Dentro de nada hace un año desde que empecé a ir a terapia y puedo decir con la cabeza alta que soy otra persona a día de hoy. Me ha cambiado por completo, he evolucionado, me he deconstruido y me estoy reconstruyendo ahora a mi antojo. Así que para celebrarlo vengo a compartir la teoría que aprendí yendo a terapia: «las ensaladillas rusas».

La bauticé así porque el día que descubrí que tenía este tipo de comportamientos fue justo haciendo una ensaladilla rusa. Os sitúo para que nos entendamos:

Sábado por la noche, salgo de currar a las 22h después de más de ocho horas sin descanso, una hora y pico de transporte público, llego a mi casa pasadas las 23h. Me apetece ponerme el pijama, hacerme unas palomitas y morir lentamente en el sofá, pero resulta que el domingo tengo el cumpleaños de un amigo. ¿Qué hice? Ponerme a cocinar una ensaladilla rusa. 

Estaba cansada, estaba derrotada, era mi sábado. Sin embargo me pareció mucha mejor idea ponerme a hacer una puñetera ensaladilla con todo el trabajo que lleva. Pela patatas, hierve patatas, hierve huevos, pela huevos, trocea aceitunas, trocea los variantes de verdura, desmenuza el atún, la mayonesa… etc, etc, etc.

La teoría que aprendí yendo a terapia: "las ensaladillas rusas"

Cuando se lo conté a mi psicóloga (porque ella me preguntó qué tal el finde) se lo dije como si nada, como quien habla del tiempo. «Pues nada, que llegué a casa y me puse a hacer una ensaladilla porque al día siguiente era el cumple de Damián y después ya me fui a la ducha y…» Ella me dijo:

«Quieta, quieta, quieta. ¿Me estás diciendo que te pusiste a las 23.30h de la noche de un sábado después de estar todo el día trabajando a hacer una ensaladilla rusa casera?»

-Mmmmm, ¿sí, qué pasa?

-¿Te apetecía a esas horas después de todo el día hacer eso?

-No, yo quería ducharme y ver Netflix un rato antes de dormir.

-¿Y por qué no lo hiciste?

-Ya te lo he dicho, porque tenía un cumpleaños al día siguiente.

-¿Y qué hubiera pasado si en lugar de llevar una ensaladilla hubieras llevado una botella de vino y unas Lays campesinas?

-¿Nada? Pero es que quedo mejor si hago la ensaladilla.

-¿Y por qué vas a quedar mejor por eso? ¿Te interesa caer bien porque haces ensaladillas o por ir ahí y ser tú misma?

Ostras, mi gente… Me voló la cabeza. Luego ya empecé a vomitar de manera atropellada todas las palabras que tenía dentro, cómo me dolía que nadie apreciara de verdad mis ensaladillas, mis tartas, mis dejar de hacer mis cosas para recoger algo que mi madre necesita, bajar a por el pan cuando nadie quiere ir, reír cuando me apetece llorar…

A fin de cuentas, hacer cosas que NO quiero hacer solo para que me quieran, para caer mejor, para entrar por el ojo.

Ahí empezó el principio del fin, empecé a detectar la cantidad de «ensaladillas rusas» que era capaz de hacer en un día. Me dedicaba a hacer la vida más fácil y placentera a los demás, me olvidaba de mí. De mis prioridades, de mis necesidades, de lo que simple y llanamente me apetecía.

El camino de dejar de hacerlas no ha sido sencillo, ha habido personas que me han animado y que me han dicho ‘por fin, leche, si con que traigas una bolsa de patatas sobra, a ver pa que te liabas tanto’. Luego también ha habido personas que me han demostrado que me querían única y exclusivamente por mis ensaladillas. 

A estas últimas con mucho amor y cariño las he invitado a salir de mi vida. Soy mucho más que mis ensaladillas.

Esto no quiere decir que ahora no cuide de los míos, que no tenga detalles y que haya decidido salir de la cocina para nunca más entrar. Pero ahora hago las cosas cuando quiero YO y porque me apetecen a mí, no por presión social.

Y la verdad, me va infinitamente mejor.

Foto de Live on Shot en Pexels