Por aquellos momentos era una jovencita que, aunque tenía ya mi experiencia con los tíos, pues aún me faltaba una leche que otra para aprender. El caso es que por esos entonces éramos pocas las que nos atrevíamos con Tinder y la verdad, yo parecía que triunfaba bastante.

Esa tarde apareció un maromazo precioso con un par de fotos: una de su cara y otra de cuerpo entero con una moto. Alto, moreno, barba y una mirada que chillaba por todas partes “voy a reventarte contra la pared”. No os voy a engañar que la que gritó de alegría cuando vi que habíamos hecho match fui yo. 

Flipé, porque además el tío tenía una labia que quitaba el hipo y las bragas. Pero como parecía que ambos no queríamos perder el tiempo ni buscábamos ninguno de los dos algo más serio, no nos contamos mucho de nuestras vidas y pasamos directamente al ámbito sexual. Vamos, que nos preguntamos más porque nos gustaba en la cama que cual era nuestro color favorito o a que nos dedicamos. Conocidos nuestros gustos y después de haber hecho sexting, me dijo de quedar y obviamente no dudé ni un segundo.

Me puse mi vestidito de rigor, me pinté los labios de rojo y salí a por ese hombre de metro noventa y mucho. Nerviosa, cuando le vi apoyado en un banco del barrio residencial donde habíamos quedado, pensé que era aún más espectacular en persona.

Dos besos, presentaciones en persona, pero ahora el nervioso de más parecía él. Más que nervioso, acelerado, con excesiva prisa. El chaval quiso meterme mano a los pocos minutos de habernos saludado y aunque nuestras intenciones eran obvias y el tío me ponía un montón, ese rollito tan exprés casi desesperado me estaba cortando todo.

Le pregunté en varias ocasiones si pasaba algo, el por qué de tanta prisa e incluso le propuse ir a algún lugar más tranquilo ya que estábamos en la calle a las 9 de la noche, pero parecía agobiado y pendiente a otras cosas mientras quería aprovechar demasiado rápido el tiempo conmigo.

Cuando ya le iba a cortar del todo e irme a mi casa, le sonó el móvil. Sonar como una alarma, un pitido raro. El chaval me miró y me dijo tan tranquilamente:

-Estoy trabajando, me han llamado para ir a por unas hamburguesas. Las entrego con la moto y ahora nos vemos si quieres, tardo como mucho una hora.

Aaaamigo, la próxima vez antes de comerme los morros podrías avisarme de que estás en horario laboral y quizá podríamos vernos cuando no trabajes y estés arriesgándote a salir. El caso es que no me apetecía esperarle y que a lo mejor tuviese que ir a entregar una pizza o vete a saber dios qué cuando intentase volver a meterme mano rápido en una calle donde podría vernos cualquiera, asique opté por irme a mi casa y dejarlo estar.

El chico luego me habló a la noche para pedirme perdón, que estaba trabajando como repartidor para poder echarle una mano a su hermana a pagarse la carrera mientras él encontraba algo mejor y que lamentaba no haber podido disfrutar en condiciones conmigo.

Os juro que, en otras circunstancias, estoy segura que habría sido una cita que podría haber acabado en polvazo. Incluso creo que habría podido haber sido una de esas citas agradables donde hablas de todo y estás bien cómoda con la persona. Pero después de esa experiencia, pues se me quitaron las ganas tanto de volver a quedar con él como de pedir comida a domicilio por una temporada.

 

Whilrwind