He tenido citas raras, citas muy raras y citas rarísimas. A lo largo de mis cinco años viviendo en la capital y apuntándome a todo tipo de páginas y aplicación de ligar, he visto de todo. Me creo absolutamente todo lo que leo aquí porque me han pasado cosas iguales o peores, la gente está muy loca y al parecer todos acabamos metidos en este tipo de webs de ligoteo.

Pues bien, mi relación con estas apps son de amor-odio, he usado gratuitas y de pagar, al final dejé las de pago porque me encontraba lo mismo que en las gratis, así que pasando. A excepción del día que tuve un cita sin saberlo con un novio de alquiler, que luego resultó que la primera quedada era gratis, pero luego te hacía pagar por compañía, por sexo o un plus por presentárselo a alguien. Es algo real, existe. Me enseñó un PDF con sus tarifas os lo juro. Si os gusta esta historia os la cuento en otro post.

Después de desinstalarme Tinder tres veces y volver a instalármelo una cuarta porque una no se cansa de buscar el amor donde nunca lo encontró, pues fui a dar con un hombre bien. Tenía 35 y por lo que se veía en las cuatro fotos era bastante atractivo, era un Pedro Sánchez de la vida que todavía no había entrado en la cuarentena. Se le veía alto, guaperas y con mucho pelo, pintaba bien la cosa.

 

Pues el caso es que la conversación online bien, pero sin más. Todo muy correcto, con signos de puntuación (hasta la interrogación de abrir, quiero decir, o sea, too much), solamente ‘jaja’ para indicar que se reía (lo cual también me parecía un poco estirado porque yo soy muy de JAJAJAJAJJA) y cosas del estilo. Pero bueno, los prejuicios que tiene una, pensé: ‘será abogado o algo por el estilo’. Para salir de dudas le pregunté, a qué te dedicas y me dijo que era comercial en una empresa, que el se dedicaba a tener reuniones con sus clientes e intentaba negociar una compra-venta en la cual ambas partes salieran ganando.

Claro, con sus trajes y sus cosas yo tenía clarísimo que era de esos señores con corbata que van a reuniones con un café de Starbucks en la mano, rollo comedia romántica americana y nada más lejos de la realidad, obviamente.

Me pidió ‘concertar una cita’, literalmente. Quedamos en un restaurante muy mono de la calle Fuencarral para comer un día entre semana, me gusta hacerlo así en las primeras citas porque trabajo cerca y tengo dos horas de descanso, así que si sale mal tengo excusa para poder hacer la bomba de humo en cuanto quiera y si va bien pues me quedo con ganas y así repito lo antes posible: todo ventajas.

Pues el caso es que nos sentamos los dos en la mesita monísima de la muerte, efectivamente era un Pedro Sánchez de la vida, vino en traje y con maletín a comer. Intercambiamos unas cuantas frases sobre el menú, lo que íbamos a pedir y el buen tiempo que hacía para ser octubre, viene el camarero, elegimos nuestros platos y comenzó el interrogatorio:

Me empezó a preguntar SIN PARAR sobre mis hábitos alimenticios, cuántas veces comía fuera de casa, cuánto dinero me dejaba en restaurantes como en el que estábamos, cada cuanto hacía la compra, si aprovechaba los alimentos que me sobraban después de hacer cualquier plato, que si disfrutaba cocinando, si tenía suficiente tiempo para hacerlo y un larguísimo etc. que yo estaba flipando.

El caso es que no me lo preguntaba rollo acosador, lo hacía todo muy sutil, muy tierno, muy con voz de primera cita, no sé si me explico. Que de hecho yo pensé, ‘madre mía, me ha tocado un motivado de gimnasio, en cuanto acabe con la comida empieza con el deporte’, pero no. Después de haberme escuchado y valorado mis respuestas (ya nos habíamos comido el primer plato y estábamos esperando el segundo), el tío abre su maletín Y ME SACA OTRO PDF. Yo ya estoy un poco traumada con los novios de alquiler y claro, pensaba que este además de novio cocinaba o algo así. Rollo que lo contratabas de esclavo en tu casa y se dedicaba a hacerte de comer, la compra y cualquier cosa que necesitaras, todo por un módico precio.

Pero no, solamente vendía Thermomixes, que visto lo visto, me pareció un alivio. Me empezó a enseñar recetas, usos, ahorros y tiempos. De hecho aprovechó la llegada de los postres para marcarse un ‘un plato como este, en media horita lo tienes’ y reírse. Y claro, yo me reía también, porque Pedro Sánchez me estaba vendiendo una Thermomix en la primera cita, ¿lo peor de todo? Que se la compré.

Sí, se la compré. Se la compré porque acertó el muy desgraciado, no tengo tiempo para cocinar sano, me dejo una pasta en restaurantes y no tengo ni una mierda de mano para la cocina. Volvimos a quedar, pero en mi casa cuando me la trajo él en persona. Hicimos un par de recetas juntos (él trajo los ingredientes) y mientras bebimos vino.

Cuando terminamos de cocinar, comimos y seguimos bebiendo vino, ya íbamos contentillos así que, ¿qué hicimos? pues follar. Muy ricamente además, Pedro Sánchez sabe moverse.

Así que nada, polvo y Thermomix, sin comerlo ni beberlo. No hemos vuelto a quedar porque tampoco creo que sea el hombre de mi vida ni yo la mujer de la suya, pero vaya, que Tinder sigue dando sus frutos de vez en cuando.

Pd: si estáis activas y os entráis a un señor como el que os he descrito, no quedéis con él si no tenéis unos 1.000€ para invertir en un robot de cocina, porque el muy hijo de fruta os va a convencer, ya os lo digo yo.

Anónimo

 

Envía tus Tinder Sorpresa a [email protected]