Recuerdo tener unos 7 años y hablar con mi mejor amiga sobre cómo nos veíamos de mayores.

Ella me dijo que tenía muy claro que quería ser madre joven y ama de casa. 

Y a mí eso me horrorizó como no te imaginas.

Yo me veía más bien soltera, con un traje de ejecutiva, un maletín y un michi esperándome en casa. Pasándome el juego de la vida como una reina, vaya.

Aunque esta idea me venía “de fábrica”, también es verdad que mi madre me repetía una y otra vez que no había que depender de ningún hombre, que debía ser libre e independiente. Y todo eso grabó aún más a fuego la idea que tenía en mi mente.

Y ese fue mi objetivo siempre. Y luché por ello, vaya que si luché.

Estudié como una condenada. Daba clases particulares para ganarme un dinerito mientras estudiaba: recuerda, siempre independiente. Hice mi bachiller y me metí en la universidad. Ni hablar de algún título de grado menor, eso era para perdedores, no para divas en traje de ejecutiva.

Al poco me adentré en el mundo laboral, con miles de sueños e ilusiones, con ganas de ascender y llegar a la cima.

Y ahí fue donde me llegó la primera hostia.

Explotación laboral máxima con un sueldo de mierda y cero posibilidades de ascender. La sensación de ser el empleado nº X fue real. Éramos números y nada más. 

Trabajar 8 horas (más dos de transporte ida y vuelta) me pareció una estafa del sistema. Me daba la sensación de vivir para trabajar. Llegaba a casa, comía, tenía un par de horas de ocio, a lo sumo, y en breves tocaba cenar para dormir porque madrugaba. Una estafa la vida, así te digo.

Aun así seguí con ilusión y con la esperanza de encontrar una buena empresa y poder alcanzar mi sueño. Spoiler: fail.

En pandemia tuve que sobrevivir malamente con un trabajo MUY estresante en el que cobraba igualmente poco. Me esforcé aun así en ser la mejor. ¿Me valoraron por ello? Sí. ¿Me lo tuvieron en cuenta y me lo recompensaron? Sí. Con más trabajo y más responsabilidad, a cambio del módico precio de 0€.

Finalmente pude salir de allí y encontré un nuevo trabajo. Esta vez el contrato y el sueldo lo merecían, y las posibilidades de ascenso eran reales aunque no muy probables, pero me valía.

Segunda hostia.

Descubrí que lo importante era el chupaculismo. Que había gente que deseaba tu objetivo mucho más que tú, sin importarle el obstáculo que tuviese en frente, incluso si hubiese que jugar sucio. Descubrí de nuevo el estrés, la inseguridad y el sentirse una inútil.

Descubrí el sueldo real de mi jefa al equivocarse de mail al enviarnos las nóminas. Cobraba 300€ más que yo. 300€, prima. Con la de responsabilidades tan enormes que tenía esa mujer, con la de tiempo fuera de casa que le dedicaba a un negocio que no era ni suyo, con la cero desconexión del trabajo que vivía. Porque yo desconectaba poco por los problemas, pero es que ella no desconectaba ni yéndose de vacaciones. 

Tercera hostia de realidad. O decimocuarta, porque después vi que no era la única jefa/e en una empresa que cobraba así. De cuatro empleos que tuve, los cuatro jefes no cobraban mucho más. Y si lo hacían, se tenían que subir tanto el IRPF que al final acababa siendo lo mismo. Se me quitaron las ganas de ascender.

Y un día, pues bueno, descubrí el paro. Me tomé unos meses de relax y de sanación mental después de todo lo vivido.

Se me quitaron el bruxismo, los dolores de espalda y los terrores nocturnos. Recuperé algunos hobbies. Volví a sentirme yo misma. Volví a conectar con el mundo que me rodea, con el momento presente…en definitiva, con la vida.

Y ahí reflexioné. ¿En qué clase de engaño nos han metido? ¿Qué clase de estafa es la vida del trabajador? Soportar kilos de mierda y sacrificar miles de horas de tu vida a cambio de un sueldo que apenas te da para vivir, mucho estrés, y pocas horas de ocio.

Si no fuese por el tema de la dependencia económica de tu pareja, que una nunca sabe las vueltas que da la vida, elegiría otro camino diferente.

Es que, joder, estando de ama de casa, podía dedicarle parte de mi tiempo a mantener el hogar y el resto sería entero para mí. Para ser feliz. Podía ir de compras, o simplemente a mirar tiendas. Pasear a mi perrita con calma y disfrutar del sol sin preocupaciones. Ver una película sin mirar el reloj para controlar el tiempo que me quedaba de disfrute, sin pensar en “en un par de horas tengo que estar vistiéndome y yéndome”. 

Me imaginé lo jodidamente felices que debían de ser las tan criticadas (por mí además) “mujeres florero”. SEÑORAS, esas son las que se pasan el juego de la vida. 

Y me di cuenta de que deseo ser ama de casa. 

Cágate. Yo, el fallido intento de magnate.

Mi querido feminismo se me fue un poco por el desagüe.

Y es que, pido perdón a todas las deseadas amas de casa que menosprecié en su momento por “no tener aspiraciones en la vida”. 

Porque qué queréis que os diga, pero he descubierto que la mejor aspiración que se puede tener en la vida, es tener ganas de vivirla.

Qué coño.

 

Juana la Cuerda