Primera Parte
Hace justo un año acudí a vosotras desde la desesperación y la ignorancia más absoluta, con el corazón destrozado, para que arrojarais un poquito de luz a mi historia…y lo hicisteis. Creo que os debo contaros cómo ha terminado.
Pasé un verano muy complicado, sin llegar realmente a comprender por qué me sentía tan vacía, por qué tanto dolor ante algo que no había sido nada. Me derivaron a psiquiatría, me diagnosticaron un trastorno adaptativo ansioso-depresivo, me dieron medicación. Y llegó septiembre.
En mi versión sana, soy una persona que siempre va maquillada al trabajo, soy alegre, canturreo por los pasillos y bromeo con todo el mundo. Con los alumnos soy la profe joven y enrollada a la que le cuentan sus dramas, que da las clases divertidas, reparte caramelos y habla con ellos de series, de videojuegos, de maquillaje o de fútbol. La persona que volvió en septiembre, mi versión enferma, era alguien ausente, con ojeras, que de repente estallaba en lágrimas y llevaba el sufrimiento en la cara. Dentro del aula me ponía una máscara de normalidad y trataba de que no se notara, pero era agotador.
Pese a que mi psicóloga me impuso el contacto cero con él, la desobedecí y por el mes de septiembre yo aún tenía una grandísima dependencia emocional hacia él, por lo que quedé con él para hacerle ver que todo estaba bien y podíamos ser amigos. Le dije que estaba en tratamiento por una depresión y él se limitó a preguntarme quién sabía lo que había pasado y a quién se lo había contado. Después me dijo todo lo que se decía sobre él en el centro, algunas cosas que yo sabía ya, que según él eran fruto de la envidia y otras que no y que me espantaron (escándalos con exalumnas y rumores de muchos tipos). Y acabó por decirme que no pensaba consentir que se añadiera a la lista que mi depresión era culpa suya, porque yo me había montado una película porque estaba trastornada. Añadió que no era justo que él pagara mis platos rotos y que lo mejor es que tomáramos distancia.
Esta conversación me generó una inmensa sensación de culpa y mi depresión empeoró, hasta el punto que empecé a tener ataques de pánico cada vez que tenía que coincidir con él en una sala cerrada o me lo cruzaba por un pasillo. Tenía que esconderme en aulas o en salas vacías para que nadie me viera. Un día tuve un ataque de pánico muy fuerte y me escondí en un patio interior. Me senté en un banco, comencé a hiperventilar y a llorar y de repente me di cuenta de que allí mismo estaba él, apoyado en una pared, mirando su móvil. Permaneció allí impasible mientras tuve el ataque de pánico. A los ataques de pánico los siguieron la autolesión, y los alumnos se dieron cuenta de que algo me pasaba, me ofrecieron su ayuda y entonces me di cuenta de que no podía seguir así. Era yo quien debía ayudarles a ellos y no al revés. Fue entonces cuando decidí hacer caso a mi doctora de cabecera y coger la baja por depresión y estuve fuera del centro desde enero hasta abril. Durante mi baja seguí trabajando desde casa porque pensé que así demostraba mi compromiso con mi trabajo y salvaba mi puesto. La psiquiatra me aumentó la medicación, la psicóloga me dio más sesiones y apareció en mi vida el doctor Iñaqui Piñuel y su libro Amor Zero. Y ahí, lo entendí todo. Conecté con vosotras, con ese primer post en el que la palabra “narcisista” había aparecido tanto en vuestras respuestas: lovebombing, triangulación, descarte…. Lloré tanto leyendo el libro.
Cuando volví, toda esa primera fase tan oscura se había superado y recuperé una cierta normalidad. Apliqué el contacto cero y volví a ser yo, pero esto no le vino bien a él. Durante mi fase más autodestructiva se había limitado a ignorarme pero al verme resurgir, empezó a fulminarme con la mirada y, a mis espaldas, empezó a mover sus hilos hasta que ayer, me despidieron. Un despido que yo ya intuía, improcedente en toda regla, con su correspondiente indemnización. Me dijeron que no tienen queja alguna de mi trabajo y que me despiden porque “no puedo sanar en el mismo sitio donde se encuentra el foco de mi dolor”. Esta mañana me han llamado dos personas del equipo directivo para decirme que han sido órdenes de arriba, de ese «arriba» que él siempre presumió que tenía bajo su control, que ninguno de ellos estaba conforme y que creen que debo saberlo. Aún resuena en mi cabeza la advertencia de aquella compañera que me quería bien y en una cena de empresa, al ver como me rondaba y me dijo: te voy a hablar como si fueras mi hija, porque tienes edad de serlo. Ten mucho cuidado con él, porque tiene mucho poder aquí y me dolería mucho que te hiciera daño y encima serías tú la que se tendría que ir.
Me he decidido a compartir esto con la comunidad Weloversize porque os lo debía, porque vosotras me distéis las primeras pistas sobre lo que había sufrido. Como dice mi psicóloga, a través de esta experiencia tan dolorosa, ha muerto la niña para que nazca la mujer y aunque esta persona no fue nada mío, no hace faltar compartir cama con alguien para que te puedan destruir. Comparto con vosotros mi intimidad, mi oscuridad más espeluznante, la cual yo no era consciente que podía transitar y espero si no comprensión o empatía, al menos sí respeto. Comparto con vosotros mi caja de Pandora, la del durante y la del después: dependencia emocional, disonancia cognitiva, insomnio, distorsión de la imagen, ataques de pánico, autolesión, ideación suicida… con el único fin de que si alguien ha pasado o está pasando por esto sepa que se sale, que se pierde mucho por el camino, pero que se puede salir. Y a los que tengáis la suerte de no haberlo experimentado, recordad que los verdaderos monstruos no habitan en los cuentos.