Hace unas cuantas primaveras terminé mis estudios universitarios, corté con mi único novio hasta el momento y decidí que no me merecía la pena seguir el rumbo socialmente establecido y vivir triste y azul, así que hice las maletas y me fui a vivir a Londres porque se me puso en el coño. Y cuando se me pone algo en el coño no hay fuerza humana que me haga cambiar de opinión. Pequeño inciso en este punto, con corté con mi novio quiero decir que me dejó por teléfono y me pidió volver por whatsapp, pero esto es otra historia un poco triste y muy liberadora que algún día espero poder compartir con vosotras.

Para poneros en contexto durante esa época yo tenía las mismas ganas de vivir que Bella Swan, la protagonista de Crepúsculo, en el funeral de su padre. Sin irme por los cerros de Úbeda, llegué a Londres a finales de junio y ni corta ni perezosa una de las primeras cosas que hice fue descargarme Tinder. En España nunca se me habría ocurrido ya que vivía en una ciudad bastante pequeña y sinceramente antes de acabar liada con algún cabestro del “pueblo” prefería limpiarle el culo a Donald Trump.

Un mes después lo conocí a él, mi dios Hindú, el que me pondría mirando para el Taj Majal y me descubriría todos los secretos del Kamasutra. Me acuerdo perfectamente del día en que empezamos a hablar. A mí me pareció un chico mono, sin más, no era mi tipo, pero en ese momento me venía bien practicar inglés ya que mi excusa para estar allí era mejorar el idioma y toda la pesca así que seguimos hablando un par de días hasta que quedamos por primera vez en una parada de metro muy céntrica. Si conocéis Londres la parada era Embankment, ya que quería llevarme a un sitio especializado en vinos que hay por allí, caro de cojones by the way. Empezamos bien porque el vino y yo nunca nos hemos llevado bien, soy más de cerveza y cigarro en una terraza y si hay pipas y cartas mejor.

 La cita fue bien, acabamos morreándonos y después cada mochuelo se fue a su olivo. Volvimos a quedar ese viernes, cenamos en un restaurante japonés donde me enseñó a usar los putos palillos del demonio y bebimos saque. Que me gusta a mí empinar el codo… Después me llevó a tomar un Bubble Waffle pero el sitio estaba cerrado. La intención es lo que cuenta, ¿no? Aun así todo fue perfecto, comenzó a llover ligeramente y me besó en medio del soho londinense. Las bragas en este punto se me habían caído hasta las rodillas.

Después de eso seguimos hablando y no recuerdo muy bien cómo fue la tostada pero me invitó un finde a su casa, en un pueblo al norte de Londres. Se iba a mudar de allí el domingo así que era la última oportunidad que tenía de ver el poblacho, por lo que me planté allí con dos ovarios y bragas de repuesto en el bolso. En este momento yo estaba más agobiada que el fontanero del Titanic. Era  viernes, estaba a tomar por culo de mi casa con un pavo que casi no conocía, no tenía forma humana de volver después de las 12 de la noche y era VIRGEN. Si, virgen, con veinticuatro años y una relación anterior de casi dos años. Más virgen que el aceite de oliva y no por decisión propia sino por incapacidad permanente. O eso creía yo. Llevaba muchísimo tiempo flagelándome por ello, echándome la culpa, sintiéndome incompleta, menos mujer y todas estas gilipolleces que nos pasan por la cabeza cuando no encajamos con la puta sociedad. En fin, eso es otro tema, la cosa es que no se cómo lo hice pero me sobrepuse y me dije a mi misma “De perdidos al río hermosa, si no te gusta cómo caza la perrilla le dices que tienes la regla, que manchas como un cochino en época de matanza, te quedas a dormir allí y a las 7 de la mañana te escapas en plan ninja”.

Me recogió en la estación y fue la primera vez que nos saludamos con un beso en el boquino. Anduvimos por el pueblo un rato en plan romántico, creo que nos dimos la mano y todo aunque esto no lo recuerdo bien y es un poco una licencia poética que me tomo yo para adornar la historia, y fuimos a cenar a un restaurante asiático que te cagas. Nos pusimos en una mesa a lado de un ventanal gigante desde el cual se veía un canal de agua con un puentecito súper cuqui.

Para ese momento a mí ya se me habían caído las bragas hasta el suelo y estaban tan húmedas que si las tirabas a la pared se quedaban pegadas fijo, pero a partir de ahora va a ser momento pastelón total, avisadas quedáis. De hecho creo que esta fue una de las mejores noches de mi vida. Mientras me estaba comiendo un pollo con curry y bebiendo cerveza japonesa llegó una bandada de cisnes al puente. Esto para mí es muy simbólico ya que mi madre solía decirme cuando era pequeña que yo era como el Patito feo, y que cuando creciese sería un cisne. Qué mariconada, ¿verdad? Pues yo me lo tomé como una señal del destino y empecé a poner el piloto automático y dejar de pensar. Algo hizo click en mi cabeza en aquel momento, miré a mi Aladín, le sonreí y acabé la birra de un trago.

Terminamos la cena y fuimos andando cogidos del brazo hasta su casa. Compartía piso pero estábamos solos ese día. Era bastante pronto y acababa de salir un nuevo capítulo de Juego de Tronos así que empezamos a verlo. En el momento en el que nos metimos en la cama yo ya sabía lo que iba a pasar y que tenía que decirle que mi flor no había sido mancillada por más que yo me hubiese empeñado durante años, y todos los pensamientos negativos me inundaron de nuevo. Mi virginidad me había incapacitado hasta tal punto que pensaba que si lo decía se acabaría todo y por eso esperé hasta el último momento. Recuerdo que estábamos dándole al tema y, cuando vi que era inevitable tener que confesárselo, me tuve que tapar la cara con la colcha porque me daba tanta vergüenza que creía que me moría. Qué gilipollez, ahora que lo pienso.

Nunca en la vida habría esperado su reacción. Siempre me había tratado tan mal a mí misma que el mero hecho de que alguien se portase bien conmigo me impactaba. Me destapó la cara, me dijo que eso no importaba, me besó y en cuestión de cinco minutos me susurró al oído “You are not a virgin anymore”, palabras textuales. Recuerdo que no me lo creía, ya que os juro que llegué a pensar que ese momento nunca pasaría. Después de hablar incluso con profesionales (ya os contaré si se tercia lo que me dijo el hijo de la gran puta de mi tercer psicólogo) y pensar que el problema era mío, que tenía algo defectuoso, al fin mi dios hindú había logrado metérmela hasta el corvejón. No me dolió absolutamente nada, fue tan natural que cuando terminé me daban ganas de flagelarme por haberme perdido esto durante tantos años.

Comencé a llorar e incluso le dije que él siempre sería especial para mí. No mentí, a día de hoy sigo acordándome de ese momento… de lo que también me acuerdo es de lo que pasó después, pero eso es otro tema y me entra la urticaria de pensarlo. Pero estamos hablando de esta noche en particular y después de aquel polvo mágico siguieron seis más. Yo no me lo podía creer. Me puso fina filipina, era una cosa espectacular. Fíjate que era un chico normal, no muy alto y con un pene bastante standard, pero de seis veces que follamos tuve cuatro orgasmos y medio, cosa que no he conseguido con ningún tío desde entonces.

Cuando he hablado con mis amigas sobre sus desvirgamientos todas tienen algo en común, fueron bastante antes de los venticuatro años. De hecho sigo sintiendo que vivo en una adolescencia sexual y que me quedan cosas que aprender porque no ha pasado tanto tiempo de aquello. El tío resultó siendo un poco gilipollas ya que aquí solo comienza la historia y lo que viene después es para mear y no echar gota pero hijas mías, que me quiten lo bailao, ¿no creéis?

 

Sabela Valenti