Os pongo en situación: conocí a un chico por redes sociales y desde el minuto 1 hubo muy buen feeling. Conversaciones hasta las tantas de la madrugada, hablábamos sobre todo tipo de temas y siempre en todo momento fuimos muy sinceros entre nosotros con cualquier sentimiento o intención. No tardaron en salir los temas sexuales en las conversaciones y evidentemente había tensión, muchísima tensión sexual. ¿Cuál era el problema? Teníamos como 4 horas de distancia de una ciudad a otra. Llegamos a la conclusión de que nos teníamos que ver y quedamos en un punto medio: Madrid.

A pesar de que había una muy buena conexión yo decidí quedarme ese finde en casa de una amiga y él igual, no nos hacía falta dormir juntos o incluso ir “mucho más allá” porque pensamos que habría más oportunidades si nos caíamos bien. La verdad que no me arrepiento para nada de esa decisión.

Llega ese finde tan esperado y quedamos. Me espera Sol y yo súper nerviosa me bajo del metro y ahí estaba; un chico de casi dos metros que me saludaba desde las alturas (yo mido metro y medio). 

Habíamos pensado mil y un planes para hacer ese día pero decidimos comer primero, conocernos y estar mucho más cómodos. Decidimos ir al Museo del Prado. Es un plan que sí o sí teníamos que hacer porque el arte es uno de los temas en común que más nos atrajo el uno del otro. 

Llegamos y nos sentamos en los jardines de la entrada (evidentemente queríamos besarnos y con esa diferencia de altura el primer beso tenía que ser sentados o de alguna manera cómoda sin que nos partiéramos el culo de risa). Pasó y ya con ese peso quitado entramos al museo bastante calentitos, para qué mentir. No tardamos muchas salas en darnos cuenta de que los cuadros (que ya habíamos visto muchas veces) no eran lo que de verdad nos interesaba. Habíamos desatado esa tensión sexual que durante más de un mes llevábamos conteniendo y se nos ocurrió la maravillosa idea de sentarnos un poco en el típico banco de museo, la intención era que el calentón se bajara y siguiéramos con la visita. 

No me preguntéis qué cuadro era o qué sala o si había mucha gente porque en mi cabeza sólo estábamos él y yo. Los besos empezaron a convertirse en morreos de adolescentes. Mi mano disimuladamente le tocaba y notaba como esa situación iba a ir a peor (o a mejor según se mire). Le propuse al oído que buscáramos un sitio un poco más apartado y después de unos minutos de búsqueda no aguantamos más y decidimos salir a los bancos de fuera, al lado de los jardines pero dentro del recinto. 

Nos sentamos en el banco y no él tardó en ponerme encima (ventajas de la diferencia de altura). De vez en cuando pasaba gente pero no nos estaba importando demasiado, estábamos él, yo y las ganas de follar.

Pasamos de los besos a directamente comernos con la mirada y a chuparnos todo lo que era visible, me miraba mientras me metía la mano en las bragas y me tocaba muy por encima, hasta que ya no sólo era por encima. Yo hacía lo mismo pero con bastante más reparo por si alguien nos veía. En realidad creo que disimulamos muy bien pero los tocamientos fueron a más. Como yo estaba encima de él y el horno estaba ya calentito inconscientemente me empecé a mover, no mucho pero lo suficiente para que ambos estuviéramos a punto. Bueno y tan a punto.

Después de no sé cuánto tiempo de magreo yo llegué a un orgasmo sin penetración increíble. Él tenía los pantalones mojados y no sólo por mi; nos habíamos corrido los dos con un petting en los bancos del Prado. No sé si fue más la situación, el lugar, lo que ocurrió en sí o el hecho de tener que disimular una de las mejores experiencias sexuales que más he disfrutado en mi vida pero quiero volver al Prado y no sólo para ver arte.

 

Sandra Regidor