Año nuevo, vida nueva y aunque pueda parecer coña (más quisiera yo, la verdad) os voy a contar cómo descubrí que tenía más cuernos que un saco de caracoles gracias a un storie de WhatsApp. Puede parecer un poco drama y me ha costado mis dineritos con la psicóloga poder contarlo sin hacer pucheritos, pero estoy decidida a dejar toda la mierda atrás, así que allá que voy:

Llevaba desde mediados de 2019 conociendo a un chico y aunque todo en él eran banderas rojas, a mí me ponía más caliente que Tom Holland en la nueva de Spiderman, no os voy  a engañar. Nos pasábamos el día guarreando a tope y aunque yo tenía muy claro que no me iba a pillar y que sólo quería darle brillo al mejillón y así se lo había hecho saber, él no paraba de intentar que lo nuestro avanzase.

Al final tras muchos meses de pico y pala, adulaciones, canciones de amor eterno y mil mierdas para que yo me enganchara, acabé cayendo como una tonta y empecé a sentir cosas por él.

Como os imaginaréis, bastó que yo empezara a rayarme y a querer algo más, para que él me hiciera la técnica del hasta luego Maricarmen. Empezó a comportarse de forma más ausente, a dejar de proponer quedadas, a no decirme lo guapa que era, lo buena que estaba, lo mucho que me adoraba… y claro, más me enganchaba yo porque…

si hay algo que me gusta en esta vida, son los tíos gilipollas.

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En este punto empezaron las peleas. Teníamos movidas gordísimas propias de hermano mayor y aunque literalmente TODO el mundo me decía que corriera más rápido que en rebajas de allí, yo en ese punto estaba tan obsesionada con él que sólo quería un adosado con vallas blancas, un labrador que se llamase Toby y la parejita de niños a conjunto.

No fui capaz de darme cuenta de que LITERALMENTE me echaba la culpa a mí de absolutamente todo. Todavía me sorprende que no me echase la culpa del cambio climático, así os lo digo. Y lo peor de todo es que yo llegué a pensar que de verdad era culpa mía, por no haber tenido las cosas claras desde un principio.

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A saber cuánto tiempo me hubiese mantenido en esa situación si no fuera porque pasando stories de whatsapp, en pijama y con moño dominguero, veo SU ESPALDA.  Y me diréis, ¿Cómo sabías que era su espalda, Maripili? Pues porque FOLLÁBAMOS MUCHO. Muchísimo, a todas horas, como dos conejos en celo.

Querernos se nos daba fatal, pero en materia de folleteo, éramos unos expertos. Y aunque suene triste, yo habría reconocido su espalda en cualquier lugar. Por dios, si había pasado más por ahí la lengua que por mi cepillo de dientes. ¿Cómo se supe que no la iba a reconocer?

Lo peor de todo es que el storie era de mi amiga – ahora examiga y ninguno de los dos se molestó en darme algún tipo de explicación. Él me bloqueó en cuando le llamé y le dije que sabía que me estaba engañando y ella debió estar al tanto porque a los diez minutos me desapareció su foto de prácticamente toda red social. Vamos, no me eliminó de LinkedIn de milagro.

Os mentiría si os dijera que no me he hecho un instagram falso sólo para cotillearlos y saber si sus vidas son miserables, pero os estaría mintiendo. Por lo visto se han ido a vivir juntos y todo es felicidad, arcoíris y unicornios, pero en el fondo, les doy tres días.

 

Anónimo