Mis amigas me habían apodado ‘Miss Tinder‘. Llevaba meses disfrutando de mi soltería tirando de la aplicación y quedando con todo aquel con el que tuviera tema de conversación. En ocasiones la cosa en persona no cuajaba, pero en otras muchas pues sí.
Como una noche más me tumbé en el sofá después de una dura jornada de trabajo y me puse a bucear entre perfiles y perfiles de todo tipo. ‘Next‘, ‘¡Uy a este lo conozco!‘, ‘Madre mía pero este de dónde ha salido‘, ‘Next (again)‘… ‘¡Uala! ¿Y este dios griego?‘.
Me estudié su perfil y en seguida sentí el flechazo. Inteligente, con los mismos gustos peculiares en música que una servidora, amante de la literatura y muy muy muy atractivo. ‘Por favor, que mi próxima Tinder-cita sea con este macizo‘, aclamé a la naturaleza.
Y la madre naturaleza, el karma o quien fuera, me escuchó. Después de chatear durante dos preciosos días, nos decidimos a quedar en una recóndita cervecería de su barrio. Nuestros mensajes habían sido sutiles en un comienzo pero muy directos en muchas ocasiones, así que esa tarde yo ya tenía el asunto dando palmas.
Me puse un informal pero sexy vestido de estrellitas, mi chupa de cuero, tacones… ¡y a triunfar! Miss Tinder en acción, pensaba mientras caminaba decidida hacia la cervecería.
Al entrar lo localicé rápidamente. Estaba apoyado en la barra mirando hacia la puerta, pude intuir una pizca de nerviosismo en su cara y eso me produjo una ternura que me puso (todavía) más cachonda.
Nos saludamos con dos besos, nos sonreímos, y antes de que nos diéramos cuenta nos habíamos tomado cinco cañas de cerveza junto con sus correspondientes tapas de bravas. Efectivamente, (llamémosle) Mario era uno de los chicos más interesantes que había conocido. Experto en marketing, fan de los deportes de riesgo, amante de la aventura y de viajar por el mundo. Con él no existía ni un momento incómodo de silencio, siempre había tema de conversación. Y la forma en la que me miraba le añadía, además, un toque hot impresionante.
Tras haber bebido tanta birra mi vejiga dijo ‘hasta aquí‘ y tuve que pedirle a Mario un momento para ir al baño. El local era pequeño pero estaba a reventar de gente, así que en mi camino al aseo me giré entre la multitud y le guiñé un ojo. No sé muy bien si lo hice porque empezaba a estar algo piripi o porque de verdad quería que me siguiera, él me respondió con una mueca malvada y vi como se levantaba.
Entre al baño, si aquello se podía llamar así. Era un cubículo enano con un retrete destartalado y una pila escondida tras la puerta, pequeño se quedaba corto. A los dos minutos escuché que mi cita llamaba, abrí como pude y sin pensárselo dos veces Mario me agarró con pasión dándome un beso de lo más fogoso.
Como contorsionistas de circo nos las apañamos para echar el polvo del siglo en aquel lugar tan poco romántico. Pierna sobre la taza, manos contra la pared, ahora agárrame las nalgas… No sé cómo lo logramos, pero ambos terminamos con un orgasmo brutal y asfixiados de calor.
De pronto, entre las risas por lo que acaba de pasar y mientras volvía a poner en su lugar mis medias, vi que el gesto de Mario cambiaba. El color de su piel se tornó pálido completamente. ‘¡Ay dios!‘, añadió. Y acto seguido levantó la taza del retrete, bajó sus pantalones y se puso a cagar a chorro como si fuera una metralleta.
Menos de un metro cuadrado de baño, sin ventilación, y yo allí petrificada por lo que estaba pasando. Mi Adonis miraba al suelo mientras de su interior solo salían sonoros pedos y más y más de todo lo que estuviera expulsando (imagino que bravas). Tenía que huir de allí, pero con Mario sentado la puerta no se podía abrir. Me apoyé en la pila dándole la espalda, intentando hacer respiraciones para sobrellevar el mal trago. Pero no fui capaz.
Tras dos minutos de aquel hedor (y sobre todo gracias a una cisterna que no funcionaba), una arcada horrible salió de mi interior. Si alguien hubiera tenido en aquel momento una cámara, habría fotografiado el momentazo del día. Mario se deshacía por dentro y yo vomitaba con fuerza. Miss Tinder tocada y hundida.
Apenas habían pasado cinco minutos del horror cuando todo terminó. No sé cuántas veces escuché a Mario pedirme perdón y decirme lo avergonzado que estaba. Yo le restaba importancia y le explicaba que lo mio con los olores es muy exagerado (de hecho no, que la mierda de Mario olía a muerto, pero me dio lástima el pobre).
Salimos de la cervecería como si volviéramos de una batalla, sofocados y deshechos. Entonces mi dios griego se giró y me dijo ‘entiendo que después de lo que ha pasado no quieras volver a quedar‘.
¿Perdona? No lo besé ya que mi boca todavía tenía un regustillo a vómito bastante heavy. Pero le di un abrazo y susurré ‘si ya te he visto en estas y sigues pareciéndome genial, nada malo puede pasar‘. Así que Mario y yo acumulamos más citas y polvos en lugares dispares. Eso sí, nada de retretes y, por supuesto, no más bravas en nuestra vida.
Fotografía de portada
Anónimo