Soy una enamorada de la moda, no lo puedo evitar. Pasé mi infancia dibujando vestidos largos, cortos, cualquier outfit que se me pudiera ocurrir, y soñando con trabajar rodeada de telas con texturas y colores diferentes.

Al principio quería ser modelo, después diseñadora y, finalmente, con las ideas más claras y una visión adulta del futuro, los negocios y mis talentos, decidí que lo mío era el contacto con la gente, ayudar a elegir a personas indecisas y vivir entre trapitos. Cuando se me plantó delante la posibilidad de abrir una tienda de novias ni me lo pensé, era un sueño hecho a medida.

Varias franquicias habían cerrado en la zona por temas administrativos, la demanda estaba subiendo cada vez más y el mercado no daba abasto. Era el momento de emprender. Abrí mi tienda propia hace diez años, desde aquella he tenido una hija y he ampliado mi tienda en cuatro ocasiones. Tengo cuatro empleadas (dependientas y costureras) y un minimundo en esa tienda que es mía, mi paraíso.

Adoro buscar nuevas marcas, nuevas tendencias, elegir colecciones, ver de cerca cómo cambian las costumbres en los preparativos de las chicas que vienen y se desahogan mientras les tomamos las últimas medidas. Me gusta tanto, disfruto tanto escuchándolas ilusionarse, cuando eligen su vestido y al verse saben que ese es EL vestido… Tanto me gusta, que tengo clarísimo que en esa no me pillan.

Hay varios factores que me han hecho tomar esta decisión, pero el más fácil de explicar es que no tengo tiempo. Paso tantas horas ultimando detalles de las bodas de los demás, que dudo mucho que pudiera organizar siquiera un cumpleaños de más de 10 invitados (que es el tope que tiene mi hija para sus fiestas). En época de bodas puedo pasar días enteros sin apenas salir del taller, arreglando y ultimando vestidos. Y ahora, que lo que está de moda es ir en contra de la moda, es época de bodas TODO EL AÑO.

Hace tiempo que las parejas empezaron a innovar en las celebraciones y todo ha cambiado tanto que ahora lo que es casi extraño son las bodas tradicionales, sin cambios de vestuario ni coreografías ensayadas. Ahora mismo organizar una boda es un trabajo a tiempo completo; cada detalle es importantísimo, cada flor, cada regalito para los invitados… ¡Yo no tengo tiempo para eso!

Y además, claro, al dedicarme yo al sector, se espera de mí que organice una boda casi épica y, de verdad, no me apetece.

Porque sí que es emocionante verlas ilusionadas junto a sus madres o amigas o quien venga con ellas. Pero es terrorífico verlas a 3 días con ojeras por los nervios y las tareas pendientes, cansadas de llorar por los imprevistos (invitados que deciden a última hora que no vienen, proveedores que fallan en la entrega o los productos encargados no son como los habían soñado, algún drama familiar con la organización de las mesas…). Yo no estoy preparada para pasar por ese estrés.

Y diré que he tenido siempre mucha suerte con mis clientas y la mayoría son ángeles encantadores que vienen llenas de amor, pero también es cierto que, como en todo trabajo cara al público, me toca cruzarme con personas que dejan la educación en la puerta. A esas novias soberbias y prepotentes ya se les ve venir de lejos y suelo despachar rápidamente sus frases lapidarias con un “Lo siento, no tenemos nada así en esta tienda, te recomiendo alguna tienda que quizá pueda ayudarte, si quieres”, a lo que suelen decir que no.

El problema son las novias encantadoras que, a medida que se acerca la fecha, se van transformando en un gremlin que se ha atiborrado después de medianoche.

Esas son las que me dan miedo realmente, porque en el fondo las entiendo, pero ellas no me entienden a mí, si es que podría tener sus vestidos un mes antes, pero si lo entrego, ese día estará arrugado, ellas hartas de verlo, se lo habrán probado mil veces, estará sobado y además, con los nervios, las fluctuaciones de peso y volumen habituales en las mujeres, se multiplican; pero no lo quieren entender y se enfadan y echan espumarajos por la boca mientras dicen entre dientes “¡¿Por qué no está mi vestido?!” y yo las miro a los ojos y reconozco en ellas aquella mirada tímida que entró por primera vez hace casi un año preguntando educadamente si podía probarse algún vestido y… Sí, podría ser yo perfectamente.

Así que: de nada a todas las personas que estoy ahorrando el tener que soportarme fuera de quicio. Ese estrés no es para mí, gracias. A mi marido, no oficial, lo amo exactamente igual y quizá algún día hagamos cola en el juzgado para formalizar los papeles, pero más de eso… ¡NO!

 

Escrito por Luna Purple, inspirado en una historia real.