Tengo un hijo de veintidós años con una pareja anterior a mi marido y, con este último, tengo una hija de siete.

Sí, me llevó lo mío decidirme a repetir.

Mi marido también tiene una hija de una relación anterior, tiene trece años y pasa con nosotros los fines de semana alternos y las vacaciones.

La verdad es que, entre las edades tan dispares, las intervenciones de los terceros en discordia y la propia convivencia, que ya de por sí no es tarea fácil, mi familia es un cuadro.

Pero es nuestro cuadro y nos gusta como tal.

Ahora bien, hace unos cuantos meses, y por razones que no vienen al caso, se nos ocurrió subir el nivel de dificultad y añadir a la novia de mi hijo a la ecuación.

Te cuento cómo llevo que mi hijo viva con su novia en mi casa
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¿Quieres saber cómo nos va?

Pues te cuento cómo llevo que mi hijo viva con su novia en mi casa.

Y seré muy sincera: las primeras semanas mal. Pero muy mal, fatal, terrible.

No porque se pasasen el día chingando y gimiendo a todo dar. Imagino que los chavales harán sus cosas, pero es cierto que, en ese sentido, no tengo nada que reprocharles. Desconozco si es que aprovechan cuando los demás no estamos, si es que son muy discretos o qué. Ni lo sé ni pienso demasiado en ello.

No se trata de eso, gracias a dios, a la virgen y a todos los santos.

Tampoco de que se hayan aislado un poco del resto, que mi hijo haga más vida ligeramente aparte de los demás. Al contario, ahora que ambos viven juntos bajo nuestro mismo techo, parece incluso que vemos más a mi hijo que antes.

Se trata más bien de que, de la noche a la mañana, en casa hay un adulto más. Y de que me he visto viviendo con una desconocida a la que le doblo la edad. Una chica a priori muy maja, pero a la que tengo que tratar con mucho tiento.

 

Porque ella no es mi hija. No se ha criado conmigo.

No sabe de qué pie cojeamos cada uno ni nosotros tenemos idea de cuál cojea ella. Y, encima, mucho ojito con lo que hago y lo que digo, porque mi hijo es muy consciente de lo delicado de la situación, pero está loco de amor y los argumentos de su novia siempre cuentan doble.

Así que no, no ha sido nada fácil. Para ninguno, eh, que sé que para ella tampoco.

No debe ser sencillo caer de golpe y porrazo en esta familia tan loca.

El caso es que al principio se nos hizo cuesta arriba.

Te cuento cómo llevo que mi hijo viva con su novia en mi casa
Foto de Andrea Piacquadio en Pexels

Para empezar porque ella está preparando una oposición y yo teletrabajo. ¿No querías convivencia? Toma casi veinticuatro horas de convivencia. Nos hemos tenido que comer la una a la otra 24/7.

La chica encerrada estudiando en su cuarto, yo trabajando en el mío.

¿Su horario para comer? Indefinido.

¿Paseos por el pasillo con una pelotita que le ayuda a aliviar el estrés? Entre cinco e infinito, según el día.

¿Aparatos tirando del wifi y de la electricidad? Muchísmos.

¿Música demasiado alta? A menudo.

¿Conversaciones y risas con el teléfono en altavoz mientras se pasea con la pelotita de los cojones por todo el piso? Demasiadas.

¿Ropa sucia tirada en el baño? Pues una muda diaria, mínimo.

¿Pelos en el desagüe? Cualquier día nos sale la niña de The Ring por ahí.

¿Vasos, tazas, cucharillas, envases de yogur por doquier? He perdido la cuenta de los que he llegado a ver.

¿Maricarmen te ayudo con eso? ¿He visto que se había terminado la lavadora y he tendido la ropa? ¿Han llamado al timbre, voy a ver quién es?

Cero. Nada de eso.

Ella se limitaba a coexistir con nosotros como si fuéramos agua y ella aceite.

Y yo ya pasé por eso con mi hijo, su novio.

Pero, claro, soy su madre. Lo eduqué, como pude, pero lo eduqué. Lo conozco, sé cómo debo dirigirme a él cuando quiero pedirle algo. Sé cómo se va a tomar las cosas.

Él sabe qué me pone de mal humor, al igual que sabe cómo sacarme una sonrisa y cómo hacer que se me olvide lo que me había enfadado.

Con ella me falta toda esa base.

 

Por otro lado, me llevó un tiempo asumir la pérdida de libertad relativa que supone tener a un extraño viviendo en mi casa. Aunque fue peor la pérdida de intimidad.

Eso de no poder salir medio en bolas del baño, de dejar caer un cuesco en cualquier momento si me está molestando… Lo llevé y lo llevo malamente, no lo voy a negar.

Lo mismo que mi hija, que debió de sentirse invadida o de alguna forma excluida, no sé explicarlo bien, pero tuvimos que enfrentarnos a unos celos como nunca antes habíamos visto en ella.

Aun menos mal que con la hermana de mi hija no hubo ningún problema. Cuando está en casa le deja sus potingues, hablan de cantantes coreanos y siempre acaba prestándole una camiseta o algo así. Por lo que la hija de mi marido está feliz con ella.

Admito que me superó un poco la situación y que me tomó mi tiempo pillarle la aguja de marear a la chiquilla.

Pero, bueno, con una paciencia que he trabajado mucho, un tacto que no sabía que tenía y muchos tics en el ojo, he conseguido alcanzar una convivencia más que aceptable para todos los implicados.

La pequeña ya la adora como a una hermana más.

Mi marido siempre ha sido un poco pasota, pero está encantado también porque he dejado de rayarle la cabeza.

Mi nuera y yo nos hemos pillado el punto. Ella colabora en casa como una más. Cosa que no hacía al principio porque, según tenía entendido por culpa de mi hijo, ‘soy tan maniática que es mejor no hacer nada a hacerlo mal’. Aquella conversación fue para grabarla en vídeo y guardarla para la posteridad.

Y yo he aprendido a respetar sus manías, a leer sus silencios y a darle un espacio que le costó mucho ubicar.

Esta situación no va a durar para siempre, pero ya te digo yo que al final la voy a echar en falta cuando se vayan.

Eso sí, lo de andar en bragas y poder peerme con libertad igual lo compensa.

 

Anónimo

 

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