no sean maravillosos, pero puedo asegurar que son escasos los profesores de secundaria que no han sido nunca maltratados verbalmente por alguno de sus alumnos.
Ser profesor requiere de esfuerzo, disciplina y paciencia, mucha paciencia. Además, hay que estudiar mucho para llegar a conseguirlo, aunque para no morir en el intento la experiencia es la más sabia consejera. Gracias a ella, uno aprende donde está el límite entre ser duro sin llegar a ser desagradable y ser benevolente sin llegar a ser flojo. Hay que saber equilibrar los límites con el cariño.
Por otro lado, nadie es consciente de que además de la gestión de clase, que cada vez es más complicada, hay un gran esfuerzo detrás del aula: reuniones, correcciones, preparación de programaciones, exámenes, y cursos, y más cursos, porque los profesores siempre nos seguimos formando. En muchos trabajos se acaba a una hora olvidándolo al salir por la puerta. Eso es impensable si eres profesor e imposible si eres tutor, ya que tienes que lidiar con treinta familias, algunas más colaboradoras que otras, y ejerciendo de tutor 24/7.
Además, no solo se debe gestionar la conducta del estudiante, sino también la relación con sus progenitores. Hoy en día, cada vez que se escribe una observación negativa a un alumno, ahí están sus padres, cuestionándote. Evidentemente, el alumno les contará su versión, que siempre es “¡Si yo no he hecho nada!”. Nunca será su culpa. Algunos padres no les creerán, pero otros solo te dirán que no pueden dudar de su palabra, porque qué sentido tiene dudar de lo que les diga su hijo. Padres del mundo, los profesores no ponemos incidencias porque sí, lo cual además nos acarrea el doble de trabajo que no ponerlas.
Con todo esto, no quiero decir que no me guste mi trabajo, aunque sinceramente, cuando me he sentido saturada, he pensado en dejarlo y en dedicarme a cualquier otra cosa. Es cierto, que luego, la mayoría de alumnos, son muy agradecidos, y cuando notas su cariño, cuando te ríes con ellos, te olvidas de cualquier problema con el que hayas salido de casa.
Aun así, supongo que aquí diría lo mismo que muchas madres después de tener hijos, no me arrepiento de ser profesora, adoro a mis alumnos, y creo que es un trabajo que con los años puedo decir que se me da bastante bien, pero, puede ser también, que si volviera atrás mi carrera profesional iría hacia otro lado. No sé si llegaré a la jubilación siendo docente viendo como cada vez más las nuevas generaciones carecen de educación y respeto hacia nosotros, hacia los adultos y hacia la sociedad en general. El comportamiento de los adolescentes ha cambiado mucho desde que empecé como profesora, nuestro sueldo no ha subido apenas en todos estos años y cada vez la gestión de una clase de la ESO es más complicada. Sé que será muy difícil llegar a los padres, y mover consciencias, pero me gustaría que se diese más reconocimiento a nuestra labor en lugar de menospreciarla constantemente.
Una hora en una clase con treinta adolescentes es una hora con las alertas activadas cada segundo porque hay que estar pendiente de lo que hacen o no hacen estas treinta personitas. Y en medio de todo esto hay uno, dos o tres que no quieren trabajar, que quieren hablar en voz alta, que te quieren interrumpir, que no aceptan ningún tipo de norma contestándote cualquier improperio que uno pueda llegar a imaginar. Además, debemos añadir que trabajamos con grupos heterogéneos, dando cabida a diferentes dificultades y diversos niveles cognitivos sin poder estar cien por cien por cada uno de ellos.
Así pues, a pesar de ser un trabajo totalmente vocacional y gratificante algunas veces, dedicarse a la docencia cada vez se está complicando más por la diversidad de alumnado en las aulas y las grandes ratios. Si sumamos las familias que no colaboran, todo se hace muy difícil. No nos damos cuenta como sociedad de que cada vez faltan más profesores, que si no es muy vocacional ya no compensa, y que nos quedaremos sin ellos. Si no, tiempo al tiempo.
Por lo tanto, es una labor social entender que hay que trabajar conjuntamente con el profesorado para poder tener una educación de calidad y convertir en personas con notables valores a nuestros queridos adolescentes. Y si alguien cree que un profesor vive tan bien, de verdad, que estudie una carrera, un máster, haga oposiciones o entre en un colegio privado, que trabajo no le faltará.
Hay escasez de profesores de secundaria en muchas comunidades, si vivimos tan bien, ¿por qué será?