El proyecto de Natalia. Capítulo 3:El puñetazo del millón de euros.

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    Capítulo 1: https://weloversize.com/topic/el-proyecto-de-natalia-capitulo-1-toda-la-verdad-y-nada-mas-que-la-verdad/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/el-proyecto-de-natalia-capitulo-2-abrigo-al-aceite/

    Capítulo 3: El puñetazo del millón de euros.

    Tras salir de la cama, cogí una manta y me envolví en ella mientras buscaba en mi armario el radiador para calentar un poco la habitación antes de quitarme el pijama. Si ya andaba así en otoño no sabía que iba a hacer cuando llegara el invierno.
    A diferencia de otras mañanas, desayuné en casa con mi madre. Lo hice por ella, suficientes horas iba a estar sola y aunque me encantaba tomarme un café con leche y una tostada de jamón en el bar de lado, no me costaba nada quedarme allí con ella y charlar, aunque solo fuera media hora.

    El guarda de miró con mala cara cuando me vio aparecer. Salió de su garita dispuesto a echarme como el día anterior, pero bajé la ventanilla del coche, estiré el brazo y le mostré la acreditación.
    —Siento el incidente de ayer, señorita Rojas—tras unos segundos con mi acreditación en la mano se puso pálido.
    —No se preocupe, cumplía con tu trabajo —sonreí amablemente. No me gustó la forma en que me habló, pero comprendía que solo estaba haciendo su trabajo. No creía que fuera motivo para llamarle la atención y tampoco quería que me tomara por una persona con ínfulas de grandeza.
    Pulsó el botón y la barrera comenzó a levantarse automáticamente. Le deseé un agradable día y continúe mi camino hacia los aparcamientos más cercanos a los ascensores con los que se accedía directamente a la empresa.
    Para mi sorpresa vi que muchos aparcamientos reservados para algunos puestos, incluido obviamente el de director ejecutivo. Dudé durante unos segundos si hacerlo. Estaba claro que Carlos aparcaba allí, pero en realidad esa había pasado a ser también mi plaza. Si él no iba a tener ningún tipo de concesiones conmigo, yo tampoco tenía por qué tenerlas con él, además, no creía que después del encontronazo que tuvimos a la salida, se atreviera a increparme por algo tan absurdo como un aparcamiento teniendo otros muchos disponibles justo al lado.
    Di los buenos días a Lola e Iñigo que ya estaban en sus puestos de trabajo. Seguí mi camino y entré en mi despacho. Lo primero que hice fue quitarme el abrigo y la bufanda. Ese día hacía bastante más frio que el anterior, pero allí dentro parecía estar en una sauna, si hubiese sido por mí, me habría quitado hasta el jersey.
    Me puse manos a la obra con la segunda carpeta, pero antes de poner terminar de leer el segundo documento, alguien llamó a mi puerta. Apareció ante mí un hombre de ojos claros y pelo oscuro muy sonriente.
    —¿Puedo ayudarte? —si no recordaba mal, él era uno de los integrantes del equipo de arquitectos de Irene.
    —Me han dicho que tenemos jefa nueva y quería presentarme, Pablo Rubio —se acercó a mi mesa y me tendió la mano. Enseguida me levanté y acepté el apretón devolviéndole la sonrisa. Eso era otra cosa.
    —Natalia, encantada de conocerte —no esperaba que se sentara, pero tampoco me importó.
    —Siento mucho la perdida de Martín, era un gran hombre. Tuve la suerte de poder trabajar a su lado —vi sinceridad en su mirada. No creía que tratara de hacerme la pelota.
    —¿Cuántos años llevas trabajando aquí? —suspiró y se cruzó de piernas pensativo.
    —Casi nueve. Estoy convencido de que cualquier otra persona no habría contratado a un chico con veintiocho años y un currículum tan pobre como el mío, pero tu abuelo lo hizo —sonrió con nostalgia.
    —Mi abuelo tenía el don de ver lo que los demás no vemos.
    —Totalmente de acuerdo —iba a responder, pero sin esperarlo, la puerta de mi despacho se abrió de golpe asustándonos a los dos.
    Levanté la mirada y mis ojos se cruzaron con los de Carlos. Parecía bastante enfadado y podía adivinar por qué.
    —¿Nos puedes dejar solos? —se dirigió a Pablo sin disimular ni una pizca su mal humor. Pablo se levantó de la silla, se despidió de mí y se marchó pasando por al lado de Carlos sin siquiera mirarlo. No supe si le había molestado como nos había interrumpido o quizás se trataba de otra cosa.
    —No puedes entrar a mi despacho de esa manera —dije en cuanto la puerta se cerró.
    —¿De qué vas? —se acercó hasta mi mesa y apoyó las manos en ella.
    —No sé a qué te refieres —sí que lo sabía e ingenua de mí, pensé que no armaría un drama por una plaza de aparcamiento.
    —Estás buscando acabar con mi paciencia ¿Verdad? —estaba más loco de lo que me pensaba.
    —Solo quiero que me dejes trabajar en paz —dije aburrida.
    —Has aparcado en mi sitio —por un momento nos miramos a los ojos, pero dejé de hacerlo, me distraían.
    —No, he aparcado en la plaza del director ejecutivo y resulta que yo soy una de esas personas, aunque te duela —sonreí.
    —Deja de buscarme o acabarás encontrándome —se retiró.
    —Y yo poniendo un pestillo —dije antes de que abandonara mi despacho dejando la puerta abierta el muy cretino, con lo que odiaba las puertas abiertas.
    Ese idiota conseguía ponerme de los nervios. Tuve unas ganas enormes de ir a su despacho y abrirle la puerta, me repetí varias veces que no podía tener deseos tan infantiles. Era una mujer adulta con un cargo de mucha responsabilidad, necesitaba centrarme en lo importante y no en un tipo insoportable. Esa era la teoría, la cual me sabía muy bien, pero por lo general la práctica siempre solía suspenderla.
    Me levanté, fui hasta allí y sin llamar, abrí y ojalá no lo hubiera hecho, lo pillé de espaldas quitándose un abrigo diferente al de ayer, y sin poder evitarlo mis ojos se fueron directos a su trasero que no parecía ser de este mundo.
    Si se hubiera girado unas milésimas de segundo antes me habría pillado infraganti y yo habría tenido que cavar un hoyo en el que meter la cabeza para siempre.
    —Por cierto, revisa tu coche, al llegar he visto en la plaza unas gotas de aceite —me deleité con su cara y me fui, por supuesto dejando la puerta abierta.
    Antes de entrar de nuevo en mi despacho me dio la risa. Una risa sincera y no entendía muy bien por qué. Fue divertido hacerlo rabiar un poquito, aunque estaba convencida de que no se quedaría quieto, buscaría la forma de devolvérmela y probablemente se encargaría de que no me hiciera gracia.
    Por fin pude continuar con mi trabajo, a medias. A lo largo de la mañana, me visitaron el resto de arquitectos que no habían podido estar en la reunión del día anterior. Todas las veces que tocaron, el corazón se me puso en la boca pensando que podía ser Carlos, aunque no entendía por qué, él no tenía la gentileza de llamar a la puerta, ya lo había dejado claro.
    Pensé que me daría tiempo de revisar las dos carpetas, pero con tantas interrupciones, apenas conseguí terminar la segunda antes de la hora de comer. En cuanto mis tripas crujieron dejé de leer y me coloqué el abrigo y la bufanda para salir a la calle y dirigirme al restaurante del día anterior. Vi en la carta muchas cosas que me apetecía probar.
    Volvieron a llamar a la puerta y suspiré. Al girarme para ver quién era casi me quedo sin aire.
    —Déjame en paz al menos en la hora de comer —torció los labios en una especie de sonrisa extraña.
    —He venido a invitarte a almorzar —tenía que estar escuchando mal. Cuatro horas antes me había montado un escándalo por una tontería y de repente quería que comiéramos juntos. Debía ser una trampa.
    —¿Por qué?
    —Porque no podemos seguir así —se puso serio.
    —No, desde luego que no —por supuesto que no podíamos seguir de aquel modo, pero también creía que si andábamos como el perro y el gato era por su culpa, no creía haber hecho nada malo, a parte de lo de su abrigo, pero eso fue algo que se buscó él solito.
    —Entonces ¿Aceptas? —relajó la expresión de su cara.
    —Está bien —me levanté y cogí mi bolso junto a mi abrigo.
    Sin decir nada más salimos juntos de la empresa. La tensión era latente, no habría pasado por esa situación tan incomoda voluntariamente si no hubiese creído que era necesario.
    Ninguno de los dos preguntó dónde queríamos comer, sin embargo, acabamos en el restaurante al que me apetecía ir. Me pregunté si él también almorzaría allí habitualmente. Esperaba que no, me gustaba el sitio y no deseaba dejar de ir con tal de no encontrármelo y amargarme la comida.
    Seguíamos en silencio, solo hablamos cuando el camarero se acercó para tomarnos nota. Comencé a creer que aceptar su invitación fue un error.
    —¿Crees que merezco menos por ser adoptado? —me miró directamente a los ojos.
    —¿Qué? —si en ese instante hubiese estado comiendo, me habría atragantado y seguramente él lo habría celebrado, aunque se veía muy serio. No era una pregunta irónica ni nada por estilo. Me miraba tan intensamente que comenzaba a sentirme intimidada, como si buscara en mis ojos la respuesta sincera que no obtendría de mis labios, pero no iba a mentir—. Por supuesto que no ¿Por qué me preguntas algo así? —suspiró y se cruzó de brazos sin apartar la mirada de mí.
    —Es exactamente cómo me hizo sentir el abuelo en su video —no entendía nada.
    —Dijo que te quería y que estaba muy orgulloso de ti —no era un reproche, solo un recordatorio.
    —Lo sé, pero aun así no me consideraba suficientemente bueno para dirigir solo su empresa cuando él no estuviera —no estaba de acuerdo con él. Quise responder, pero el camarero llegó con nuestros platos.
    —¿Y no se te ha pasado por la cabeza que esa no sea la razón? —me miró con interés a la vez que sirvió ambas copas con la botella de agua fría que habíamos pedido.
    —¿Cómo qué? —era la primera vez que manteníamos una conversación tan larga sin discutir o alzar la voz.
    —Darme un lugar a mí, asegurarme un futuro —aunque me doliera pensarlo, no creía que mi abuelo me hubiese escogido por mi experiencia, que la tenía, pero no al nivel como para dirigir un negocio tan importante.
    —Puede ser —se mostró pensativo.
    —Y puede que tuviera otra razón —me miró expectante. Ya que iba a ser sincera, diría todo lo que pensaba—. Quería que sus hijas se unieran, quizás quería lo mismo para sus nietos —bajó la mirada al plato de chuletillas de cordero con patata asada y se pasó una mano por la cara.
    Empecé a ver las cosas de otra manera. No debió ser fácil para él pensar que mi abuelo no confiaba en él y no poder preguntarle porque simplemente ya no estaba.
    —Lo siento —volvió a mirarme a los ojos. Tenía una mirada demasiado intensa, me ponía nerviosa pensar en la posibilidad de que se diera cuenta que sus ojos grises me erizaban la piel—. Estaba enfadado y lo he pagado contigo —no le conocía demasiado, pero sabía que no mentía.
    —Yo siento lo del abrigo —en su momento se lo mereció, pero creí que esa podía ser la oportunidad perfecta para comenzar de nuevo y poder llegar a llevarnos bien.
    —No pasa nada —sacó la cartera y no entendí muy bien por qué, apenas me había llevado dos cucharadas a la boca de mi exquisita sopa de picadillo.
    Sacó lo que me pareció un ticket, lo puso encima de la mesa y me lo acercó.
    —¿Qué es eso? —dije sin poder evitar el tono desconfiado.
    —La factura de la tintorería —por suerte no tenía nada en la boca.
    —¿Perdón? —lo miré con la ceja alzada. Debían haberle echado algo raro al agua.
    —Estás perdonada —me guiño el ojo y bebió de su copa envenenada.
    —No pienso pagarte la tintorería —me crucé de brazos con el ceño fruncido.
    —He tenido que gastarme este dinero por tu culpa —dijo alzando el ticket.
    —Tú te lo buscaste —dije con indiferencia. Nada habría pasado si no se hubiera comportado como un patán.
    —Acabas de decir que lo sientes —se enderezó en la silla
    —Y lo siento, pero no voy a pagártelo.
    —¿Y si te digo que ese abrigo fue un regalo del abuelo? —sabía fingir seriedad.
    —Me estarías mintiendo —dije con certeza.
    —¿Seguro? —no iba a conseguir hacerme dudar.
    —Por supuesto, el abuelo tenía mejor gusto —no pudo evitarlo y esbozó una amplia sonrisa. Era la primera vez que le veía tantos dientes.
    —Touché —volvió a beber.
    —Pero sí puedo invitarte a la comida —dije en un arranque de generosidad.
    —Hecho —ni lo dudó.
    Veinte minutos después pagué la cuenta y nos marchamos. Se nos había pasado el tiempo por más de media hora, pero él a diferencia de mí no pareció importarle.
    No sabía cuánto duraría la paz y si algún día ir dentro del ascensor con él dejaría de ponerme tensa, lo único que esperaba era que después de esa conversación los ataques cesaran, al menos los que dolían, no tenía problema con bromas como las de la comida, eran mi fuerte.
    No hubo dos besos, ni una despedida, simplemente él se paró a hablar con Iñigo y yo seguí mi camino a mi despacho, él único lugar en el que conseguía relajarme y respirar con tranquilidad.
    No podía negar que me sentía muy bien después de hablar con él y entender cuál era el motivo por el que su actitud fue tan desagradable conmigo. Comprendí que mi persona no era el problema, lo habría sido cualquiera que hubiese ocupado mi sitio. Me pareció razonable su inseguridad y su miedo a que mi abuelo no confiase en él como siempre creyó.
    No tenía ninguna duda de que se equivocaba. El brillo que vi en los ojos de mi abuelo cuando habló de él era imposible de fingir. Al igual que tampoco dudaba que quería por igual a sus dos hijas. Lo único que pretendió con su testamento fue cuidarnos, como siempre hizo.
    Me pasé un buen rato con la mirada perdida, pensando en todo y en nada, hasta que un chirrido muy fuerte me sacó abruptamente de mis pensamientos. Me levanté para acercarme a la ventana y ver que provocó el fuerte ruido. Un coche había marcado los frenos en la carretera, pero por suerte no pasó nada. No hubo golpe ni ningún incidente, solo dos personas hablando con la mano en el pecho, supuse que por el susto. Me aparté de la ventana y me puse seria, ya era hora de ponerme nuevamente manos a la obra.
    Terminé de analizar el segundo proyecto y abrí la tercera carpeta que tan solo tenía un documento. Cuando vi que se trataba solo del anteproyecto me emocioné muchísimo. Eso significaba que era una propuesta que entre Carlos y yo deberíamos decidir si aceptar o no, sería mi primera decisión como codirectora ejecutiva de Indamar.
    Quería analizarla muy bien, saqué un par de folios de mi cajón y un bolígrafo para anotarlo todo. Conforme seguí leyendo me fui desilusionando. No podía creerme que mi primera decisión fuera a ser negativa, pero ni de broma podíamos dar el visto bueno a esa construcción. Me fijé en que era Pablo Rubio el que firmaba el anteproyecto.
    Había hecho muy bien su trabajo, desde los condicionantes legales, el planteamiento urbanístico en vigor, el precio de los solares, los negocios alrededor, todo lo necesario para no dudar. El problema era que la idea en sí, a mi parecer era muy mala, sobre todo porque ya lo habían hecho.
    Faltaba media hora para las siete de la tarde, por lo que lo dejé para el día siguiente. Prefería marcharme a casa y tener tiempo suficiente para pensar cómo dar la negativa sin opción a replica, haciéndoles ver que mi juventud no me estaba llevando a ningún error. Eso era lo que más miedo me daba, que se enfadara y fuera diciendo a sus compañeros que había rechazado su trabajo porque no tenía ni idea.
    Guardé el anteproyecto en la carpeta y las otras dos las coloqué en la balda más alta de mi estantería donde pensaba colocar todos los proyectos que salieran adelante.
    Volvieron a tocar a mi puerta y resoplé. Para mi gusto ya había sido golpeada demasiado. Tenía la intención de salir un poco antes porque quería acercarme al centro de cuidados para personas con Alzheimer para visitar a mi abuela. Hacía casi dos semanas que no la veía y me sentía mal por ello.
    Esperaba que la persona que estaba detrás de la puerta esperando mi aprobación para entrar no me robara demasiado tiempo.
    —Hola de nuevo —Carlos entró y se sentó en una de las sillas alrededor de la mesa redonda de mi despacho empleada para reuniones. Creía férreamente que ya habíamos cumplido con la cuota diaria de vernos la cara, pero me guardé el comentario y me senté con él.
    —¿Qué pasa? —dejó unos papeles encima de la mesa.
    —¿Lo has leído? —me fijé y vi que se trataba del anteproyecto de Pablo que acababa de analizar. Mi idea de dejarlo para el día siguiente acababa de irse al traste.
    —Acabo de hacerlo.
    —¿Y qué te parece? —entrelazó las manos.
    —¿Te importa mi opinión? —a pesar de mi pregunta y mi tono de voz, no era mi intención buscar una pelea.
    —Qué remedio —se encogió de hombros.
    —No me gusta —preferí no dar rodeos.
    —A mí tampoco —lo miré sorprendida. Me agradaba que coincidiéramos.
    —¿Por qué no te gusta? —me miró atentamente. Me sentía como si mi profesor me estuviera preguntando la lección.
    —Para empezar la idea de construir la torre más alta de Andalucía ya se llevó a cabo. Todo el mundo pensó que sería la gran cosa y finalmente resultó ser una ruina que llevó a la constructora a la quiebra. No veo el modo de que una torre más alta no dé los mismos resultados. Además, los terrenos están por encima de su valor de mercado y conozco la zona y no es precisamente segura. Estoy convencida de que gastaríamos más dinero en reponer materiales robados que en otra cosa —asentía conforme yo hablaba. Parecía satisfecho con mi explicación, no sabría decir si su aprobación me gustaba o me ofendía.
    —Bueno, solo queda comunicar la negativa, suerte con ello —se levantó rápidamente y se marchó.
    —¿Cómo? —ya no estaba para cuando conseguí reaccionar, pero si pensaba que no le seguiría hasta su despacho, estaba muy equivocado.
    Entré y por primera vez me fijé en su oficina. La única gran diferencia con la mía era la estantería. Ocupaba toda la pared y estaba llena de libros, nunca había visto tantos libros juntos salvo en las bibliotecas.
    —Quieres que me odien ¿Verdad? —me crucé de brazos, él por su parte se acomodó en su sillón que también era más grande que el mío.
    —Además de la plaza de garaje, rechazar propuestas entra dentro del cargo —sonrió.
    —Un cargo que ocupamos los dos, por lo tanto, es tarea de ambos—dije imitando su sonrisa.
    —Está bien, si tanto miedo tienes, yo me encargaré —sabía lo que estaba haciendo.
    —¿De verdad piensas que ese truquito de niño de cinco años va a funcionarte? —no respondió, pero sonrió. El muy canalla sabía que sí lo haría—. Muy bien, puedo hacerlo perfectamente sola.
    —Estupendo —descolgó su teléfono—. Iñigo, llama Pablo y dile que suba al despacho de Natalia.
    —¿Por qué tienes que decidir tú cuando y donde? —dije con fastidio e indignación.
    —Cuanto antes mejor —me marché realmente frustrada—. Espera, estaré contigo.
    —No te necesito —escupí sin siquiera girarme para mirarlo, pero eso no impidió que me siguiera.
    —Pablo es un tanto orgulloso, sé de antemano que no se lo va a tomar bien.
    No dijimos nada más. Simplemente nos sentamos en la mesa redonda y esperamos que el citado apareciera.
    Aproveché esos pocos minutos en pensar las palabras correctas. Simplemente tenía que exponer los motivos por el cual se producía el rechazo, pero empleando las expresiones menos ofensivas posibles.
    Mientras estudiaba el master, asistí a un par de cursos sobre los métodos correctos para rechazar idea tanto de clientes como de tus propios trabajadores. En Internet encontrabas de todo. Aún conservaba algunas plantillas que nos habían facilitado en mi casa. Era hora de ver si esos cursos realmente sirvieron para algo o fueron dinero tirado a la basura.
    Pablo llegó y se sentó. Por su cara al vernos a ambos allí, debió intuir de que se trataba. Me di cuenta de que sonrió cuando me vio, sin embargo, al percatarse de la presencia de Carlos, volvió a ponerse serio. Cada vez tenía menos dudas de que esos dos no tenían buena relación.
    Por supuesto, lo primero que hice fue darle las gracias a Pablo por su idea y nombrar los puntos positivos y poco a poco fui explicándole los motivos que a ambos nos habían llevado a declinar su anteproyecto. Iba despacio, pero sin rodeos, eso era lo último que podía hacer.
    En todo momento lo observé para ver si la expresión de su cara cambiaba, pero se mantenía neutro, por lo que me dificultaba saber si debía frenar o continuar con normalidad.
    Cuando acabé se hizo el silencio, se levantó de la silla y nosotros lo imitamos. Nos estrechó la mano, se despidió y se marchó. Era obvio que no estaba contento, pero también era normal. Sabía lo que era que te rechazaran una idea y estar frustrada por ello, pero eso solo era síntoma de que su trabajo le importaba.
    Estaba satisfecha de haberlo hecho yo sola. En ningún momento dudé o me equivoqué. Acababa de demostrarme a mí misma y a Carlos que podía hacerlo. Debía empezar a tener más confianza.
    —Lo has hecho muy bien —pensé que se marcharía sin decir nada, pero en el último momento se volvió.
    —Gracias —me limité a decir. Aunque en realidad, la respuesta que se me pasó por la cabeza fue muy distinta, no necesitaba su aprobación.
    Miré el reloj, si me daba prisa podría llegar al centro dentro del horario de visita. Me puse el abrigo y la bufanda, cogí mi maletín y corrí rauda y veloz hacia el ascensor. Iñigo y Lola ya se habían marchado, sus escritorios se veían muy diferentes sin ellos dos trabajando.
    Mientras esperaba a que llegara el ascensor, me fijé en que solo había luz en el despacho de Carlos, me puso nerviosa la idea de que de repente saliera y tuviéramos que volver a compartir ascensor, pero no pasó.
    A quien si me encontré cuando llegué al garaje fue a Irene que esperaba el ascensor, debió dejar algo olvidado en el despacho. Nos sonreímos al vernos.
    —Pablo me ha comentado que has rechazado su anteproyecto —comentó con un tono de voz que no supe descifrar muy bien.
    —Sí, lo he estado analizando un par de horas y creo que es la mejor decisión.
    —Yo también. Se lo dije, pero insistió en presentarlo. Es un buen arquitecto, pero cuando una idea se le mete en la cabeza es difícil sacársela —usaba un tono de broma, pero en cierto punto me dio la sensación de que no todo lo era.
    —Entiendo. Por cierto, me encanta la zona donde se va a construir la residencia para la tercera edad y las ideas que tenéis en mente para que sea más confortable y segura.
    —Gracias jefa —nos despedimos y por fin pude arrancar mi coche para marcharme a casa, pararme a hablar con Irene terminó de estropear mis planes.

    En los últimos días me había dedicado a buscar terrenos por los pueblos más turísticos de la provincia. Tenía una idea rondándome la cabeza, pero era soñar a lo grande. Estaba casi convencida de que Indamar contaba con fondos suficientes para llevar a cabo un proyecto así, pero el mínimo fallo podría ser desastroso para todos.
    Me di cuenta de que me estaba comenzándome a obsesionar cuando el miércoles se me hicieron las once de la noche analizando, buscando los diferentes y múltiples fallos de las residenciales. Me habría quedado allí si no hubiese sido porque mi madre me llamó preocupada, nunca pensé que fueran tantos.
    Antes de que me diera cuenta, el viernes llegó. Bajé a la segunda planta para informarme de cuantos pisos faltaban por vender de los dos últimos edificios que habíamos construido y de cómo iban las ventas de los chalets que acaban de terminar de construirse en la zona más lujosa de la ciudad.
    Podría haberle pedido a Iñigo que me realizara un informe de ventas, pero preferí informarme yo misma y así aprovechar y presentarme oficialmente. Toda la planta me recibió muy bien, a pesar de no conocerme en persona, sí sabían quién era. La gran mayoría eran mujeres, algunas de ellas tenían a sus bebés en la guardería que inteligentemente estaba insonorizada.
    Sin saber muy bien por qué, cuando me despedí de todos, en lugar de regresar a mi despacho, fui a la planta donde estaba la guardería.
    No sé cuánto rato me pasé allí embobada mirando a los niños, sobre todo a los bebés, se veían tan pequeños y felices. Me dio un poco de miedo el sentimiento que experimenté, me di cuenta que mi instinto maternal no estaba tan dormido como yo creía.
    —Hola —me giré y me topé con Roberto.
    —Hola ¿Qué haces por aquí? —hice una pregunta bastante tonta, pero me resultó muy complicado imaginarme a ese hombre con algo en las manos que no fueran un par de mancuernas.
    —He venido un momento a ver a mi hija —sonrió—. Tiene tres añitos —señaló a la niña morena con dos coletas que estaba sentada en un pupitre jugando con dos muñecas.
    —Es preciosa —y por suerte no había sacado su nariz.
    —Sí, me recuerda mucho a su madre —su tono nostálgico me hizo imaginarme lo peor. No me atreví a preguntar y tampoco creí que debiera hacerlo. Lo único que importaba era que esa niña contaba con el amor incondicional de su padre. Sabía en primera persona que se podía tener una infancia muy feliz aunque uno de tus progenitores faltase. La diferencia entre esa niña y yo era que su madre no decidió marcharse voluntariamente.
    Me despedí de Roberto y me fui de allí cuando las manos me comenzaron a temblar a causa de los recuerdos que se agolparon en mi mente. Me acordaba de mi padre muy pocas veces y cuando lo hacía solo podía sentir dolor y rabia por no entender por qué. Todo habría sido más sencillo si no hubiera huido como una rata cobarde y se hubiera quedado a dar la cara. Muchos matrimonios se rompían, ocurría todos los días, pero mi padre un buen día desapareció sin más.
    Mi madre tardó mucho tiempo en asimilar que no le había pasado nada malo, que no lo habían secuestrado, que no estaba tirado en ninguna zanja ni en ningún pozo. La policía se lo repitió hasta la saciedad, pero su esperanza tardó mucho tiempo en morir. No recuerdo muy bien cuando su cabeza hizo clic y lo entendió, sencillamente un día dejó de esperar.
    —Jefa, tengo un recado del señor Vega para ti —me acerqué a la mesa de Iñigo extrañada.
    —Llámalo Carlos —no me gustaban tantos formalismos —¿Qué quiere?
    —Esta tarde un importante empresario va a visitar el chalet que falta por vender de la segunda fase.
    —Eso es genial —cogí la carpeta que Iñigo me ofreció con las fotos de la casa y la información sobre el cliente. Realmente era un palacio, estaba casi segura de que el precio podría haber sido un poco más elevado, aunque un millón de euros no estaba nada mal.
    —El señor Vega… Carlos —rectificó al ver mi cara—. Quiere que acompañes a Olga, la jefa de ventas, para que lo atiendas personalmente. Iba a hacerlo él, pero le ha surgido un problema y no llegará a tiempo.
    —De acuerdo —cogí de nuevo la carpeta para revisarla con tranquilidad en mi despacho—. ¿Has avisado a Olga de los cambios? —pregunté justo antes de marcharme.
    —Sí. A las seis y cuarto te esperará en el garaje. La cita es a las siete, os encontrareis con el señor Ferrán allí.
    —Llama a Olga y dile que saldremos a las seis en punto. Quiero tener tiempo extra para revisar la casa antes de que llegue el cliente.
    —Ahora mismo —respondió con el teléfono en la mano.
    —Gracias. Hasta luego chicos.
    Conseguir la venta sería la mejor forma de cerrar el año. En cuanto entré en mi despacho me metí en Internet y busqué información de Fabio Ferrán, un granadino treintañero amante de la gastronomía. Su cadena de restaurantes llamada “La Alhambra” contaba con un total de 10 restaurantes por toda España. Acababa de abrir el segundo en Almería y quedó tan enamorado de la zona que decidió mudarse.
    Por las fotos que encontré se veía un hombre alegre. Lo que me sorprendió fue descubrir que no tenía familia, no entendía para que quería una persona que vivía sola comprar una casa tan grande, pero eso no era lo que a mí me importaba. Tenía que conseguir la venta a toda costa, no solo por los beneficios, sino por mí misma. Era mi siguiente prueba y estaba decidida a superarla.
    A las seis en punto, la mujer que había conocido esa misma mañana, ya estaba en el garaje esperándome con el motor de uno de los coches de la empresa en marcha.
    Llegamos con casi media hora de antelación. Olga abrió la puerta del chalet más espectacular que había visto en mi vida, siendo sincera, no podía decir que había visto demasiados, en mis anteriores trabajos nunca tuvimos ventas de ese tipo.
    Contaba con un jardín enorme con porche y zona acondicionada para reuniones y barbacoas junto a una increíble piscina, pero eso solo era un aperitivo. Las seis habitaciones tenían baño propio y tres de ellas jacuzzi. También había aseos para las visitas, uno en cada una de las tres plantas. La cocina abierta al salón me dejó con la boca abierta. Lo que no esperé fue que contara con piscina interior climatizada. Todo allí era impresionante.
    Sin duda, la habitación que más me gustó fue la biblioteca, me enamoré de las estanterías empotradas de pino que ocupaban tres de las cuatro paredes. Sabía que si llegaba el día en que pudiera permitirme una casa como aquella, la biblioteca sería exactamente igual.
    —¿Te comprarías una casa como esta? —tras comprobar que todo estaba en perfecto orden, nos quedamos en la sala a esperar que nuestro cliente llegara.
    —Claro, pero no suelen aceptar cheques sin fondos —se rio.
    —Pues yo pienso en lo que debe costar limpiarla y se me hace hasta fea —solté una carcajada. No le faltaba razón.
    —Dudo que la gente que compra casas de este tipo limpie mucho.
    —Es verdad, mi mente de… —nos quedamos calladas al escuchar el motor de un coche parar en la puerta.
    Nuestro cliente llegó y lo hizo en un flamante Audi R8. Bajó del coche con las gafas de sol puestas a pesar de que estaba nublado. Sonrió al vernos y se quitó las gafas dejando al descubierto unos ojos marrones oscuros un tanto separados.
    —Encantada de conocerle señor Ferrán, bienvenido a su nuevo hogar —me dio dos besos a mí y otros dos a Olga.
    —Eso espero —dijo con una sonrisa de oreja a oreja que me subió la adrenalina, no por él, sino por los ceros que tendría el talón, me daban escalofríos de solo pensarlo.
    —Señor Ferrán si quiere podemos comenzar por el jardín —Olga tomó el mando de la visita tal y como habíamos acordado. Yo realmente estaba allí para darle conversación y hacerlo sentir cómodo.
    —Caray, es mucho mejor que en las fotos —íbamos por buen camino.
    Más impresionado y contento estuvo cuando le mostramos la cocina de ocho fogones con encimera de granito blanco y una enorme isla.
    —Debe ser muy complicado estar pendiente de tantos restaurantes exitosos y repartidos por el mapa —siempre odié a los lameculos, pero en esa ocasión era preciso.
    —No creas. En todos tengo a alguien de mi entera confianza que me pone al día de las cuentas. Te aconsejo que te rodees de buena gente, en tu caso que sean mujeres, los hombres probablemente no se acercan a ti sin una doble intención—me miró fijamente con los ojos muy abiertos, me hizo sentir incomoda, pero sonreí.
    —Gracias —no sabía muy bien que estaba agradeciendo, desde luego lo machista que había sido su comentario, no.
    Miré por el rabillo del ojo a Olga que me hizo un gesto con la mano para que le siguiera el rollo mientras subíamos a la segunda planta para mostrarle los dormitorios. Pareció quedarse bastante sorprendido con el dormitorio principal y no era para menos, además de ser una habitación enorme, tenía jacuzzi en el baño, una chimenea elegante no demasiado grande que presidia la pared izquierda, y un vestidor muy amplio.
    No fue lo único que lo dejó sin palabras de la segunda planta. Supe que estaba prácticamente convencido de la compra cuando vio la sala de entretenimiento equipada con una barra de bar americana de madera oscura preciosa, un par de sillones de cuero oscuro individuales y una mesa de billar, procuré colocar las bolas y los tacos en el centro antes de que llegara para que quedara más llamativo.
    —Otro consejo más, no le cojas el teléfono a todas esas personas que solo se acuerdan de ti cuando te ven con un flamante coche nuevo y un reloj de oro —señaló su reloj y me guiñó un ojo —Yo ya no se lo cojo ni a mi madre —estalló en carcajadas. Me estaba dando nauseas estar tanto tiempo al lado de un tipo tan sumamente elemental, pero lo único que reflejaba mi rostro era conformidad ante sus palabras y una leve sonrisa. Toda la vida creí que era una mala mentirosa y ese día descubrí que estaba equivocada.
    —Le agradezco de corazón que haya abierto su restaurante aquí, le dará mucho caché a la zona —que bajo había que caer por un millón de euros.
    —Lo sé —volvió a reír encantado.
    La visita terminó y salimos a la entrada de la casa. Se volvió a colocar las gafas de sol, quizás la Luna le molestaba. No podía parar de preguntarme cómo alguien así había conseguido levantar una fortuna en tan poco tiempo.
    Se alejó unos cuantos pasos y miró la casa acariciándose la barbilla, parecía pensativo. Olga estuvo a punto de interrumpirlo, pero la frené, quería que fuera él quien dijera la primera palabra.
    Me sudaban las manos de lo nerviosa que estaba, sentía el latir de mi corazón en las sienes y tenía la boca seca, pero como pude mantuve la calma.
    —Me la quedo —dijo al fin. Ni siquiera tras escuchar las palabras mágicas me inmute. Por dentro me estaba muriendo, pero nada era seguro hasta que firmara los papeles y nos entregara el cheque.
    —Muy bien. Iremos al despacho, firmaremos el contrato de compraventa y le entregaremos las llaves de su nueva casa —sonreí.
    —Me parece muy bien ¿Por qué no vienes conmigo en mi coche? —por unos segundos me quedé paralizada.
    —Claro. Muchas gracias —no recordaba la última vez que había fingido tanto tiempo la sonrisa con una persona.
    —Mira cómo suena —apretó varias veces el gas y el motor rugió. No era muy creyente, pero le recé a Dios para no acabar como un huevo estrellado en mitad de la carretera por culpa de semejante personaje.
    —Te lo dejaría, pero tengo una regla —me miró esperando a que le preguntara de que se trataba.
    —¿Cuál? —era tan necio que no notaba para nada mi incomodidad.
    —Hay tres cosas en la vida que no se prestan: la novia, la escopeta y el coche —volvió a estallar en carcajadas a la vez que aceleraba.
    El trayecto se me hizo eterno, veinte minutos escuchando sandeces y su horripilante risa escandalosa no debía ser bueno para la salud, me estaba quitando más segundos de vida de un paquete de tabaco.
    Subimos al despacho de Olga junto a su abogado, al cual había llamado mientras conducía para que estuviese presente en la firma.
    Para mi sorpresa, Carlos estaba esperando en la puerta del despacho. Me miró fijamente en cuanto nos vio aparecer. Sabía lo que me estaba preguntando y asentí levemente con la cabeza. Al igual que yo mantuvo la compostura, no hizo ni un solo movimiento de alegría o nervios.
    —Señor Ferrán, encantado de conocerlo —Carlos le ofreció la mano, pero Fabio le ignoró y me miró bastante serio.
    —¿Quién es? —preguntó con desconfianza a la vez que depositaba una de sus manos en mi hombro. Me puso muy nerviosa que me tocara, pero no reaccioné mal, simplemente me acerqué a Carlos y me puse a su lado para huir del contacto de ese tipo.
    —Es Carlos, mi primo y socio —Ferrán volvió a sonreír.
    —Por un momento he pensado que era tu novio —carcajeó de nuevo. Pocas veces había tenido tantas ganas de darle un puñetazo a alguien en la cara.
    —¿Entramos? —intervino Olga abriendo la puerta.
    Todos los papeles que Olga le iba pasando, el orangután se los daba directamente a su abogado sin molestarse en echarles el más más mínimo vistazo. Cuando el abogado dio el visto bueno, firmó
    Sacó su chequera, sentí un cosquilleo en el estómago cuando lo firmó y lo cortó.
    —Aquí tienes —me lo ofreció y lo cogí, pero no lo soltó.
    —Espero verte pronto por mi restaurante o en alguna visita a mi casa —no sé cuántas veces me repetí que ya solo faltaban unos segundos para que se largara y no volver a verlo en lo que me restaba de vida. Ni cerrando todos los restaurantes del mundo pondría un pie en uno de los suyos.
    —Ha sido un placer —tuve que volver a soportar sus desagradables labios sobre mis mejillas.
    Olga le entregó las llaves y nos quedamos observándolo hasta que entró en el ascensor junto con su abogado. Perderlo de vista me ayudó a soltar todo el aire contenido, pero no me hizo sentir mejor.
    Preferí marcharme de allí antes de que Carlos comenzara a hacer preguntas sobre lo que acababa de pasar, prefería que fuera Olga quien le comentara los detalles, ya que a mí lo único que me apetecía era gritar injurias a pleno pulmón para descargar la ira que me oprimía el pecho.
    Entré en mi despacho, lancé el abrigo a la silla y me quedé de pie en medio de la habitación con los brazos en jarras y la mirada clavada en el techo. Resoplé y me remangué el jersey hasta los codos, estaba sofocada y alterada.
    La puerta de mi despacho se abrió y Carlos entró sin pedir permiso, cerrando tras él. Me iba a plantear seriamente poner un cerrojo a la puerta o un cartel de no molesten.
    —Olga me ha contado todo lo que ha pasado —me giré para no mirarle, ni quería ni necesitaba su compasión.
    —Carlos vete, quiero estar sola —tenía la sangre muy caliente en ese momento y no quería acabar pagando mi frustración con él, pero como de costumbre no me hizo caso—. Por favor… —me quedé callada cuando al darme la vuelta para pedirle por segunda vez que se marchara me lo encontré demasiado cerca, como nunca habíamos estado.
    —Lo siento —susurró. Posó su mano sobre mi brazo desnudo—. Te aseguro que si hubiese sospechado que era un tipo tan indeseable no te habría pedido que te encargaras de cerrar el trato —observé detenidamente como fue deslizando poco a poco sus dedos por mi brazo acariciándome con suavidad, erizándome la piel. Llegó a mi mano y entrelazó sus dedos con los míos. Alcé la mirada y me topé con sus ojos grises mirándome fijamente, con algo distinto a las últimas veces que no logré descifrar.
    —Quiero irme a casa —dije sin ser capaz de moverme, notando como su pulgar me acariciaba lentamente. No entendía porque no le pedía que parara, y menos comprendía porque no me molestaba.
    —Vale —susurró. Despacio me soltó la mano y se alejó un par de pasos. Debí sentirme aliviada, pero pasó totalmente lo contrario, fue como si un vacío enorme me engullera. No tenía ni idea de que acababa de hacerme y tampoco deseaba pensarlo—. Que pases un buen fin de semana —fue lo último que dijo antes de abandonar la estancia.
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    ¡BESOS!


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    S
    Invitado
    S on #440704

    Me está encantando la historia. Espero que sigas subiendo capítulos y que no nos hagas sufrir con largas esperas. Un beso.

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Respuesta a: Responder #440704 en El proyecto de Natalia. Capítulo 3:El puñetazo del millón de euros.
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