Delante del ordenador, Carmen leía y releía el artículo sobre la nueva película de Marvel. Por más que lo intentaba no conseguía que quedara bien. Por tercera vez, arrastró el ratón llevando el documento a la papelera. Tenía que tenerlo acabado para las cinco. Y eran las seis y tres. Abrió el cajón de su mesilla y pescó unas monedas del botecillo de cristal que hacía años había sido un Danone. Se levantó y se acercó a la máquina de café. Introdujo por la ranura la calderilla y el agüilla teñida de cappuccino empezó a caer.

De vuelta a la mesa miró la pantalla de bloqueo del móvil. 6 mensajes de Héctor. Se llevó las manos a la cabeza. Debía de hacerlo esa noche, no podía esperar más.

«No, pero ahora concéntrate, ya pensarás en Héctor más tarde». Los dedos empezaron a teclear y, por primera vez en ese día, parecía que sus frases tenían sentido. “Una heroína con pocas curvas…”

La mano le temblaba al introducir la llave en la cerradura. Tras varias respiraciones profundas la abrió. «¡Hola! Ya estoy en casa.» La desesperación volvió a inundarla. La ropa por el suelo, las sartenes sucias del día anterior en la fregadera. No, de antes de ayer, fue el martes cuando comieron espaguetis. Abrió la nevera, su boca le pedía a gritos agua fresca. Dos limones pochos decoraban la balda de en medio.

Unas manos le asustaron agarrándola por la cintura.

– Que tarde llegas hoy. – La besó en el cuello.

Cerró la nevera y, esquivando disimuladamente unos labios que buscaban un nuevo beso, se dirigió al salón. No se había quitado aún el abrigo que ya quería huir. Escapar de aquella pocilga en la que hacía ya dos años que vivía.

-No puedo más.

-Normal, te dije que dejaras ese trabajo y te buscaras un periódico de verdad.

-No, no puedo más de esto. – con las manos señalaba el desorden provocado más por el paso de un tornado que de una persona – Tengo sed y no queda un mísero vaso limpio.

– Sí, ahora iba a ponerme a ello.

– Tendría que haber sido ayer. No, antes de ayer.

– Ahora lo hago…

– No has ido a comprar.

– Estoy cansado, trabajo todo el día, ¿sabes?

– Yo también.

La hoja del cutter rompía el precinto de la última caja que quedaba por vaciar. Habían sido unas semanas duras. Muy duras. No podía evitar recordar los buenos momentos, que eran muchos y frecuentes. Los fines de semana de escapada rural, las cenas con los amigos, los maratones de Netflix por las noches, los momentos de intimidad, las conversaciones profundas a alta horas de la noche… Se había estado martirizando por aquella decisión. ¿Y si cambiaba? ¿Y si era cuestión de tiempo que madurara? ¿Romper una relación por unos platos sucios y unos calzoncillos por el suelo? ¿No estaba exagerando?

 

Durante esas semanas habían quedado unas cuantas veces. Héctor le rogaba que volviera, que la quería, que haría un esfuerzo por implicarse más… pero Carmen llevaba mucho tiempo haciendo de madre más que de novia. Y quién sabe, quizás lo que necesitaba Héctor era estar un tiempo viviendo solo, aprender a responsabilizarse, a saber que la nevera también se limpia, por dentro y por fuera. Que algunas manchas en la camisa hay que frotarlas, que las plantas no se riegan solas, que las toallas también se ensucian…

 

Dejó el último libro de la colección de cocina saludable en la librería Billy  y encendió un cigarrillo.

“El respeto es el pilar en una relación, y yo no me sentía respetada. Me sentía una chacha. Héctor lo sabía y le daba igual, si ahora se arrepiente no es mi problema. Los (no) actos tienen consecuencias. No, no me equivoqué.”

 

Apretó el cigarro con fuerza sobre la cerámica con la bandera de Cuba pintada, regalo del viaje de novios de su amiga Marta.

 

“Se acabó.”

 

 

 

 

 

Fotos: pexels