“Las telenovelas son para las señoras mayores”. Sí cariño, y para las teenagers con mucho tiempo libre que no saben con qué ocuparlo.

Antes de que existieran las redes sociales, lo más top era sentarte en el sofá a eso de las cuatro de la tarde y cargarte de cabo a rabo “la novela”.

¿Contaban historias reales? Más bien no.

¿Los actores y actrices estaban sobre actuados? ¡Para nada! (Ironía modo on)

¿Había situaciones ridículas? Matizo, casi todo era ridículo, pero enganchaba.

Durante unos 60 o 70 minutos de nuestras vidas nos embarcábamos en universos paralelos donde amanecías ultra maquillada sin saber qué pasaba, mientras te tenías que enfrentar a dramas del primer mundo y el nombre de tu amado era más largo que un día sin internet.

Lo mejor de todo es que casi todos obviamos ese pasado cotilla de nuestra vida. Muchas veces se han nombrado ciertos títulos y nos hemos hecho los longuis como si no fuera con nosotros, pero es el momento de reconocerlo y admitir que nos encantan las novelas.

¿Sabes cuáles eran los títulos que decíamos no haber visto nunca? Te refresco la memoria en un momentito.

Agujetas de color de rosa. Seguro que al leer este título te ha venido su cancioncita pegadiza a la cabeza. A día de hoy, sigo sin saber bien de qué iba. Había una patinadora, como una especie de orfanato y chicos y chicas muy guapos. Lo que más recuerdo era de las protas que era Renata y llevaba un sombrero ridículo y a su madre, que era un intento de Leticia Sabater sudamericano con flequillo. Era un sin sentido, pero lo mejor que podías ver por las tardes.

La usurpadora. Cada día entiendo más por qué hizo eso la protagonista de la serie. No estaría mal coger a una doble y dejarla con el marrón. Aunque cabe añadir que la historia es más trágica y bonita de lo que parece a simple vista, pero eso de tener una gemela que pueda ocupar tu lugar mientras estás de farra, pinta bien. Luego era una de las novelas más lacrimógenas que he visto. Fíjate si lo petó que Amazon tiene ahora la versión actual de esta historia.

Pasión de gavilanes. “No, si me sé la canción de casualidad” ¡Claro, claro! Cuando se empezó a emitir, hicieron una buena propaganda mostrando a esos chulazos y no nos pudimos resistir. Eso de vivir en un rancho, y que te cuide el ganado un trío de hermanos de toma pan y moja, es el sueño oculto de muchas de nosotras. Ahora, nadie admitía que estaba enganchadísima.

Yo soy Betty, la fea. Fue la “Matrix” de las telenovelas. Pionera e inspiración de todas las que vinieron luego. Esta novela enamoró al público al encontrarse a una chica dulce que era menos preciada por su aspecto. La gracia es que eso pasaba y sigue ocurriendo todos los días, pero hasta que no llegó a las pantallas de toda España, no se hizo visible algo así. Su sintonía también ha sido muy imitada y el nombre de esta serie ha sido el apodo de muchas de nosotras, por desgracia.

Mi gorda bella. Un intento de visibilidad para nosotras las “rellenitas”. En un mundo de mujeres reproducidas al completo, ultra mega operadas y con más retales que una colcha de patchwork, llega una muchacha gorda, que le importa más su mente que su cuerpo y resulta ser la heredera de un imperio que nadie podía crear. Durante toda la serie, ves la gordofobia que tiene que sufrir la pobre Valentina y empatizas con ellas, pero, como siempre, hasta que no es estéticamente aprobada, no se hace valer.

Solo las tontas van al cielo. Gracias a esta novela, Jesse & Joy llegaron a nuestras vidas con el tema que presentaba esta historia. Intentó ser una serie rompedora, donde introducía la homosexualidad con normalidad, comentaba que la vida no es tan de color de rosa como nos la quieren hacer ver. La protagonista fue engañada por su prometido y cuando se enteró de que estaba embarazada, decidió irse a vivir con un tío suyo y criar sola a su hijo. El mensaje de familia feliz y encantadora venía de la mano de una nueva forma de ver la vida.

Dime la verdad, ¿a que has visto más de una de estas? Si la respuesta es no, busca por internet porque son todas muy interesantes.