Así decidí apodar a Rodolfo (aunque evidentemente ese no sea su nombre original). Era el rey del froti froti, el hombre que me enseñó que el sexo es mucho más que meterla y que se pueden conseguir orgasmos increíbles sin necesidad de echar un polvo como el que todas conocemos. Muchas pensaréis que menudo descubrimiento de mierda, pero es que la realidad en mi caso era bien distinta: me había hartado a tener relaciones con tíos cuya misión única era la de meterla en calentito y correrse sin importar nada más.

Todo lo contrario me enseñó Rodolfo, al que conocí vía Tinder después de haberme pasado más de tres meses alejada del mundo de las relaciones, aunque fuesen esporádicas. Por eso cuando Rodolfo me empezó a hablar me lo pensé muy mucho antes de responderle. Quizás lo hice porque desde el principio vi que era un muchacho diferente, me preguntaba sobre temas en los que nadie se suele interesar así de entrada como por ejemplo si me encontraba bien, si soy feliz o cómo me hizo sentir todo el tema de la pandemia. Rodolfo era un místico y para mí era como una primera incursión junto a una persona de este tipo.

Me volvían loca las conversación con él porque nunca sabía por dónde saldría aquel hombre. Era simpático y sincero, delicado y muy divertido a su manera. Tenía un humor muy peculiar pero que me hacía llorar de la risa. Empecé a pensar que Rodolfo podía ser lo que yo necesitaba para cambiar un poco mi chip de las relaciones.

Y como todo iba tan bien a través del teléfono fui yo la que un par de semanas después de conocernos le propuse quedar para tomarnos algo juntos. Él aceptó solamente si le permitía invitarme a cenar en un restaurante increíble de su barrio. No pude decirle que no, pintaba a cena original y yo estaba decidida a dejarme llevar.

Un restaurante árabe en toda regla, de esos en los que comer de rodillas en el suelo y te metes el cuscús en la boca con las manos. Una maravilla para los sentidos en un local que olía a especias que se mezclaban con el incienso. Rodolfo era tal cual me lo había imaginado, un chico de mi altura, muy resultón y con una mirada intensa que me ponía realmente nerviosa.

Estuvimos toda la cena riendo y hablando de nuestras vidas. La suya había sido todo un cúmulo de viajes e historias que podría haberme pasado diez años escuchando. Rodolfo había sido voluntario de una ONG y eso le había hecho viajar desde la India a Etiopía, viviendo experiencias que ojalá hubiera tenido yo en mi vida. Lo único que me extrañó de aquella cena fue que lo mío con Rodolfo parecía más una amistad que otra cosa. Esto fue al menos lo que pensé hasta que, sin esperármelo en absoluto, Rodolfo me preguntó si me gustaba mucho masturbarme.

El te que tenía en aquel momento en la boca casi se me escapa por la nariz del susto. Pero me encantó la naturalidad con la que cambió de tema en el momento que vio que la cena estaba a punto de terminar. Así empezamos a tontear mucho más, hablando sobre temas personales e íntimos como si lo estuviéramos haciendo allí mismo, sobre aquella mesa de metal. Rodolfo susurraba y clavaba sus bonitos ojos sobre los míos y yo me encendía deseando que nos trajesen de una vez la cuenta para largarnos de allí e irnos a algún lugar donde dar rienda suelta a nuestras pasiones.

Rodolfo me invitó a subir a su casa que estaba a tan solo unos metros de allí. Fuese casualidad o estuviese todo planificado, me parecía una manera ideal de terminar aquella original cita. Un piso que era como Rodolfo, una mezcla de culturas, repleto de telas, cuadros y recuerdos. Un lugar diferente y a la vez muy acogedor.

Me senté en el sofá y Rodolfo se puso a mi lado, se acercó a mi oído y me preguntó si me apetecía tocarme para él. Me moría de la vergüenza y se lo hice saber, solo me dijo que hiciese aquello con lo que estuviese cómoda, nada más. Empezó a besarme por el cuello, lentamente, como dedicándole un tiempo específico a cada poro de mi piel. Me encendí muchísimo y en ese momento me dejé llevar para empezar a tocarme frente a él. Rodolfo me felicitó y me ayudó en la labor para después poco a poco desnudarme y acompañarme sin dejar de sacarme un ojo de encima. No hablábamos, solo se escuchaban nuestros jadeos entrecortados, lo demás eran todo miradas y besos.

Para cuando los dos estábamos ya a tope sentí que Rodolfo empezaba a frotarse contra mi cuerpo, al principio despacio después más rápido. Su pene acariciaba mi entrepierna sin alejarse ni un momento, tocando sin parar mi clítoris, podía sentirlo pero no había penetración. Las manos de Rodolfo me acariciaban agarrándome el culo con fuerza en aquellos movimientos rítmicos que me estaban volviendo loca. Él lo sentía, podía ver dónde me gustaba, que estaba a punto de terminar en un orgasmo que no había sentido nunca. El frote fue entonces tan fuerte e intenso que me dejé ir jadeando mientras Rodolfo besaba mis labios con muchísima pasión.

¡Vaya maravilla la de Rodolfo! El froti froti era lo suyo, y decidí repetir sin cesar hasta quedarme sin aliento. Para él era lo normal, ese sexo donde se va mucho más allá del coito, en donde lo que realmente suma es la sensualidad, atravesar la barrera de los sentidos y tocar allí donde realmente se encuentra el placer.

Fotografía de portada

 

Anónimo

 

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