Nada en su descripción de Tinder daba pistas sobre lo que me iba a encontrar la mañana después de nuestra cita. Era un texto de lo más normal y típico.

Hablamos mucho antes de quedar y a mí el chico me puso el hype por las nubes. Tanto, que le tenía un poco de miedo a quedar porque no quería decepcionarme.

Pero como le tenía ganas, quedamos y lo cierto es que no me decepcioné, para nada. El chico ganaba en las distancias cortas, tanto por el físico como por su personalidad. Nos vimos un par de tardes que dedicamos a tomarnos algo, pasear y charlar. Porque él tenía turno de noche y no podíamos alargar la cosa, ni tampoco esperar a que tuviera otro turno o días libres. Nos habíamos catado a sorbitos, con besos y algún magreo que otro. Y la cosa prometía.

Así que, cuando me llamó para decirme que le habían cambiado un turno y que estaba libre para ir a cenar y lo que surgiera, le dije que sí, claro, por supuesto, cómo no, mi amol. ¿Me venía fatal, llevaba una semana de locos, estaba cansada y tenía la casa hecha un desastre? Sí. ¿Me importaba una mierda porque me moría de ganas de él? También.

Deshice mis planes, me arreglé como pude y allá que me fui a cenar con el chaval. Disfrutamos la cena y lo pasamos muy bien. Aunque los dos queríamos más, por lo que no tardamos en irnos a mi piso, que era el que nos pillaba mejor.

Ay, qué noche. Qué maravilla de hombre. Un gustazo no, tres o cuatro fueron los que me llevé. Me quedé tan a gusto y relajada que lo único que quería era dormir. Pero el chico no tenía pinta de querer marcharse y yo estaban tan cansada… que me dormí. El sueño pudo al pudor, la vergüenza y al rollo de no saber muy bien a quién estaba dejando quedarse a pasar la noche en mi casa.

¿Y si me robaba? ¿Y si era un depravado y me hacía fotos o algo? Mi cerebro tiene tendencia a la paranoia. Aunque, agotado como estaba, desconectó y no se volvió a rayar por el tema hasta la mañana siguiente. Cuando me desperté, estaba sola en la cama. Pero mi habitación estaba diferente a como la había dejado unas horas antes. Estaba… recogida. Ordenada. Es que ni las bragas que había dejado en el suelo seguían allí. Me levanté, fui al armario a por algo que ponerme y… ¡Qué coño! Alguien lo había recolocado todo. Mi ropa estaba bien doblada y colocada, nada de camisetas enrolladas ni jerséis hechos un gurruño. Permanecía todo en el mismo sitio, pero bien guardado. ¡Si parecía que me hubieran agrandado el armario!

Totalmente alucinada y decidiendo si eso era lo más raro que me había pasado en la vida o si solo estar feliz por el servicio facilitado, fui en busca del chaval. Me lo encontré saliendo de baño en el que, a juzgar por el ruido que me había despertado, se había duchado. Me sonrió y me dijo:

 

Duermes como un tronco, eh. Espero que no te importe que me pusiera a ordenar un poco mientras esperaba a ver si querías desayunar conmigo.

 

Joooodeeerrr… ¿Se puede ser más mono? ¡¿Cómo me iba a importar?! Por mí perfecto si este chico es tan fan de Marie Kondo que no puede evitar actuar. Si mi desorden no le importa a él, yo feliz de que primero me empotre y después me ordene el empotrado. El armario, digo.

 

Envíanos tus Tinder Sorpresa a [email protected]

 

Imagen destacada