Hace unos días, una amiga me contó cómo le fue en una fiesta de cumpleaños y no he podido dejar de darle vueltas al tema. Como dicta la nueva normalidad, eran pocas personas, todas esperando en una sala muy bien decorada. De repente, la homenajeada que celebraba su entrada en la treintena, apareció vestida de blanco y alzó la voz con un: «Bienvenidos a mi boda, me caso conmigo misma». Nunca había oído una historia semejante y la idea me parece brutal. 

Estoy harta de los convencionalismos. Además, las mujeres los sufrimos mucho más. Y en cuanto te sales de la línea pautada, mal. Pues mira, que le jodan a la línea y a quien la puso ahí. Casi todo en esta vida es opcional y el matrimonio no es una excepción. No tenemos que casarnos porque toque, ni porque esté de moda, ni porque todos nuestros amigos lo hagan. No tenemos que vivir en pareja. Ni encontrar a ese alguien. Ni compartir nuestra vida. Podemos estar solas, sin más. No hablo de aislamiento social o de hacerse ermitaña de las montañas, sino de prescindir de la vida en pareja.

Llegadas a este punto, viene una bifurcación: soledad por elección o soledad porque no toca otra. Si eres de las primeras, poco más que añadir. Te darán consejos que no has pedido y hasta puede que te juzguen, pero eh, olé tu papo. Si perteneces al segundo grupo, olé tu papo también y sigue leyendo. El miedo que se instala en tu interior es jodido de gestionar porque aceptar la soledad no es fácil. Escúchate, permítete sentir todas las emociones que te han llevado a estar aquí. Ríe, llora, grita. Qué les den, porque no te han rechazado, más bien no te han merecido. No tengas prisa, aceptarla es un proceso. Disfrútate. Pide ayuda si lo crees conveniente. Sigue escuchándote. Y cuando estés lista, el empoderamiento ocupará su lugar.

 

Laura Pons

@mrspons