Le voy a dar un primer trago a mi café para poder coger fuerzas y así contaros mi última Tinder-historia. Sé que en WeLoversize se han publicado citas sumamente espeluznantes, pero la mía más que terror puede llegar a producir ternura. Y hoy en día la ternurita está muy olvidada, ¡qué demonios! ¡recuperemos esa imagen del tío inseguro!

Porque ellos, amigas, también tienen sus comidas de coco. Que en este mundo no solo nosotras nos rallamos lo más grande con nuestras comeduras de olla. Y yo, según parece, di con el tío que más vueltas le daba a su cabeza.

Yo veraneaba en un pueblito muy cercano a mi ciudad (lo digo en pasado ya que desde que empecé la universidad aprovecho el sol y el calor para escaparme por ahí con mis colegas) Mis padres tienen un apartamento en esa localidad desde que yo soy muy pequeña, así que tras pasar verano tras verano en aquellas calles, ya tenía a mi grupete de amigos totalmente formado.

Crecí volviendo a aquel pueblo cada mes de julio para reencontrarme con muchos de mis amigos y, como era una tradición, conocer a muchos chicos que visitaban por primera vez la zona. Tendría yo quince o dieciséis años (plena edad del pavo) cuando uno de mis amigos nos habló de un chaval que le habían presentado sus padres. A él le dio igual el contarnos cómo se llamaba o de dónde era, el muy cabrón de mi colega solo se centró en que el pobre niño había perdido un testículo en un accidente en el parque cuando era pequeño… Vamos, que solo tenía un huevo…

¡Es Obi-Wan!‘, se puso a gritar en medio de la playa descojonándose de risa.

Lo cierto fue que a todos nos hizo mogollón de gracia la historia, aunque la ínfima mujer madura que empezaba a surgir en mi interior me pedía que parase de reírme, que aquello no estaba bien. No me preguntéis cómo se había enterado mi amigo de aquella intimidad, yo llegué a pensar que se lo había inventado…

El caso fue que aquel verano cada vez que nos cruzábamos por las estrechas calles del pueblo con ‘Obi-Wan’ no faltaba el gracioso de turno que se rompía de la risa. Yo apenas me había quedado con la cara del pobre chico, así que les pedía que por favor dejaran de decir chorradas y seguíamos a lo nuestro.

Han pasado ni más ni menos que siete años desde aquel mes de julio y yo ya he dejado de ser aquella niñata que creía saberlo todo para darme de bruces con la realidad de ser independiente, estudiante y trabajadora a la vez. Y, claro, ¿cómo conozco yo chicos con el poco tiempo libre que tengo? Pues con mi adorado y venerado Tinder.

Di con Carlos una tarde-noche de domingo en la que estaba cayendo una tormenta bestial. Poco tenía yo que hacer así que me puse a revisar perfiles de chicos porque, seamos sinceras, llevaba semanas sin echar un polvo y necesitaba darle una alegría al cuerpo.

Me pareció un chico interesante y además muy atractivo. No el típico guapo que te entra por los ojos nada más verlo, pero sí muy resultón. Se le veía un niño natural y tenía cara de ser muy buena gente, así que hice match esperando que él me respondiera del mismo modo. Esa misma noche empezamos a chatear para conocernos un poco más. Y yo no me había equivocado, Carlos era un chico especial y diferente.

Estudiaba arquitectura en la universidad y además curraba como camarero tres días a la semana. Le gustaba el cine clásico (casi tanto como a mí) y era un friki de Netflix.

Yo a este hombre lo tengo que conocer‘ pensé cuando ya nos habíamos despedido.

Y así lo hicimos. Tras hablar horas y horas vía Whatsapp, optamos por vernos el fin de semana en una bonita tetería de mi barrio.

Si le mola el te, ya me tiene ganada de por vida‘ crucé los dedos sonriente mientras me arreglaba para la cita.

Cuando llegué Carlos ya me estaba esperando. Era un chico bajito y olía tan tan bien. Llevaba la barba arreglada y un piercing en la nariz que me molaba muchísimo. Era un chico con un rollazo brutal.

La tarde pasó volando, nos bebimos dos tes diferentes cada uno y, para mi sorpresa, mi compañero estaba más puesto en el tema incluso que yo.

Carlos, creo firmemente que eres mi media naranja‘ le espeté al final de la cita sonriendo.

Él me devolvió la sonrisa y me respondió con un tierno y tímido beso en los labios. ¡MATCHHHHHH!

Después de aquella cita hubo más, tres más para ser exactos. Nuestros piquitos de adolescentes se convirtieron en auténticos morreos al acompañarme al portal de mi casa, y nuestros tes en cervezas que nos ponían chispa. Vamos, que Carlos me tenía totalmente alucinada y ya lo único que me faltaba era que me dejara seca en la cama, pero mi amigo parecía no decidirse nunca.

Carlos, ¿de verdad que no te apetece subir y echar un polvo conmigo? Que yo ya no sé cómo insinuarme, que solo me falta agarrarte la mano y ponerla sobre mi chichi‘ le solté muy directa una noche delante de mi portal después de habernos dado el lote durante minutos.

Puffff, ¿pero cómo no voy a querer? ¡me muero de ganas!‘ me respondió él devorándome con la mirada.

¿Entonces? ¿hay algún problema? ¿Algo que no me hayas contado?‘ y en ese instante se me empezaron a pasar por la cabeza las miles de opciones posibles: una enfermedad, disfunción…

Carlos se mantuvo pensativo unos segundos y entonces, apoyado en un lado de la puerta, comenzó a hablar.

Te puedo asegurar que no soy virgen, pero tengo un ligero problema y contigo, con lo mucho que me gustas, me da muchísimo miedo descubrirme. Tengo miedo a que me rechaces. Cuando era pequeño tuve un accidente un poco bestia y desagradable jugando en un tobogán y, bueno, digamos que tuvieron que amputarme una parte de mi cuerpo…‘ se sinceró mi amigo mirando ahora hacia el suelo.

Yo de repente viajé al pasado, en cuestión de segundos estaba de nuevo en la playa, tenía quince años y escuchaba al insolente de mi colega hablarnos de ‘Obi-Wan’. ¡Madre mía, madre mía!

Sí, queridas lectoras, Carlos era Obi-Wan. Mi cita de ensueño era aquel pobre niño del que mis amigos se rieron día tras día aquel verano. Mi Carlos, ese chico con aspecto de estar preparado para comerse el mundo, sufría una inseguridad gigante por culpa de un traumático accidente.

¿Y sabéis cómo le respondí? Me lancé a sus labios como una ventosa y lo abracé colocando mis manos en su perfecto culo. Lo besé como nunca antes dejándolo sin aliento.

¿Responde esto a tus miedos?‘ le dije separando mi cara apenas unos centímetros de la suya.

¡Qué huevo ni qué huevo! Carlos y yo echamos unos polvos magníficos aquella noche y muchas otras veces. Quisiera yo ver a muchos tíos con dos testículos triunfando en cada follada como lo hizo mi amigo.

A día de hoy seguimos quedando, no podemos decir que seamos novios, pero sí que nos damos lo nuestro cada vez que nos vemos. Una noche fui sincera con él y le conté que creía conocerlo de aquel verano en el pueblo. Él se reía y hacía alusión al destino, que a veces es así de caprichoso. Pues nada, ¡muchas gracias amigo azar por cruzar a Carlos una vez más en mi vida!

Anónimo

Fotografía de portada

 

Envíanos tus historias a [email protected]