Hay suegras encantadoras, suegras malas y luego está el mal bicho del que os voy a hablar ahora. Siento mucho el apelativo, pero creo que me comprenderéis enseguida.

Estuve siete años con el que fue mi primera pareja (muchos me parecen, pero ese es otro tema) y, claro está, en ese tiempo yo me convertí en una más de la familia. Era común que yo pasara el día en casa de su hermana, que a su santísima madre la viera día sí y otro también… ese tipo de cosas que, por supuesto, a mí me «encantaban».

El caso fue que, como yo estaba siempre con ellos y yo necesitaba un dinerito extra, a su hermana se le ocurrió la brillante idea de que yo fuera la niñera de sus hijas. Acepté sin dudar, a pesar de que me hacía precio de familia y mucho era, que aún me podía permitir comer en su casa y todo. Pero yo aún no había aprendido a hacerme valer, me quedaban unos cuantos años para eso.

La hija mayor ya me adoraba y decía que quería ser yo de mayor, y la pequeña le pusieron mi nombre. ¿Cómo negarme? Excepto por las muy importantes condiciones laborales, no me pareció un mal plan.

Pero pronto todo se complicó: mi suegra, siempre presente, omnipresente como una deidad maléfica, no solo me observaba con lupa, sino que inventaba, que era lo que más me dolía.

Si llevaba a las niñas a la piscina, ella decía que las había obligado a quedarse en casa y pobrecitas no se habían podido bañar y tomar el sol. Si me quedaba junto a la mayor a hacer los deberes, le decía a su madre que yo no le dejaba jugar. Si las llevaba al parque, les explicaba a sus hijos que sus nietas no avanzarían en la escuela, porque se les acumulaban los trabajos.

Hiciera lo que hiciera ese día, ella daba la versión radicalmente contraria, con lo que una furibunda madre vino a decirme que era una sinvergüenza, que me estaban pagando y que yo no hacía lo que debía. Cuando intenté defenderme, me contestó que una vecina también sabía que yo no trataba bien a sus hijas. Casualmente, la amiga de mi suegra, con la que congenió (y cotilleó) rápidamente.

Yo estaba tan desesperada que acabé dejando el trabajo de niñera. El día que lo hice, mi antigua suegra me miró triunfal y exclamó: «Venid, niñas, que como con la yaya no se está con nadie». Tenía celos la muy bruja, pero por suerte, me despedí de esa familia de pirados hace mucho tiempo atrás.

Anónimo