Buenas tardes a todas, hermanas (y hermanos).
Imagino que como a todas nosotras, o al menos a la gran mayoría, el tema de La Manada nos ha llegado al alma y nos ha hecho despertar, gritar y envalentonarnos para contar nuestra fea experiencia en esta sociedad machista. Siento si me alargo demasiado, pero allá voy.
Tengo 23 años, y nunca olvidaré el día que cumplí mis 16. Fue viernes, y decidí salir a celebrar mi cumple con mis amigas. Vivo en un pueblo pequeñito, así que es muy normal allí poder recogerte a las tantas a temprana edad, sin ningún temor (al menos eso creía yo). Hicimos botellón en casa de una amiga, y después nos dirigimos a la única discoteca que hay en mi pueblo y a la que todo el mundo va, como es normal. Iba borracha, todo lo borracha que una chica de 16 años puede ir, y me sentía la reina de la noche, era mi cumpleaños y nada podía salir mal.
Una vez llegamos a la discoteca, nos encontramos con el primo de una amiga que resulta ser súper simpático y termina uniéndose a nosotras. No recuerdo la edad que tenía él, pero más de 20 estoy casi segura. Mientras estamos de fiesta, el chico, por llamarlo de alguna manera, no paraba de manosearme constantemente, pero ilusa de mí siempre pensaba «va, habrá sido sin darse cuenta, hay mucha gente en la disco y todo el mundo te termina rozando» (ERROR).
Llegó la hora de irnos, y yo era la que vivía más cerca. El amable chico se ofreció para llevarnos a casa en coche, era muy tarde y podría pasarnos cualquier cosa… Accedimos, era el primo de mi amiga, qué podía pasar. Lo lógico, como he señalado antes, es que me dejara a mí primera ya que era la que más cerca vivía, pero él decidió dejar a todas primero y llevarme a mí a un descampado. Ahí empecé a ponerme muy, pero que muy nerviosa. Paró el coche, se bajó y me dijo que me bajara. Le dije que por favor me llevara a casa, que yo no vivía por esa zona, y que me quería ir a casa. Él se la sudó completamente (perdón por mi lenguaje), empezó a abrazarme, besarme el cuello y a decirme que fuera con él a cenar la día siguiente. Yo seguía diciendo que por favor, me llevara a casa, y que no quería estar ahí. Se puso tan pesado que terminé diciéndole que si accedía con él ir a cenar al día siguiente prometía llevarme a casa, ya no aguantaba más sentir sus manos babosas por mi cuerpo, y gracias a dios que accedió. Me llevó a casa.
Cuando llegué, recuerdo que me tiré toda la noche llorando, me daba asco, me sentía una puta y me culpaba a mí misma por haber provocado esa situación, por no haberme ido a casa andando, por no haberle pegado un guantazo. Al día siguiente no fui capaz de contarle nada a mis padres, fue el peor día de cumpleaños, estaba asqueada, con ganas de vomitar y llorar al mismo tiempo, y sólo me castigaba a mí misma.
El chico se entretuvo en decir que yo había sido una calientapollas, que no valía ni para eso, e ilusa de mí y mis 16 años, me lo creí. Me costó madurar algo más y llegar a los 20 para entender que ese imbécil abusó de mí, de mi juventud, de mi inocencia, de mi borrachera y poca lucidez, aunque a día de hoy, cuando lo recuerdo, hay veces que sigo cuestionándome que si hice algo para provocar esa pesadilla, y que igual sí que tuve la culpa.
La manada somos nosotras, si tocas a una, nos tocas a todas.
#Cuéntalo