De adolescente me daba asco mirarme al espejo. Cada vez que lo hacía parecía que cada uno de mis michelines iba a tragarme para hacerse ellos más grandes. Cada vez que alguno no estaba en su sitio al sentarme, o alguno decidía marcarse un poco más, me levantaba o me estiraba la camiseta para que no se notaran demasiado.
Me dolía cada nueva estría que encontraba en mis nalgas. Iba al colegio y tampoco entendía por qué se me quedaban mirando o murmuraban cuando salía a la pizarra, y resulta que era porque al levantarme, se me había subido un poco la camiseta y se me veía un trozo de carne.

Y cuando iba de compras, vaya si me dolía. Me dolía la talla 44 que llevo y no encuentro por ningún lado. La XL de camiseta que, al parecer nadie lleva, pero se agota de primera.
Los shorts que no me subían de la rodilla. La chaqueta que no me entraba. El vestido con el que se me veía el culo.
Dolían muchas cosas. Me dolía tener que estar a 40 grados en verano en pantalón largo para esconder unas piernas que no tenían por qué ser escondidas. Me dolía no poder ponerme la ropa que se ponían mis amigas con tres tallas menos. Me dolía verme. Y me dolía no sentirme bien conmigo misma, porque el problema no lo tenía yo. Pero no me daba cuenta.

Para todas esas chicas, chicos, niñas, niños que os sentíis como me sentía yo; poneos lo que verdaderamente os haga feliz. Y si a alguien le molesta, que sepáis, que el problema nunca vais a ser vosotros.