Este año empecé la universidad y me mudé a tierras madrileñas con el objetivo de petarlo fuerte, ser muy feliz y sacarme la carrera de mis sueños.

Como siempre he sido de un pueblo pequeño, el tema del ligoteo estaba bastante limitado. Descargarte Tinder era como ver el folleto del Lidl, siempre se acababan repitiendo los mismos tíos. Así que al llegar a Madrid flipé en colores al ver el abanico de posibilidades.

Digamos que me harté de jugar al teto. Que si fiestas de bienvenida a los universitarios, que si uy mira ese chico en la barra como te mira, que si ese compañero de clase te mete fichas, y señoras y señores: ME ESTABA PONIENDO LAS BOTAS.

El problema es que pequé de avaricia, gula o lujuria, no sé muy bien qué pecado capital fue. Yo quería más y me descargué el Tinder. Allí vi a un chico que me pareció muy mono, así que crucé los dedos y le puse un par de velitas a la virgen de mi pueblo para que yo también le molase. Me debió escuchar porque hubo match y empezamos a hablar.

Casualidades de la vida, los dos éramos de Toledo. Era como si todo fuese cosa del azar. Tras la semana de rigor de conversaciones trascendentales por WhatsApp, me propuso quedar para ponernos cara y hacer face to face lo que llevábamos insinuando por teléfono todos esos días.

La cita fue maravillosa. Cada palabra que salía de su boca era perfecta, él era perfecto. Era como si estuviésemos hechos el uno para el otro. Por eso era inevitable que acabásemos en su piso dándole al tema.

Fue un polvazo maravilloso, como si lo hubiéramos hecho mil veces antes. Todo era cómodo y familiar, y al acabar nos quedamos abrazados tumbados hablando de la vida.

Él – Uy, ¿de dónde es esa bandana que tienes ahí colgada?

Yo – Ay pues de mi pueblo, de las fiestas, que soy muy hogareña y me gusta recordar de dónde vengo.

Él – Anda, ¿y cuál es tu pueblo?

Yo – Pues Illescas.

Él – No jodas, que yo tengo familia allí, pero no nos hablamos por movidas de mis padres.

Yo – ¿Qué dices? ¡Qué fuerte! Y quiénes son, que igual los conozco.

Él – Pues …

EFECTIVAMENTE, CUÁNDO DIJO LOS NOMBRES RESULTARON SER MIS PADRES Y MIS TÍOS.

Señoras y señores, ÉRAMOS PRIMOS.

Vosotras diréis “y qué mas dará, si no os habíais conocido nunca”, pero a mi me dio un mal rollo tremendo y a él más aun, porque se puso blanco como la leche.

Me marché, le conté el percal a mis amigas y se descojonaron lo más grande de mí. Y bueno, entendí que a lo mejor habíamos conectado tan bien porque algún gen en común teníamos, pero a partir de ahora pediré a mis ligues la cartilla de nacimiento.

Primi

 

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