Para ser totalmente sincera yo apenas sentí ni un solo síntoma los días previos a enterarme de que estaba embarazada. De hecho diré más, la noche anterior a hacerme el test de embarazo sentí un dolor idéntico al de la regla. Muy intenso, un cólico de los de toda la vida. Y como la cabeza no para, también noté en mi cuerpo que la maldita había llegado una vez más.

Lo que quiere decir que cuando me levanté de la cama dispuesta a ver una compresa en plena fiesta y lo que me encontré fue el blanco nuclear… no me lo podía creer. De ahí en adelante tuve un embarazo la mar de tranquilo, con ciertos cambios que las hormonas me regalaron, pero sin mayores contratiempos (al menos hasta las últimas semanas).

Aún así, gracias al gran elenco de mujeres que me rodean, sé de buena mano que sentir cosillas extrañas o fuera de lugar antes de descubrir que efectivamente estás esperando un churumbel, es de lo más habitual. Por lo tanto aquí tenéis una breve recopilación de cómo tu cuerpo puede avisarte de que ‘hay bollito en el horno‘.

Gases imparables

Todos nos tiramos pedos, eso es lo normal. Pero lo que yo sentí aquellos días no era ni por asomo lógico. Al principio lo achaqué a lo que había comido, así que eliminé de la dieta todo aquello que me produjera esas flatulencias que eran como bombas. No hubo manera, me pasaba el día en el trabajo aguantándome los pedos e imaginándome que saldría volando como un globo. Mi marido llegó a decirme que ahora era inflamable… Una semana después no me bajó la regla y mi primer y único test dio positivo. Mis gases fueron una traca premonitoria.

Sangrado nasal

Jamás me había sangrado la nariz, al menos no más allá de algún balonazo en la época del colegio. Así que cuando un buen día en la oficina vi que de allí brotaban gotitas que me pusieron perdida la mesa, me asusté. Salí corriendo al baño y desconcertada me limpié a conciencia. Unos días después la escena se repitió y ya me mosqueé lo más grande. Esa tarde hice una visita a mi médico de cabecera, que restándole importancia a mis preocupaciones me pidió que orinase en un vasito. No estaba buscando un bebé en absoluto, así que cuando vi las dos líneas bien marcadas en aquel test casi me desmayo.

Sabor metálico

Soy una hipocondríaca de manual, por lo que tras pasar una semana con un sabor brutal a moneda en la boca, salí corriendo a urgencias. Todo lo que comía, daba igual lo que fuese, tenía un regusto a papel de aluminio extrañísimo. Yo ya me imaginaba lo peor, vamos que me veía muerta de ahí en unos meses… El doctor que me atendió me miró con cara de pocos amigos y me pidió que volviese a mi casa tranquila, que estando embarazada era lo más normal del mundo. ¡¡¡¿Embara-qué?!!! Estaba más que eso, preñadísima, llegando a la décima semana ya.

Manchas oscuras

No soy de esas chicas que le da excesiva importancia al cuidado de mi piel (está mal, lo sé). Jamás he consumido productos que no sean una hidratante básica o un bote de agua micelar. A mi alrededor siempre me dicen que debería prestar más atención a las rojeces o granitos que a veces aparecen en mi rostro, pero yo siempre respondo que sí y sigo con mi vida. Que mi piel es mía y la cuido dentro de mis posibilidades. Una mañana amanecí diferente, una sombra oscura había aparecido sobre mi labio y os juro que no era bigote. Froté con jabón como si aquello fuese a desaparecer tan fácilmente pero no hubo suerte. Pedí cita al médico y por desgracia me tocó esperar una semana. Entre tanto me di cuenta de que mi regla llevaba un retraso la mar de interesante. Test positivo a los pocos días. Utilicé esa misma consulta para comenzar con el ajetreo de médicos del embarazo. Y la manchita, un síntoma más de los muchos que vinieron después.

Insomnio

Si os digo que mi apodo es ‘Oso Perezoso’ os haréis una idea de cómo es mi relación con el sueño. Yo duermo donde sea y en la posición que sea necesaria, da igual el ruido o el momento del día, me gusta dormir, no hay placer mejor que el de echarse una cabezadita. Pero algo durante aquellos días hacía que tuviese más energía que nunca. Llegaba la noche y mis ojos se mantenían abiertos como platos, y ya no digamos si algo me despertaba en plena madrugada. Acumulé horas de sueño y algo en mi interior me decía que todo aquello tenía un motivo. ¡Y vamos si lo tenía! Como que el motivo a día de hoy tiene cuatro años y se llama Sergio.

Diarrea

Me pasé literalmente tres días viviendo en el baño, ya fuera el de casa o el de la oficina. Daba igual lo que comiese o bebiese. Mi dieta entonces se había reducido a arroz hervido con zanahoria y suero en cantidades industriales. El médico me decía que aquello solo podía ser por culpa de algún virus. Y yo, que ya tenía un crío de cinco años, culpé de mi malestar a todos los virus y bacterias que los peques se traen del colegio a casa. Mal sabía yo sentada en aquel wc que esa diarrea del infierno era un síntoma de embarazo. Unos días después, ya encontrándome algo mejor, un test matutino me sacó de dudas. Mi diablillo iba a ser hermano mayor y mi cuerpo me lo estaba diciendo de la forma menos bonita del mundo.

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Fotografía de portada