El proyecto de Natalia. Capítulo 4: Una de sonrisas y dos de recuerdos.

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    Capítulo 1: https://weloversize.com/topic/el-proyecto-de-natalia-capitulo-1-toda-la-verdad-y-nada-mas-que-la-verdad/
    Capitulo 2: https://weloversize.com/topic/el-proyecto-de-natalia-capitulo-2-abrigo-al-aceite/
    Capítulo 3: https://weloversize.com/topic/el-proyecto-de-natalia-capitulo-3el-punetazo-del-millon-de-euros/

    Capítulo 4: Una de sonrisas y dos de recuerdos.

    Durante el fin de semana, en numerosas ocasiones le planteé a mi madre la posibilidad de ir a visitar su antigua casa, pero en todas y cada una de ellas puso una excusa, a cada cual peor. No entendía por qué de repente no quería hacerlo cuando fue ella la que me pidió que la acompañara porque no se sentía con el suficiente valor para ir hasta allí sola.
    Si le insistí más de la cuenta no fue por ella, lo hice egoístamente ya que necesitaba algo que hacer para dejar de pensar en lo que había pasado el día anterior, y no precisamente con Fabio Ferrán, ese idiota salió de mis pensamientos desde el momento que sentí los dedos de Carlos acariciándome la piel. No era la primera vez que habíamos tenido contacto físico, ya pasó en el despacho del abogado, el día del testamento cuando le pasé el bolígrafo, pensé que el escalofrío que me recorrió la espalda fue producto de la situación, pero ya no sabía muy bien que pensar.
    Cuando entró a mi despacho y lo vi tan apenado por la situación, me mostró otra cara de él que no conocía. Me pilló por sorpresa, no solo porque hasta hacía dos días peleábamos como el perro y el gato, sino porque ya había olvidado lo que era sentir el tacto de un hombre, aunque ciertamente no lo recordaba tan agradable.
    Mi pasado con los hombres era nefasto desde el principio hasta el final. Tuve mi primer novio, si podía llamarse así, en el instituto y justo en el último año, tras muchos meses de relación perdí la virginidad con él. No le di importancia al hecho de que fuera una mala experiencia, ya que por lo que había hablado con mis amigas, la primera vez nunca era satisfactoria, pero él sí debió dársela, pues no volvimos a hablar nunca más, ni tan solo para romper la relación, simplemente si coincidíamos en cualquier lugar hacia como que no me había visto y con el paso del tiempo yo comencé a actuar igual. Fingí ante mis amigas que no me dolió, pero en el fondo si tenía cierto sentimiento de tristeza, no porque se hubiera acabado, era lo suficientemente adulta como para saber que no estaba enamorada, pero me hizo sentir despreciada.
    Después de eso, comencé la carrera y decidí centrarme de lleno en ella, hasta que en el tercer año lo conocí, al tipo que enseñó a lidiar con la humillación y el desprecio. Al principio éramos amigos, ni tan siquiera eso, solo hablábamos de vez en cuando por teléfono o cuando nos cruzábamos por los pasillos de la universidad, pero nunca quedamos para tomar un café o una cerveza, pero tras casi un año y haber cortado con su novia, me invitó a cenar y desgraciadamente acepté.
    Nunca entendí el cambio, cuando salíamos como simples amigos a tomar algo, al cine o solo a dar una vuelta, era el hombre más simpático y atento del mundo hasta que formalizamos la relación y tuvimos sexo por primera vez.
    No sentí nada y él tampoco pretendió que fuera distinto, simplemente buscó su propio placer, cuando él llegó al clímax todo se acabó. Estúpidamente volví a no darle importancia. Siempre consideré que una relación sexual sana se basaba en la comprensión y en aprender juntos, pero eso nunca pasó.
    Cada vez teníamos menos intimidad y las veces que lo hacíamos me hacía sentir sucia, como si fuera un simple objeto que usaba para su satisfacción. Nunca me acarició con suavidad, con ternura, no me susurró cosas bonitas o intentó hacerme sentir mínimamente bien.
    Como consecuencia de ello, cada vez discutíamos más, hasta el punto de llegar a las agresiones verbales. A pesar de haber sido siempre una mujer con un carácter fuerte, él tenía el poder de hacerme sentir pequeña.
    Llegó a convencerme por completo de que la culpa de nuestras malas relaciones sexuales era mía por no hacerle disfrutar como él se merecía y, por ende, también era responsable de todo lo demás.
    Por desgracia la situación duró seis meses, quizás hubiese sido más tiempo si no lo hubiera encontrado en la cama con su ex pareja. Lo increíble de todo fue que se atrevió a culparme, según sus palabras, yo lo arrastré a los brazos de su ex novia por ser incapaz de satisfacerlo. Fueron esas palabras las que me ayudaron a reaccionar.
    Me llamó muchas veces, algunas de ellas estuve a punto de flaquear, pero gracias a Daniela conseguí darme cuenta del agujero de oscuridad en el que se había transformado mi vida antes de que fuera demasiado tarde.
    Pasé mucho tiempo pensando y odiándome por haber permitido tantas vejaciones. Me obsesioné con encontrar una respuesta a por qué había decidido castigarme.
    Ojeando por Internet llegué a la conclusión de que toda la culpa de lo que me había sucedido era de mi padre al ser él mi referente masculino. Lo odié más, pero solo hasta que por recomendación de Daniela decidí visitar a una psicóloga. Comprendí que obviamente las relaciones con los padres podían afectar a nuestras relaciones futuras, pero solo yo era responsable de mis decisiones y que no era culpable de los actos de los demás. Sonaba demasiado simple para el tiempo y esfuerzo que me llevó entenderlo.
    —Te invito a comer —mi madre apareció por la puerta del salón donde yo estaba ojeando las noticias desde el móvil.
    —¿Por qué? —alcé la vista para fijarme en ella que parecía estupefacta.
    —Porque acabas de participar en la venta de una casa de un millón de euros —dijo como si fuera demasiado obvio.
    —No es la primera vez que vendemos una casa por ese precio —decidí no contarle la parte de que el cliente era un cretino.
    —Pero si es la primera en la que colaboras, deberías estar más contenta —la vi tan ilusionada que dejé de poner pretextos y acepté su invitación a almorzar. Me vendría bien salir un rato de aquellas cuatro paredes y despejar la mente.
    Fuimos a comer a un restaurante a unos diez minutos en coche de nuestra casa. Solíamos ir a aquel restaurante con asiduidad. Conocíamos tanto a la dueña como a los camareros que seguían siendo los mismos seis años después. Era un sitio pequeño y muy acogedor. Solo contaba con diez mesas, pero casi siempre estaba lleno ya que la comida era todo un éxito, aunque sin duda el punto fuerte eran los postres caseros, no había probado en toda mi vida un arroz con leche más rico que el de allí.
    —¿Has sabido algo de Isabel? —no habíamos vuelto a tocar el tema en toda la semana, en parte porque no quería agobiarla preguntándole todos los días si había sido capaz de dar el paso.
    —Llamé al abogado y me dio su número, pero no he llamado —al menos había dado un paso importante.
    —¿Por qué?
    —Porque no sé qué decir y la verdad ella tampoco ha dado signos de que le interese conocerme, se supone que los hermanos mayores dan el primer paso.
    —Las dos sois mayores —abrió la boca ofendida.
    —¿Me estás llamando vieja? —mi madre era una de esas personas que no decía su edad. Odiaba las velas de las tartas, siempre cambiaba el orden de los números.
    —Para nada. Quiero decir que no creo que importe quien dé el primer paso —me encogí de hombros.
    —Supongo que no —dijo dubitativa.
    No dedicamos mucho más tiempo a hablar de su hermana. Esperaba que un futuro no muy lejano se dieran la oportunidad que ambas merecían.
    —¿Te parecería muy arriesgado que invirtiera parte de la herencia en montar mi propio negocio? —ya prácticamente habíamos terminado de comer, solo nos faltaba que nos sirvieran el postre
    —Es tu dinero, puedes hacer lo que quieras con él ¿En qué estás pensando? —di un sorbo pequeño a mi café con leche. Quizás era raro, pero me gustaba pedir el café antes que la porción de tarta de queso con arándanos.
    —En una librería o un bar en el local que se alquila cerca de casa —ninguna de las dos ideas me parecía mala, pero creía que mi madre donde más disfrutaría sería en su propia librería.
    —Un bar en nuestra zona podría ser rentable, no hay ningún otro y una librería para ti sería como trabajar en tu hábitat natural.
    —Lo sé, pero de un negocio espero sacar dinero y con las últimas tecnologías la gente ya no compra libros en papel —su tono era de fastidio. Entendía que el mundo avanzaba a pasos agigantados, pero ambas creíamos que las buenas costumbres como leer un buen libro en papel no debían perderse por más años que pasaran.
    —Bueno, las pasiones siempre se pueden entrelazar —sonreí.
    —¿Qué quieres decir? —me miró interesada, pero sin dejar de comer su tarta de oreo que tenía una pinta increíble.
    —Bar de noche, cafetería-librería por las tardes, abarcarías un abanico de clientes más amplio —intenté meter la cuchara en su tarta, pero a pesar de parecer distraída pensando en mi proposición, bloqueó mi cuchara como si fuera un ninja.
    —Me gusta —sonrió—. Me gusta mucho —cada segundo parecía más emocionada que el anterior.
    —Con lo competente que eres conseguirás que todo salga genial —estaba completamente convencida de mis palabras. No conocía a nadie más trabajadora que ella.
    —Gracias, hija —me lanzó un beso.
    —Te he dado una buena idea, creo que merezco probar tu tarta —dije haciendo un puchero.
    Tras terminar de comer y conseguir probar la tarta de mi madre, nos montamos en el coche para volver a casa. El silencio pareció ser la llave que conectó mi mente. Muchos pensamientos que había conseguido alejar por la mañana volvieron a asaltarme. Encendí la radio y puse música para intentar alejar los fantasmas, pero no funcionó como me habría gustado. Casi todos se fueron menos Carlos.
    Comencé a sentir curiosidad por cosas en las cuales antes no había reparado, como por ejemplo su padre. No estuvo presente en la lectura del testamento y por las palabras de mi abuelo llegué a la lógica conclusión de que estaban separados, pero me intrigaba saber si al menos mantendría contacto con él, si algunos fines de semana saldrían juntos a tomar una cerveza o si simplemente se marchó de la vida de ambos sin mirar atrás.
    Mi mente fue más allá, más concretamente al plano sentimental. Muchas personas con treinta años tenían hijos o estaban comprometidas, pero no había visto ningún anillo en su dedo. Me resultaba difícil creer que no hubiera alguna mujer en su vida. Era innegable su atractivo, dudaba mucho que no llamara la atención de alguien en cualquier bar, discoteca, cine o en un simple supermercado.
    Agité la cabeza en un intento de que todas las tonterías que estaba pensando desaparecieran, lo único que conseguí fue hacerme daño por la brusquedad del movimiento.

    El fin de semana pasó más rápido de lo que me habría gustado, pero al menos conseguí llegar el lunes a la oficina con el chip cambiado y con ganas de hacer cosas. Estuve trabajando en la idea que me llevaba rondando la cabeza desde que leí que habían puesto varios terrenos a la venta en una de las mejores zonas para pasar las vacaciones de verano en Almería, incluso algunos jugadores de equipos de primera división habían estado por allí. Me enfrasqué tanto en estudiar la zona, los hoteles y las residenciales de pisos y departamentos de la competencia que se me pasó por completo la hora del almuerzo, me di cuenta cuando mi estómago crujió y miré el reloj.
    A las cuatro de la tarde no iba a ir al restaurante de enfrente a comer. Decidí bajar al bar de la segunda planta y pedirme un sándwich con el que calmar el hambre y ya después en casa me daría un homenaje con la cena.
    —¿Qué haces a estas horas comiendo? ¿El almuerzo te ha dejado insatisfecha? —sólo le había dado un bocado al sándwich cuando levanté la cabeza y me encontré a Carlos junto a mi mesa con un café en la mano y una ligera sonrisa en el rostro.
    —Se me ha pasado la hora —esperaba que se fuera pronto, no me gustaba comer con las manos delante de la gente.
    —¿No tienes reloj? —preguntó con cierta burla en su tono de voz.
    —Estaba trabajando ¿Te suena? —solo quería comerme mi triste sándwich de pavo y mayonesa en sana paz e irme a trabajar.
    —¿En qué? —me miró interesado y se sentó en la silla que había libre. Como pude contuve una maldición.
    —Cuando lo tenga todo listo te hablaré del tema —se recostó sobre la silla y se cruzó de brazos con una sonrisa de medio lado que no terminé de comprender.
    —¿Vendrás a mi despacho con tu propuesta? —sonrió más. Me daba la sensación de que me estaba perdiendo algo, pero no sabía el qué.
    —No, te mandaré llamar —no era mi intención pedirle permiso para nada. A diferencia de él, comprendía y respetaba que debíamos dirigir la empresa en equipo.
    —Cuando quieras —se levantó y se marchó. No pude evitar fijarme en su trasero como ya lo había hecho en otras ocasiones. Era absurdamente perfecto, parecía que todos sus pantalones se ajustaban perfectamente a él, incluso las camisas le quedaban como si se las hicieran a medida. Era atractivo por naturaleza, intentar tapar el sol con un dedo no me llevaría a ninguna parte, pero tampoco significaba que me sintiera atraída por él, simplemente tenía ojos en la cara.
    Después de por fin comerme el sándwich y quedarme muy insatisfecha, me pedí un café para llevar y poder volver al trabajo. Si continuaba al ritmo de la mañana, estaba convencida de poder compartir mi idea con él antes de lo que pensaba.
    Cogí mi café con leche, me despedí de la camarera y me marché en dirección a los ascensores. Las puertas se abrieron y dentro estaba Pablo. Me tensé un poco, no había vuelto a verlo desde la reunión en mi despacho para declinar su idea.
    —Hola, he oído lo de la venta de la casa del millón de euros, enhorabuena —teniendo en cuenta que Indamar vendía varias casas a ese precio o similares, no entendía por qué era la gran cosa que yo hubiese participado en la venta de una de ellas y más teniendo en cuenta que solo estuve presente en la parte final. En realidad, lo único que hice fue hacerle la pelota a un tipejo y aguantar sus impertinencias con una sonrisa en la cara.
    —Gracias —pulsé la quinta planta y las puertas se cerraron.
    —Irene me dijo que te gusta el proyecto de la residencia de la tercera edad —se giró y me miró.
    —Sí, estáis haciendo un gran trabajo —dije con sinceridad.
    —La semana que viene tengo que ir para entregar algunos planos y aclarar unas cuestiones con el jefe de obra ¿Te gustaría venir y ver cómo está de avanzado el trabajo?
    —Me encantaría, avísame —las puertas del ascensor se abrieron en la cuarta planta y se bajó.
    —Lo haré, jefa —sonrió y el ascensor siguió el camino hasta mi parada, una planta más arriba.
    Me pasé el resto del día trabajando, encontrando nuevos defectos que podrían hacer realidad mi idea. También descubrí que el café del bar de abajo estaba muy bueno, tanto que al par de horas bajé a por otro, pero me lo pedí descafeinado para que cuando llegara la hora de dormir no pareciera un búho en la oscuridad.
    Un poco antes del fin de mi jornada laboral guardé el documento Word en el que había redactado toda la información y apagué el ordenador, me apetecía seguir investigando, pero tantas horas mirando la pantalla me había provocado un ligero dolor de cabeza, por lo que me preferí dejarlo para el día siguiente y marcharme.
    Antes de montarme en el coche recibí un mensaje de texto de mi madre. Solté un bufido cuando lo leí. Me pedía que en cuanto saliera del trabajo, no hiciera planes porque quería que la acompañara a visitar su antigua casa. Le insistí durante todo el fin de semana para hacerlo y una y otra vez me dijo que no… esa mujer era de lo que no había.

    Tras conducir casi una hora en dirección al antiguo pueblo de mi madre, llegamos. Aparqué el coche delante de una fila de casas dúplex separadas por un muro de cemento. En muchas de ellas había colgado un cartel de se vende o se alquila.
    Todas contaban con un pequeño jardín delantero. Me resultó curioso que, para poder alcanzar la puerta principal, primero había que subir unas escaleras bastante más altas de lo habitual.
    Me hice a un lado para que fuera mi madre la que entrara en la que nuevamente volvía a ser su casa por más que le costara asimilarlo.
    —¿Es cómo la recuerdas? —dije fijándome en las paredes y en el techo.
    —Sí. Aquí hacía los deberes —seguí a mi madre hasta la habitación que supuse era el salón por la chimenea de obra.
    —Esa chimenea no estaba, mi padre se empeñó en construirla porque creía que así la habitación ganaba calidez —esa justificación llevaba la firma de mi abuelo.
    Seguimos caminando hasta la cocina que era bastante pequeña incluso sin muebles, pero tenía un aura especial. Mi madre no dejó de sonreír desde que entró. Me podía imaginar la razón, mi abuela siempre fue una cocinera excelente, daba igual que cocinara algo tan simple como un simple huevo frito con patatas o su plato estrella, bacalao al ajo tostado.
    Eso fue hasta que su enfermedad comenzó a manifestarse, se equivocaba de ingredientes, olvidaba como se preparaban algunos platos e incluso en un par de ocasiones llegó al punto de tirar la comida recién hecha a la basura porque para ella no sabía bien o se había quemado. Siempre fue una mujer con carácter fuerte, por ello al principio pensamos que estaba pasando por una mala época, o al menos eso quisimos creer, pero esos pequeños descuidos empezaron a ir más allá.
    Comprendí que tendríamos que ser fuertes el día que fui a visitarla y no dejó de llamarme Lydia en todo el tiempo que duró mi visita, fue incapaz de recordar mi nombre. Me costó mucho irme de su casa sin derramar ni una sola lágrima.
    Finalmente, tras realizarle las pertinentes pruebas le diagnosticaron la enfermedad, como era de esperar no lo tomó nada bien. Quiso prohibirnos que volviéramos a visitarla, quería ahorrarnos el sufrimiento del día en que ya no nos reconociera, siempre fue una mujer muy radical. Lo único que fui capaz de decirle fue, que yo siempre nos recordaría por las dos.
    Nunca olvidaré la primera vez que me preguntó: ¿Tú quién eres? Me partió el alma en dos, pero me guardé todo mi dolor en lo más hondo de mi corazón y le expliqué que era yo, su nieta.
    Me limpié las dos lágrimas que no pude retener con cuidado de que mi madre no se percatara. Ella siguió unos minutos más en la cocina, pero por mi parte necesité salir un momento a la puerta y tomar un poco de aire fresco que me ayudara a despejar la mente y a recomponerme.
    —¿Qué haces aquí fuera? —habló mi madre por detrás consiguiendo asustarme. Estaba tan inmersa en mis pensamientos que no la escuché llegar.
    —Mirando el jardín. Deberíamos quitar todos los hierbajos —mentí. Volví a entrar con ella para terminar de revisar el resto de la casa.
    —Esta habitación la usaba el abuelo como su despacho. Aquí me sentó muchas veces en sus rodillas para mostrarme las ideas que decía algún día pondría en marcha… y lo hizo —suspiró profundamente.
    —Ya lo creo —susurré. Lo echaba tanto de menos. Los nervios amenazaron con volver a jugarme una mala pasada.
    Por suerte no estuvimos mucho rato en el antiguo despacho de mi abuelo y subimos a la segunda planta en la que había dos dormitorios, un baño completo y otra habitación pequeña, que podría ser perfectamente el cuarto de la lavadora o una habitación para guardar trastos.
    Imaginé cuál era el cuarto de mi madre cuando la vi plantada delante de la puerta sin ser capaz de abrirla y pasar al interior. Debía sentirse muy abrumada.
    Cogió aire y lo hizo. Preferí quedarme fuera esperándola, no me imaginaba que cosas podría estar imaginando y sintiendo al estar tantos años después en la habitación donde creció, por lo que preferí concederle su intimidad.
    Volvimos a bajar y antes de alcanzar el pomo para abrir la puerta principal y marcharnos, mi madre se giró y observó una última la estancia con una sonrisa. Esas paredes debían guardar muchísimos secretos, recuerdos felices y otros no tan gratos, pero no tenía ninguna duda de que lo que más custodiaba era amor.
    —Vámonos —salir fue como abrir un candado alrededor de mi cuello que no me permitía respirar con normalidad.
    En silencio entramos en el coche y pusimos rumbo hacía nuestra casa. Me quedé callada esperando a que fuera mi madre quien rompiera el silencio pues no tenía ni idea de que decir.
    —Quiero que la vendas —la miré un segundo antes de volver a centrarme en la carretera.
    —¿Estás segura? —legítimamente era su casa y tenía todo el derecho del mundo a hacer con ella lo que quisiera, pero no creía que mi abuelo la recuperara para que mi madre se despojara de ella como si nada.
    —No lo sé —me miró como si esperara de mí la respuesta acertada a que hacer.
    —No tomes ninguna decisión en caliente —fue lo único que se me ocurrió decir.
    —Está bien, lo pensaré en otro momento —miró por la ventana y yo expulsé poco a poco el aire que había contenido.
    Encendí la radio y puse música para que amenizara el largo trayecto que aún nos quedaba. Apenas eran las diez de la noche, pero el cielo lucía completamente oscuro como si fuera de madrugada.
    Sería la primera navidad en la que no recibiría al menos una llamada de mi abuelo felicitándome la navidad, era lo que solía hacer siempre que faltaba en la mesa, pero ese año faltaría en todos los aspectos.
    Sin saber muy bien por qué, se me pasó por la cabeza la descabellada idea de compartir mesa con Carlos e Isabel, pero viendo como de estancadas estaban las cosas entre mi madre y la suya dudaba mucho que tal estampa se produjera.
    Me dio curiosidad saber cómo sería celebrar una fiesta con más de dos o tres personas sentadas a la mesa comiendo, bebiendo y compartiendo un rato agradable en familia.
    Siempre me había preguntado cómo sería tener una familia más allá de mi madre y mi abuelo, ya que por parte de padre no tenía tíos y mis abuelos paternos murieron cuando yo era demasiado pequeña como para tener recuerdos de ellos. Al menos conservaba una foto de ambos conmigo en brazos en mi primer cumpleaños que tenía pegada en la parte interior de la puerta de mi armario, junto con otras fotografías de mis seres más queridos y amigos de la infancia con los cuales por desgracia perdí por completo el contacto cuando nos mudamos a la capital.
    Siempre me resultó extraña la insistencia de mi abuelo para que no nos mudáramos, muy probablemente tendría miedo de que descubriéramos por casualidad la verdad, a fin de cuentas, Almería era una ciudad pequeña en la que prácticamente todo el mundo se conocía y, por ende, todo se sabía, pero también decían que los damnificados eran siempre los últimos en enterarse de lo que ocurría, y sin duda alguna, ese fue nuestro caso.

    Mi despacho me iba a volver loca, la semana anterior a pesar de que habían bajado las temperaturas, tuve que abrir la ventana del calor que hacía allí dentro, sin embargo, esa mañana, más que una oficina, parecía una nevera. Para colmo había olvidado el abrigo, lo único con lo que contaba para protegerme del frio era mi americana que no hacía mucho. No podía creer que hubiera olvidado abrigarme cuando la noche anterior había visto las predicciones meteorológicas que advertían de que pasaríamos por una ola de frio durante toda la semana, pero no creí que fuera para tanto.
    Pensé que con el pasar de las horas, la intensidad de los rayos del sol aumentaría dándole calidez a la habitación, pero no fue así debido a que las nubes iban y venían debido al viento. No tardé demasiado en llegar a la conclusión de que debía conseguir una estufa lo antes posible
    Continué mi trabajo por donde lo había dejado el día anterior. Sólo fui interrumpida en una ocasión por Iñigo. Necesitaba que firmara unos papeles, me explicó de que se trataba, pero desde que cumplí la mayoría de edad no firmaba nada que no hubiera leído antes. Era consciente de que me quitaría mucho tiempo y que sólo se trataba de la compra de materiales para la construcción de la residencia de la tercera edad, pero las manías eran difíciles de borrar, y sabía que si estampaba mi firma sin haberlo leído tendría un mal sabor de boca por el resto del día.
    Cuando iba por la mitad tocaron a la puerta, pensé que sería Iñigo pensando que ya habría firmado, pero fue Carlos el que entró.
    —¿Tienes los papeles de la compra a “Hermanos Soler”? —se acercó hasta mi mesa.
    —Sí —señale la documentación.
    —¿La has firmado ya?
    —No.
    —¿Por qué? —me miró extrañado.
    —prefiero leerlo antes —soltó una carcajada que no me gustó demasiado.
    —Vale —rodeó mi mesa y se inclinó a mi lado, me percaté del aroma a colonia de su cuello, me abrumó tanto su cercanía y lo bien que olía que apenas noté cuando me quitó el bolígrafo de mi mano y en la última hoja estampó su firma—. Disfruta de la lectura —me miró a los ojos y me sonrió unos segundos antes de enderezarse y macharse.
    Maldije y firmé los malditos papeles sin acabar de leerlos. Me sentía avergonzada y enfadada a partes iguales, estaba convencida de que se percató de la cara de boba que se me quedó mirándolo.
    Me levanté con la documentación en la mano para llevársela a Iñigo y aprovechar para bajar a la cafetería a tomarme un café antes de reanudar la labor de investigación que había ocupado prácticamente todo mi tiempo los últimos días.

    Ese día me fui casi dos horas más tarde de la empresa. No me di cuenta de la hora hasta que recibí una llamada de mi madre preocupada. Encontré datos tan interesantes que fui incapaz de dejar de leer y seguir investigando. Solo necesité cinco minutos leyendo para que el incidente con Carlos desapareciera por completo de mi mente.
    Iba a marcharme, pero en el último momento en lugar de bajar al garaje, me dio curiosidad y pulsé la última planta.
    Había una puerta para entrar a una terraza enorme donde solo había conductos de ventilación y cuadros eléctricos con pegatinas de advertencia. Me acerqué al filo, el muro de seguridad que no era muy alto, apenas me llegaba un poco por encima de las rodillas, por lo que por seguridad preferí quedarme a varios pasos de distancia. Me pareció muy peligroso que fuera tan bajo.
    Miré al cielo y me quedé alucinada por lo bien que se veían las estrellas desde allí arriba. Las nubes habían desaparecido dejando paso a un cielo increíblemente estrellado. Me habría encantado saber distinguir alguna constelación.
    Una ráfaga de aire helada me dejó tiritando de frío, pero no quería marcharme, me apetecía seguir allí un rato más admirando la luna llena que estaba preciosa.
    —Este es mi lugar favorito —me asusté y resbalé, pero sus brazos me rodearon por la cintura apretándome contra su pecho—. Lo siento —el cálido aliento de Carlos chocó contra mi oído provocándome un pequeño escalofrío que no pude contener.
    —Tranquilo, no pasa nada —pensé que me soltaría, pero no fue así. Me apretó con más fuerza contra su cuerpo y sentí como hundió su nariz en mi pelo e inspiró profundamente—. Ya puedes soltarme —susurré tan bajito que no estaba muy segura de que me hubiese escuchado.
    —Lo sé —me giró hacia él sin dejar ni un segundo de acariciar mi cintura. Cuando estuvimos frente a frente nuestras miradas se encontraron, sus ojos se habían oscurecido, pero no como cuando discutíamos, era distinto y desconocido para mí, pero tan intenso que mi respiración al igual que la suya, se agitó.
    Era incapaz de moverme ni un centímetro. Sus ojos seguían clavados en los míos a la vez que su boca se acercaba cada vez más a la mía, provocándome una necesidad que jamás había experimentado.
    Acarició levemente sus labios con los míos y sentí como el corazón se me paralizó unas décimas de segundo. Su suavidad se transformó en necesidad, se adueñó de mi boca chupando mi labio inferior para después morderlo, un quejido escapó de mi garganta por la rudeza de su bocado.
    Una de sus manos continuó en mi cintura, pero la otra viajó hacia mi mejilla, me acarició tan despacio que consiguió teletranspórtame a las estrellas que hacía unos segundos estaba observando, pero de repente todo se rompió, bruscamente me soltó y se alejó, solo fueron unos pasos, pero me parecieron kilómetros. Me miró con el ceño fruncido y la respiración agitada y sin decir ni una sola palabra se marchó.
    Mi mente despertó del trance y los nervios hicieron acto de presencia. Me llevé las manos a la cara y me la froté repetidas veces, tragué saliva e intenté calmarme.
    Temblando bajé al garaje y me metí en mi coche. Antes de arrancar, intenté inspirar y espirar en repetidas ocasiones. Sin darme cuenta me llevé la mano derecha a mis labios todavía húmedos y los rocé con las yemas de mis dedos e instintivamente cerré los ojos. Era el primer hombre en mucho tiempo cuyas caricias no me produjeron asco.

    Me pasé el resto de la noche pensando en lo que había sucedido, intentando buscarle una razón lógica hasta que colapsé. No podía permitir que un simple beso me revolviera de aquella manera. Había sucedido y no podía borrarlo, debía limitarme a pasar página e impedir que volviera a ocurrir.
    Era su culpa, fue él quien sin motivos me rodeó y me acarició y definitivamente fue él quien rozó sus labios con los míos y después los devoró, yo simplemente me dejé llevar por la situación. La noche, las estrellas y la luna llena habían tenido mucho que ver, cualquiera se habría dejado llevar ante tal situación y más con un hombre tan imponente y atractivo delante, no podía culparme por ser una persona con sangre en las venas, sangre que él había calentado hasta la última gota.

    Por la mañana me levanté con el chip totalmente cambiado, convencida de que todo lo que pasó el día anterior fue producto del momento y el lugar y que nunca más se volvería a repetir. Mi vida debía continuar, tenía grandes planes en mente, los cuales quería llevar a cabo y no podía permitir que un simple beso, por más placentero que hubiese sido, me desviara de mi camino.
    Aproveché el fin de semana para ir a visitar a mi abuela al centro especializado en personas con Alzheimer. Llevaba queriendo hacerlo desde la lectura del testamento, pero todo se había vuelto demasiado caótico. Me prometí a mí misma que de ese día no pasaría.
    Como siempre que iba, durante el trayecto me concienciaba de todo lo malo que pudiera suceder. La última vez que fui a visitarla no me reconoció, ello se debía a que estaba en el fin de la etapa moderada, también suponía que lo peor estaba por llegar, pero prefería no pensarlo e ir y disfrutar un rato de su compañía.
    —Hola Natalia —me di la vuelta y visualicé a Marga. Ella era una de las enfermeras de mi abuela.
    —Hola ¿Y mi abuela? —no podía negar que estaba un poco nerviosa.
    —En el jardín —me hizo un gesto para que la siguiera.
    —¿Cómo ha estado? —para llegar a la zona exterior donde estaba el jardín había que cruzar un pasillo. Allí no había habitaciones de pacientes, sino salones con televisiones y actividades de entretenimiento.
    —Un poco callada, pero bien. Estoy segura de que le gustará verte —se paró y me señaló donde estaba.
    —Gracias —se marchó y yo fui junto a mi abuela que estaba sentada en un banco mirando a la gran fuente de agua que presidia la estancia. Por precaución la fuente estaba rodeada por una valla para evitar accidentes.
    —Hola —cogí una de las sillas y me senté delante de mi abuela. Le di un beso en la mejilla y le sonreí ampliamente. No dijo nada, solo me miró con sus profundos ojos verdes, era un orgullo para mí tener sus ojos.
    Para intentar animarla y que se sintiera mejor siempre trataba de hablar el mayor tiempo posible y cogerle la mano mientras lo hacía. Usaba un tono calmado y cariñoso y trataba de no romper el contacto visual. Todas esas indicaciones me las recomendó Marga, era la enfermera que más me había ayudado a entender la enfermedad de mi abuela y cómo tratarla.
    —Tengo un nuevo trabajo y muchos compañeros agradables, se portan muy bien conmigo. Además, llevo unos días trabajando en una idea que creo que puede ser muy buena… —me pasé los siguientes cuarenta y cinco minutos sin parar de hablar. Me motivaba el hecho de que me mirara fijamente, algo dentro de mí me decía que me entendía. En su mirada podía ver que ella sabía quién era yo, necesitaba creerlo.
    —Eres muy guapa —susurró. Respiré profundamente para relajarme. El lenguaje corporal era muy importante y no quería que se alterara.
    —Tú también eres muy guapa —me levanté y deposité un beso en su frente —Soy así gracias a ti —sonreí y le acaricié la mano que no le había soltado desde que llegué.
    Había visto muchas fotos de mi abuela en su juventud y nuestro parecido físico era innegable, lo único diferente siempre fue el color del pelo.
    —¿Sabes quién soy? —me tembló la voz. No dijo nada, pero asintió levemente y sonrió.
    Cada segundo que intentaba reprimir las enormes ganas de llorar que me invadieron, la respiración se me hacía más complicada. Me sentía como si tuviera una mano en la garganta que no dejaba de apretar.
    —Te quiero mucho —era incapaz de controlar el temblor de mi voz.
    —¿Estás bien? —escuché detrás de mí la voz preocupada de Marga.
    —Sabe quién soy —miré a mi abuela con una sonrisa cargada de amor.
    —Claro que lo sabe —Marga puso una de sus manos sobre mi hombro intentando transmitirme calma y ánimo—. Es la hora de su baño —me informó y yo asentí más relajada.
    —Me voy abuela, cuídate mucho —volví a besarla y me puse en pie.
    —¿Vendrás a… verme? —me miró con pena.
    —Claro que sí —la abracé y me di la vuelta para marcharme con una lágrima resbalando por mi mejilla. Su expresión al hacerme la pregunta me destrozó.
    .
    .
    .
    ¡Hola de nuevo!
    Muchas gracias a todos los que me estáis leyendo. A veces tengo problemas y no me deja subir el capítulo. Esta es la tercera vez que intento subir el capitulo 4 y espero que sea la última.
    Por favor, dejadme en los comentarios vuestras opiniones, son importantes para mí.
    Igualmente si la espera se hace larga, tengo más libros publicados. En Amazon podéis encontrar «Jugando con la ley» por 1 euro en versión ebook o gratis si usáis el kindle unlimited. Si sois de la vieja escuela como yo y os gusta más el papel, también está la versión en físico por 9,87 euros.
    Os dejo el link por si le queréis echar un vistazo: https://www.amazon.es/Jugando-ley-romance-intenso-er%C3%B3tico-ebook/dp/B07YL2PL98/ref=sr_1_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&dchild=1&keywords=Jugando+con+la+ley&qid=1589356815&sr=8-1

    Un abrazo a todas/os


    Responder
    SAN
    Invitado
    SAN on #441958

    Estoy super enganchada! gracias por subir capítulos nuevos tan rápido =)

    Responder
    Científica empedernida
    Invitado
    Científica empedernida on #442226

    Ilenia!! No sabía que habías vuelto a publicar algo…menuda sorpresa! Me he leído los cuatro capítulos de golpe y ya estoy deseando en siguiente

    Como siempre, me declaro fan de tus historias!!

    Responder
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Respuesta a: El proyecto de Natalia. Capítulo 4: Una de sonrisas y dos de recuerdos.
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