Jugando con la ley. Cap. 5: Un deseo desvelado y ojos dilatados.

Inicio Foros Querido Diario Relatos Jugando con la ley. Cap. 5: Un deseo desvelado y ojos dilatados.

  • Autor
    Entradas
  • Ilenia
    Invitado
    Ilenia on #227389

    Os dejo los links de los anteriores capítulos al final. Espero que os esté gustando.
    .
    .
    .

    Capítulo 5: Un deseo desvelado y ojos dilatados.

    Después del accidente, mi padre se había dedicado a visitar diferentes concesionarios para comprar un nuevo coche. En las dos primeras visitas le acompañé, pero después de ver la importancia exagerada que le estaba dando a la seguridad del vehículo, preferí pasar del asunto y dejarlo todo en sus manos.
    Solo esperaba que no se le fuera demasiado la mano con la protección y no me comprara un coche a prueba de bombas con cristales tintados.
    Mientras tanto me dio vía libre para usar el suyo siempre que lo necesitara. Ya lo había hecho más de una vez en esa semana que había pasado desde el accidente.
    Mis salidas eran simples. Había estado en la playa con mis amigas y habíamos ido un par de noches al cine.
    Nunca les llegué a decir nada sobre el accidente. Cuando me preguntaron qué había pasado con mi coche, me inventé una excusa. Les dije que la grúa se lo había llevado y que cuando fui a recogerlo le habían destrozado la parte trasera, en fin, un rollo imposible de creer pero que ellas se tragaron.
    El hecho de no querer alarmarlas con aquello, tampoco me permitía decirles nada del agente Ross. Aunque me moría por hacerlo. A pesar de todo el caos no conseguía sacar de mi cabeza los pequeños detalles. Era muy complicado olvidar aquella mirada.
    Cuando estuve bajo su cuerpo, a pesar de escuchar esa gran explosión, supe que nada me pasaría porque él me estaba protegiendo. Era un hombre imponente.
    No podía negar que ardía en deseos de que la casualidad nos volviera a reunir. Pero en mis fantasías, aunque me encantaba su traje de policía y como le quedaba, me imaginaba que nos encontrábamos en alguna cafetería o en el cine, una situación cotidiana que nos diera oportunidad de conocernos un poco mejor.
    Se me estaba yendo de las manos. Podía pasarme horas pensando en él y no eran precisamente pensamientos que pudieran contarse a menores de dieciocho años. Me tranquilizaba pensar que simplemente me sentía atraída por él. Era apenas normal, ese hombre era endiabladamente atractivo, cualquier mujer se giraría para mirarle, o al menos deseaba convencerme de ello.
    Llegué a la conclusión de que tenía demasiado tiempo libre. Debía buscarme más hobbies o salir más con mis amigas. Hacer cualquier cosa que me mantuviera ocupada para no pensar más en tonterías.

    Un golpe seco me sacó de mis pensamientos asustándome tanto que sin querer de mis labios escapó una especie de gritito ridículo.
    Era mi padre que había dejado caer de forma brusca una de sus herramientas de trabajo. Venia del sótano, donde trabajaba fabricando esculturas y restaurando muebles antiguos. Por su cara y la manera de resoplar podía hacerme a la idea que ese no había sido su mejor día de trabajo.
    –Es sábado, ¿No piensas salir? –se acercó al salón donde yo estaba a la vez que se despojaba del mono que se ponía encima de la ropa para no ensuciarse.
    –No lo sé, no me han llamado.
    – ¿Y por qué no llamas tú?
    – ¿Tienes interés en que esta noche no esté aquí? –pregunté a la defensiva. Me dio la sensación de que intentaba deshacerse de mí durante la noche.
    –Tan mal pensada como siempre. Te pregunto por simple curiosidad–su tono y su cara mostraban indiferencia, pero no terminaba de creerle. Se marchó hacía el garaje donde guardaba más herramientas de trabajo. Cuando era pequeña me contó para que servía cada una de ellas. No se podía negar que había puesto empeño en que me interesara por su negocio. Incluso cuando ya teníamos una edad con la que consideraba que si ponía cualquier herramienta en nuestras manos no acabaríamos rebanándonos algún dedo, nos invitaba a restaurar y crear figuras con él. Al principio era divertido, pero conforme fueron pasando los años mi hermano y yo encontramos hobbies más interesantes. A mi padre le costó aceptar que nos gustara más pintar con mi madre que meternos en su taller a tragar polvo, pero finalmente se dio por vencido.

    Me sentía mal, mi padre había conseguido con su tranquilidad que me sintiera culpable de haberle respondido de aquel modo. Me estaba dando cuenta de que tenía más conciencia de la que creía. Tampoco había sido tan grave como para ir a pedirle disculpas. También era demasiado orgullosa, y estaba de mal humor.
    Otra mañana más aburrida en aquel lugar. No quería estar encerrada en mi habitación, en la televisión no ponían nada y ya había recorrido un par de veces la casa de una punta a la otra, pasando siempre por dos puntos clave en los que me detenía unos minutos quedándome estática. El estudio de mi madre y la habitación de mi hermano.
    No me había atrevido a entrar al cuarto de Raúl, y no estaba segura si sería capaz de hacerlo antes de que acabara el verano y regresara a mi cómodo piso de estudiante. Quería entrar, ver como estaba todo, pero no me consideraba lo suficientemente fuerte como para entrar allí y salir de una pieza.
    Lo mismo me pasaba con el estudio de mi madre. En momentos de rabia pensaba en entrar y desatar su ira, pero la verdad era que no quería hacer nada que la incentivara a alejarse más de mí. Aunque su distanciamiento emocional era tal que era imposible que fuera a más. Solo le faltaba marcharse a un hotel los meses que yo pasaba en su casa.

    Un rato más tarde, cuando apenas llevaba sentada un minuto en el sofá de la sala escuché mi móvil, me estaban llamando. Corrí hacía mi habitación e increíblemente me dio tiempo a llegar antes de que la llamada se cortara. Era Tania. Había hablado con María para repetir la salida de la semana anterior. No dudaba que Tania disfrutara de la compañía de María, pero comenzaba a sospechar que también era su excusa perfecta para no quedar con los demás.
    Fuera como fuera, María se iría. Ya un tiempo le dimos de lado a ella sin darnos cuenta, se lo debíamos. Debíamos hacer que sintiera que seguíamos siendo sus amigas, con las que siempre podría contar, estuviera donde estuviera.
    De todos modos, para que no hubiese malentendidos, días atrás había llamado tanto a Álvaro, a Joseph y Sandra, a los que consideraba mis mejores amigos dentro del otro grupo para explicarles la situación. Mi amiga iba a pasar un año fuera y quería pasar todo el tiempo posible con ella. No quería que pensaran que ya no me interesaba pasar tiempo con ellos. Como siempre me entendieron a la perfección, sabiendo que María no les soportaba.
    No estaba segura de sí fue mi imaginación, pero en la llamada que mantuve con Álvaro me pareció notar cierta tristeza en su voz por la marcha de mi amiga. No me consideraba ninguna celestina ni nada por el estilo, pero quizás algún día llamaría a Álvaro para que viniera con nosotras, así podría ver en vivo y en directo como se trataban ese par de dos. Aunque también vería en directo como mi amistad con María se iba por la borda. Sería mejor esperar a que la casualidad nos uniera, aunque hubiese que darle algún empujón a la casualidad.
    –Ya tengo planes para esta noche–le dije a mi padre cuando entró a la cocina a por una botella de agua que sacó del frigorífico.
    –Me alegro, ¿Qué vas a hacer? –pensar que podía esconder su enorme curiosidad bajo ese tono y esa mirada indiferente era un gran error por su parte.
    –He vuelto a quedar con Tania y María. Supongo que iremos a alguna discoteca–mi padre no pudo disimular su enorme sonrisa al saber con quién saldría, probablemente pensaría que me estaba distanciando de mis amigos.
    –Algún día podrías invitarlas aquí, si quieres puedo llenar la piscina–no era una mala idea, podría montar una barbacoa en la piscina con ellas. Sería un recuerdo estupendo, además a María le encantaban las piscinas, me costaba entender que le gustaran más las piscinas que la playa–Vale, pero no hagas nada de lo que me pueda avergonzar–él se rio, pero yo estaba hablando totalmente enserio. Mi padre era un hombre joven, tenía 41 años y los llevaba bastante bien.
    En alguna que otra ocasión, se unió a las barbacoas que Raúl y yo hacíamos con nuestros amigos, a nosotros no nos importaba, era divertido hasta cierto punto, exactamente hasta que se animaba demasiado y se tiraba de modos muy extraños a la piscina o comenzaba a preguntar cosas demasiado intimas a todos, prometiéndoles que él no diría nada.
    Lo más gracioso era que al día siguiente cuando mi hermano y yo empezábamos a decirle todo lo que había hecho para reírnos de él, lo negaba todo tajantemente.
    –No sé de qué me hablas–dijo intentado fingir seriedad. Rodé los ojos, pero no pude evitar que una risa se me escapara.

    A la hora del almuerzo fue todo igual que siempre, cada cual se sentó en su lugar y mi padre intentó sacar tema de conversación, mi madre sin dirigir una palabra a nadie, terminaba su almuerzo, y al igual que llegaba, pareciendo un fantasma, abandonaba el comedor.
    No sé qué fue, pero algo recorrió toda mi espina dorsal, una corriente de rabia que nubló mi cerebro el suficiente tiempo para que no pudiera controlar mis actos ni la grandísima estupidez que dije.
    –Elisabeth antes de que cojas tu escoba para marcharte ¿te decepciona que no me matara en el accidente? –ni yo misma me creía lo que había dicho. Escuché como a mi padre se le cayeron los cubiertos al suelo. Mi madre se paró de golpe y me miró. Por primera vez en mucho tiempo, vi una reacción en su rostro, era como una mezcla de incredibilidad, rabia y unas ganas locas de responderme. Pero no lo hizo, no se desahogó, simplemente apretó los puños con fuerza y se marchó a toda velocidad.
    De reojo miré a mi padre, estaba allí, pero parecía no estarlo, tenía la mirada perdida, con las manos se tapaba la boca.
    – ¿Por qué has tenido que decir eso? –me reprendió mirándome duramente, me sentía tan avergonzada por lo que acaba de hacer que me fue imposible mantenerle la mirada.
    –No lo sé–respondí en un susurro tan bajo que dudé que me hubiera escuchado. No sabía cómo explicarme, como justificar lo que acababa de pasar.

    Lo único que quería era salir de allí, sentía que me asfixiaría si continuaba un segundo más en la casa. Cogí las llaves, mi móvil y salí corriendo de la casa en dirección al garaje, pero antes de que pudiera subir al coche mi teléfono comenzó a sonar, era un número desconocido. En esos casos siempre dudaba entre cogerlo y no cogerlo. Odiaba las estúpidas bromas telefónicas y en ese momento no estaba en un estado emocional como para aguantar ni una. No respondí, pero a los segundos volvió a sonar, de nuevo era un número desconocido, no esperé a que terminara de sonar, directamente rechacé la llamada y para mi suerte, fuera quien fuera no volvió a insistir.

    Estuve durante horas conduciendo sin ir a ningún lugar en concreto, solo quería olvidar lo que había pasado, pero no podía, nunca pensé que me atrevería a preguntarle a mi madre semejante cosa. Lo que tampoco era capaz de sacarme de la cabeza era la mirada de mi padre. Había destruido con una absurda pregunta la buena relación que él con paciencia había creado.
    Una lágrima resbaló por mi mejilla, no podía más. Era una estúpida, me enfadaba con mis padres por darme de lado, por abandonarme emocionalmente pero cuando al menos mi padre intentaba arreglar las cosas, yo me encargaba de estropearlo todo. ¿Por qué? Pensaba que había dejado de ser una adolescente tonta e inconsciente, pero me daba cuenta de que no.
    Aparqué el coche y me dirigí a un parque cercano. Eran las cinco de la tarde y el parque ya estaba lleno de niños pequeños jugando entre ellos, lanzándose por los columpios, gritando, llorando… la verdad no escogí el mejor lugar para relajar los nervios que me estaban consumiendo.
    No tardé más de cinco minutos en levantarme del único banco que había encontrado libre lejos de los críos, a pesar de estar a una distancia considerable, sus gritos eran perfectamente audibles, más que eso, eran insoportables. No tenía nada en contra de los niños, me gustaban, y siempre supe que en su debido momento tendría los míos propios, pero necesitaba salir de allí cuanto antes.
    Unos brazos me rodearon por la cintura, inmediatamente me tensé y quise voltearme para ver quién era, pero ese tipo tenía unos bazos de hierro, no conseguí moverme ni un centímetro.
    –No te muevas–me susurró al oído. Un escalofrió recorrió todo mi cuerpo. Su suave risa terminó por perturbarme. Sabía que era él.
    No me movía, era una estatua en sus brazos, mi cerebro estaba trabajando lo más rápido que podía para intentar comprender qué diablos estaba pasando.
    Ese hombre me gustaba, con solo tocarme me calentaba hasta la última gota de sangre de mi cuerpo, pero tampoco me gustaba que invadiera mi espacio vital de aquella forma.
    – ¡Suéltame! –intenté no alzar demasiado la voz para no atraer miradas curiosas.
    –¿Te desagrada que te toque? Alejandra–susurró de tal modo mi nombre en mi oído que consiguió que me temblaran las piernas. –Pensé que conseguiría sacarte de mi cabeza, pero no he podido. De verdad que he puesto toda mi fuerza de voluntad en no comportarme como un acosador.
    –Es exactamente lo que estás haciendo–debía mantenerme firme. Aquel no era modo de abordar a una persona desconocida.
    Después de unos segundos eternos sentí mi cuerpo liberarse de sus brazos. Poco a poco me fui dando la vuelta para encontrármelo de frente. Necesitaba comprobar que en realidad se trataba de él y no un producto de mi imaginación.
    No iba con su uniforme. Vestía unos vaqueros oscuros pitillo y una camiseta azulada metida por dentro del pantalón.
    ¿Podían desnudarte con la mirada? Yo sentía que él lo estaba haciendo. Sus pupilas estaban dilatadas como seguro también lo estaban las mías. No pude evitar morderme el labio.
    –Necesito ser directo y sincero contigo. Te deseo–hablaba sin ningún pudor. Yo en su lugar jamás hubiese sido capaz de decirle que me moría por besarlo. Sin embargo, él lo hacía tan sencillo, como si lo más normal del mundo fuera decirle a alguien que te mueres por enredar los dedos en su pelo y acercar su boca a la tuya despacio, creando una necesidad mortal en ambos para finalmente devolvernos la vida en un beso ansioso capaz de destruir el autocontrol de la mente más poderosa.

    Me señaló el banco donde hacía unos minutos había estado sentada, prácticamente me ordenó que me sentara. Aunque fuera de paisano, parecía costarle guardar el policía autoritario que era.
    Él se sentó a mi lado, pero no demasiado cerca, dejó una distancia razonable entre nosotros, como si supiera que necesitaba espacio para calmarme.
    No tenía ni idea de cómo actuar, que hacer, que decir, que no decir. Opté por mantener la boca cerrada y dejar que fuera él quien rompiera el hielo. Después de todo era él quien había ido a mi encuentro.
    –Antes, cuando has bajado del coche, me ha dado la impresión de que estabas llorando–dijo girándose hacía mí, yo lo miré de reojo, pero no me volví hacía él, no quería perderme en sus ojos. Tampoco quería ser grosera, ¡no sabía qué hacer! Todo aquello era un maldito lio.
    –He tenido problemas con mis padres–me limité a decir, no consideraba necesario darle más detalles sobre mi vida privada.
    – ¿Quieres hablar de ello? –Un pitido me sobresaltó, miré en todas direcciones hasta que me di cuenta que era su busca el que pitaba, vi como maldecía después de leerlo.
    –Me tengo que ir. Para dos horas libres que tengo no me pueden dejar tranquilo–eso último me pareció que lo dijo para sí mismo. Se levantó del banco y sin saber muy bien por qué, yo también me levanté.
    Volvió a mirarme y me sonrió, una sonrisa lobuna que hizo que mi corazón se acelerara. Se acercó demasiado a mí. Estaba histérica, sus labios estaban a muy pocos centímetros de los míos, comencé a cerrar los ojos esperando mi deseado beso, pero no llego.
    –Por ahora te vas a librar de mí–dijo prácticamente en mis labios, podía sentir su respiración en mi boca. No se apartó ni un centímetro de mí, miró mis labios y más tarde mis ojos. No entendía como sus ojos podían hipnotizarme de aquel modo, eran tan profundos. Seguía sonriendo levemente con la boca entreabierta. –Se que lo estas deseando tanto como yo–en un estado normal, a cualquiera le hubiese respondido con un comentario ingenioso e hiriente, pero él me tenia dominada, y tampoco mentía, me moría de ganas por saber a qué sabían sus labios. Comenzaba a desesperarme que no lo hiciera.
    No me hizo esperar más y convirtió mi deseo en realidad. Fue duro desde el primer roce de nuestros labios. Me besaba con ímpetu, obligándome a abrir más la boca para él, para que su lengua acariciara la mía. Di rienda suelta a mi desesperación por su boca, devolviéndole ese intenso beso, acariciando su lengua antes de morder su labio inferior sin ser suave. Sentí sus brazos rodear mi cintura atrayéndome hacía él, apretándome contra su cuerpo sin ninguna pizca de delicadeza. Yo rodeé su cuello con los brazos para poder agarrarlo por el pelo y apretar aún más su boca contra la mía, yo también sabia exigir y exigía más. Ese hombre sabía provocar ansiedad con sus besos. Con una mano me acariciaba la espalda y con la otra me acariciaba suavemente la mejilla. Suave y salvaje a la vez. Bajé las manos de su cuello para posarlas en su pecho el cual deseaba admirar y acariciar.
    Noté como sus músculos se contrajeron ante mi contacto. Me agarré a las solapas de su camisa acercándolo más. Dejó de acariciarme la mejilla y volvió a rodearme la cintura apretándome totalmente contra él, sin dejar ni un milímetro entre nosotros.
    Su busca volvió a sonar, se separó un poco de mí, apoyó su frente contra la mía sin dejar de mirarme con aquella intensidad ni un solo segundo. Finalmente me dio un pequeño beso en los labios y desapareció de mi lado, me dejó allí, sola y confundida.
    .
    .
    .

    Prólogo: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley/
    Capítulo 1: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-2/
    Capítulo 2: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-2-una-no-oferta-y-una-fantasia/
    Capítulo 3: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-3-un-sirope-y-escalofrios/
    Capítulo 4: https://weloversize.com/topic/jugando-con-la-ley-cap-4-control-de-alcoholemia-y-el-salto-del-tigre/

    Responder
    Roberta
    Invitado
    Roberta on #227684

    Despierta mucha curiosidad el personaje del sexy policía………. Definitivamente………………………………………………………..…. ¡ Me enganchaste!

    Responder
    Marsoñadora
    Invitado
    Marsoñadora on #228006

    ¡Me gusta me gusta! Me he leído lo que llevas en un solo día y quiero más ;)

    Responder
    Aarianni
    Invitado
    Aarianni on #228154

    No puedo parar de leer!
    Quede enganchada!!
    Más por favor ?

    Responder
    Silvixco
    Invitado
    Silvixco on #229007

    Virgen de la pata arrastra! Keep writting

    Responder
WeLoversize no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta web por colaboradores y usuarios del foro.
Las imágenes utilizadas para ilustrar los temas del foro pertenecen a un banco de fotos de pago y en ningún caso corresponden a los protagonistas de las historias.

Viendo 5 entradas - de la 1 a la 5 (de un total de 5)
Respuesta a: Jugando con la ley. Cap. 5: Un deseo desvelado y ojos dilatados.
Tu información: