Volver a salir de fiesta después de ser madre

 

Mi grupo posparto es el mejor. Somos madres que parimos hace cerca de tres años y hemos creado una tribu fantástica, de lo más variopinta, que nos aporta desde conocimientos hasta desahogo. Madres que, a veces, nos tenemos que recordar que ante todo somos mujeres trabajadoras, independientes y que la maternidad no puede eclipsarnos. 

Hace poco decidimos salir de fiesta juntas. Con el levantamiento de las restricciones derivadas de la pandemia del coronavirus, desempolvamos nuestros mejores vestidos, sacamos los tacones del fondo del armario y abrimos el neceser de maquillaje, en algunos casos, algo resecos. En cualquier caso, y aunque hubo dudas sobre la presencia de alguna de nosotras, conseguimos reunirnos todas sin parejas ni hijos. 

La que lo celebra por todo lo alto

Es su momento. Lleva esperando esto mucho tiempo, demasiado. “Libre”, se hace llamar. Y lo repite cada segundo. Lo da todo en la pista, se desgañita la voz con cada canción. Se ha puesto de punta en blanco para la ocasión. Está implicadísima y exige el mismo nivel de compromiso en el resto de madres. A la que ve una posible baja en su escuadrón, amenaza con retirar su palabra, bloquear de WhatsApp e incluso poner fin a la amistad. 

La que se duerme por las esquinas

Al otro lado, tenemos a la cansada. Agotada de la maternidad, del curro…, de la rutina. Ella, que a las 10 se sienta a ver una serie de Netflix y no pasa del opening. Sobre las 11 de la noche, ya tiene sueño. La ves en una esquina, enviándose a sí misma mensajes de ánimo: “Va, resiste, aguanta. Eres una campeona”. Quiere salir de fiesta, sabe que necesitaba ese ratito, lo quiere aprovechar, pero es que su cuerpo le pide cama. “Unos bailes”, insiste sentada. Sin éxito. 

La desubicada

Entra en el local muy motivada, pero pronto se pregunta cuántos años tiene la gente de su entorno. Ella es la mayor. Intenta integrarse, pero no se sabe ninguna canción. Pasa por un breve momento de bajona, en el que cuestiona la cantidad de tiempo que hace que no sale de casa sin su hijo. Después se pasa la noche autoconvenciéndose de que está en otro momento de su vida, que a ella ya no le gusta salir de fiesta cuando antes cerraba los bares. 

La que acaba borracha bebiendo agua

Está tan poco acostumbrada a beber, que solo con oler la copa de las demás ya acaba tambaleándose. Es la más desfasada, y aún el DJ no ha apretado el play de su primer tema. 

La que necesita un directo minuto a minuto de su hijo por WhatsApp  

Duda durante toda la noche de las capacidades de su pareja: “¿Le habrá puesto bien el pañal?”, “¿Habrá cenado bien?”, “Seguro que le dio patatas fritas”, “¿Estará durmiendo ya?”. Vive pegada al móvil, reclamando un directo minuto a minuto de cómo está su criatura. A la que está cinco minutos sin noticias, ya la ves pidiendo un Uber. 

La que no para de hablar de su hijo

Al hilo de la madre anterior, encontramos la que no es capaz de desconectar. Móvil en mano, te enseña vídeos y fotos de su retoño: desde el parto hasta la graduación de infantil, pasando por todas sus primeras veces (playa, Navidades, Carnavales). Te carga más que un chupito de Jägermeister.

La montaña rusa

A veces lo da todo; otras, se revuelca en mierda. Es la más inestable del grupo. Reúne un poco de todos los perfiles y acaba enviando mensajes contradictorios a su familia a través de WhatsApp: audios de “os echo de menos, ojalá estuvieseis aquí conmigo” a mensajes de “necesitaba este ratito, ojalá lo hiciese más”. 

 

Seas como seas, diviértete. ¡Chinchín, amiga! 

María Romero