Podría ser una excusa mala para no quedar más con alguien, pero reconozco que mi risa hace girar cabezas allá donde resuena. Ya me han dicho más de una y más de cien veces que baje la voz, así que os podéis imaginar que no emito el “jijiji” de princesita de cuento o dulce joven del anime. Mi risa es escandalosa como un koala cayendo del árbol o como el canto de la ballena azul, pero quiero pensar que no es desagradable.

La cita

Conocí a Hugo en Tinder y, como podéis intuir, fue otro nombre que echar al montón de los desechables. Que suena feo eso, pero, como fue él quien que me desechó a mí, me lo vais a permitir. Pasó lo de muchas veces: que tenéis alguna conversación, ves que va bien, te entran ganas de verlo en persona y acabas decepcionada. Menos mal que yo ya voy a estas citas sin demasiadas expectativas, solo a echar el rato, conocer a alguien que podría ser interesante y echarme una risas. Pero en esto último, precisamente, estuvo el problema, en las risas.

Quedamos en un bar, nos dimos los dos besos de rigor y mantuvimos actitud para pasar la mejor de las tindercitas. Todo iba bien. Él sonreía, yo también. A él le apetecía tapear algo, a mí también. A mí me interesaba un tema de conversación, a él parecía que también. Vamos, que había conexión y se intuía que podíamos pasarlo bien.

Consideré una suerte que el chico tuviera sentido del humor, pero fue eso lo que, de manera indirecta, me hizo terminar descartada (¡next!). Sonreí con algún que otro comentario, lo que a él le sirvió para sentirse más cómodo. Pero, cuando emití mi risa sonora de bulliciosa señora, fue a cuenta de algo que dijo sobre la comida. Pusieron unas patatas bravas con una bonita presentación, pero los dos estuvimos de acuerdo en que venían pocas para el precio que ponían en la carta. Así que él dijo:

-A mí que me echen más aunque la presentación sea nivel “León come gamba”. 

Entendí rápidamente la referencia a aquel famosísimo plato de Masterchef, que ya es historia de la televisión en España. Y creo que no fue tanto el comentario lo que me hizo reír, sino la vívida imagen de aquel desastre culinario que hacía tiempo que no recordaba. El caso es que yo me desternillé, con sus golpes a la mesa, su movimiento espasmódico de cuello hacia atrás y su todo.

Él se quedó callado como un muerto, sorprendido y mirando de reojo a su alrededor, incómodo. Que yo, pese a todas las veces que me han llamado la atención con la risa, no pensé en los decibelios, no. Yo pensé: “Ea, ya está, cree que he forzado la risa para gustarle”. Pero no era eso.

A partir de ahí, evitó hacer comentarios jocosos. Pero yo, como me rio con todo (y menos mal), emití mi canto melódico alguna que otra vez a cuenta del camarero, del sabor de la cerveza, de algo que hubiera en el ambiente o porque me estaba achispando. Exagero, claro, es para que entendáis que soy de risa fácil.

El caso es que Hugo se estaba poniendo nervioso y en alguna ocasión me llegó a decir:

-Te ríes muy alto, ¿no?

Me lo dijo de forma amable, como bromeando, con media sonrisa, así que no le di importancia. Me limité a decir que sí, que me lo dicen mucho, y ya está.

Tu eres una diosa, pero tu risa es demasiado escandalosa

Me despedí de Hugo en la puerta del bar ya tarde, acordando que ya hablaríamos por nuestras vías habituales. El chico tuvo el detalle de no hacerme “ghosting”, fíjate con lo poco que nos conformamos en estos tiempos. Le pregunté que qué tal al día siguiente y, como me contestó que bien, me animé y le solté un “Pues a ver cuándo repetimos, ¿no?”, en plan casual.

Se ve que el joven prefirió pasar el mal trago de poner fin a nuestra incipiente “amistad” antes de dejarse martillear nuevamente el cerebro con mi risa. Además, como no me tenía delante para ver mi cara de sorpresa, más fácil lo tenía.

-Pues me lo pasé bien, la verdad, pero… Si te soy sincero, me sentí un poco incómodo con tu risa y preferiría que no quedáramos más. Te ríes muy alto y a mí me da mucho palo que la gente nos esté mirando, ¿sabes?

Yo me lo tomo a broma visto con distancia, pero a una se le queda un poquito de mal cuerpo cuando alguien te dice que sí, que lo pasa bien contigo, pero que no quiere seguir conociéndote porque te ríes alto.

Para evitarlo en el futuro, tendré que asegurarme antes de que el tío con el que quedo es un muermo y mi canto gregoriano (pero en feo) no va a salir. O, mejor aún, me lo tomaré de otro modo: si mi risa le contagia, es un “sí”.

*Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora