Texto enviado por una colaboradora:
Mi abuela Marisol es una mujer trabajadora y madre soltera, pues dice que, vale más quedar para vestir santos que casarse para desvestir borrachos. Vais pillando el carácter de mi abuela verdad… Pese a ser tan dura, en el fondo, tiene un gran corazón y se lo demuestra a cualquiera.
Al jubilarse, cambió su rutina radicalmente, pues junto con otras tres amigas, pasaban la tarde en el bar del barrio, jugando al dominó y tomando manzanilla con anís, pero de botella, pues según ellas, el que viene como infusión, no sienta igual de bien en el estómago.
Un día, me llaman del bar, para pedirme si puedo ir pues, mi abuela está muy nerviosa y nadie es capaz de hablar con ella. Cuando llegué, vi que tenía es un cabreo monumental, tanto que sólo decía: – “Será mala hija. Desgraciada”. Noté la ausencia de Teresita, que es amiga de mi abuela desde niña, pero Carmela y Dorinda estaban allí
Una vez que conseguí sentarla con sus amigas y pedir unas manzanillas “felices”, pregunté qué había pasado, Marisol seguía murmurando, pero Carmela y Dorinda me explicaron lo sucedido. Mi abuela había ido a buscar a Teresita, para ir al bar, pero tras timbrar varias veces no bajo, la llamó tanto al fijo y como al móvil, pero no le contestó. Entonces, preocupada, fue al bar, por si ya estuviese allí, pero no había llegado. Tan pronto, lo supieron las demás, la preocupación se intensificó, todas pensaron que le había podido pasar algo en casa y por eso no contestaba. Tenía una cadera, de la que se tenía que operar, que, desde hacía unos días, le daba más guerra de lo habitual. Entre las tres decidieron llamar a su hija, Cristina, para ver si sabía algo y en todo caso poder entrar en su casa.
Mi abuela tenía el número de teléfono de todo el mundo del barrio, del pueblo y si me apuras de la provincia. Manejaba con soltura su smartphone, llamó y lo puso en manos libres, para informar a todo el bar que, a esas alturas, estaba al tanto de la desaparición de Teresita.
Mientras el teléfono sonaba no se oía ni un murmullo en el bar. En el momento que descolgó, mi abuela se lanzó a explicar lo sucedido, sin casi respirar. Cristina, sólo llegó a decir: dijo: – “Marisol, mi madre está, desde ayer, en una residencia”. Se acabó la conversación, pues mi abuela la llamó de todo. Cristina, no se molestó en contestar y únicamente, colgó el teléfono
En todo este relato, mi abuela no dijo nada, pero soltó una maldición más al caer en cuenta que no sabían en la residencia donde estaba Teresita. Para tranquilizarla, les dije que lo averiguaría. No sabía dónde me estaba metiendo, de saberlo me habría quedado callada….
Sólo tuve que llamar al teléfono de Cristina, que obtuve del móvil de mi abuela. Tan pronto me contestó, lo primero fue pedir disculpas por la anterior llamada y explicarle que había sido fruto de la preocupación. Me contesto que había sido Teresita, quien insistió en no despedirse, pues para ella también era difícil. Pero que, también había sido ella quien decidió ir a la residencia. Todo era que la operarían de la cadera, que tanto le molestaba y quería recuperarse en esa residencia, pues tenían un equipo de fisioterapia muy eficiente, que la haría recuperarse antes. Al preguntarle si podrían visitarla, Cristina dijo que se lo pediría a su madre, para que no sufriesen más.
A la hora de la cena, viendo aun la cara de disgusto de la abuela, le dije el nombre de la residencia, pero le advertí que no fuesen, hasta que su hija nos diese permiso. Mi abuela, contestó un sí, murmurado entre los dientes, como una niña caprichosa, pero no podíamos sospechar que era lo que pretendía.
Por la mañana temprano la oí hablar por teléfono desde su cuarto, tras arreglarse, me avisó que hoy comía en casa de Carmela. No podía imaginar que, al salir por la puerta, esa mujer dejaba de ser mi abuela, convertirse en la jefa de un comando de operaciones especiales, tal cual el Equipo A.
Aviso por la tarde que no dormiría en casa, que irían al Bingo para animarse y luego dormirían en casa de Dorinda. Nos reímos, pensando cómo cambiaban de un día para otro.
A la mañana siguiente, día de Nochebuena, mi abuela pasó por casa super sonriente para decirnos que esa noche no cenaría en casa, que seguían en casa de Dorinda y que cogía ropa para unos días por si la cosa se alargaba. Extrañado, pues mi abuela imponía que la Nochebuena se celebraba en su casa. Mi padre la acercó a casa de Dorinda, extrañándose al llegar y ver todo cerrado pues, era raro pues siempre ventilaba la casa desde bien temprano. Mi abuela la disculpó diciendo que habían llegado muy tarde del Bingo.
Esa tarde de Nochebuena, el bar estaba lleno de gente, vecinos, amigos que volvían… Nosotros también bajamos, pues después sería raro una cena de Nochebuena sin la abuela. Al rato de llegar, Cristina, entró en el bar y nos dijo que madre se había marchado de la residencia, sin dar explicaciones y dejándose allí el móvil.
Mi padre, atando cabos, nos propuso ir a casa de Dorinda, donde se suponía que estaba la abuela y creía que Teresita también podría estar allí.
Todo estaba cerrado, pero oíamos voces dentro, llamé al móvil de la abuela y al contestar le dije que abriese la puerta, que sabíamos que, hasta Teresita estaba allí. Tardaron un poco en abrir y allí estaban todas. Mi abuela agarraba a Teresita, como una madre coraje, que pelearía para retenerla. Cristina se dirigió a su madre, para saber por qué no había avisado de que iba a salir de la residencia, mi abuela se adelantó a Teresita, diciéndole que era una canalla, dejándola allí encerrada, su voz dejaba claro que estaba enfadada.
Viendo el cariz de la situación, Dorinda nos obligó a sentarnos en la sala, al tiempo que, sacaba una botella de anís y copas para todos. Cristina insistió en su pregunta y de nuevo mi abuela hizo de portavoz, para explicarnos que, una vez supieron la residencia donde estaba Teresita, trazaron un plan para sacarla de allí. Fueron a la residencia y mientras, Carmela y Dorinda, pedían información, ella se coló dentro para buscarla y contarle el plan, pero al ser tan grande, se perdió por los pasillos. Carmela la llamó al rato, para decirle que estaban con Teresita en la sala de visitas. Al llegar mi abuela les preguntó, cómo habían encontrado a Teresita a lo que Dorinda respondió que simplemente se lo dijeron a la recepcionista.
Le contaron la segunda parte del plan infalible para, sacarla de allí. Mi abuela llamaría a la residencia y, haciéndose pasar por Cristina, les diría que un taxi recogería a su madre a las 7 de la tarde. A esa hora, Teresita saldría sin llamar la atención y ellas la esperarían en el taxi. Era importantísimo, que dejase el móvil en la habitación, pues había Carmela había visto en CSI, que si lo llevaba encima la podrían localizar por las antenas a las que se hubiese conectado.
Llegado a este punto de la historia, Cristina miró, severamente a su madre y le dijo: – “Mamá, cómo permitiste todo esto”
Teresita, colorada como la grana y en voz baja dijo que, al verlas allí y ver como habían trazado el plan para rescatarla, estaba tan halagada, que decidió llevarles la corriente.
Cristina aprovecho y nos explicó que, al ingresar ella por su propia voluntad, tenía la posibilidad de salir siempre que quisiera, sin tener que pedir consentimiento a nadie. Eso hizo que las tres vaciasen las copas de anís de penalti. Teresita les pedía perdón, pero despedirse era muy difícil, y por eso, se marchó a la francesa. Dorinda y Carmela claramente enfadadas se fueron a la cocina. Mi abuela, iracunda, miró a Cristina y le gritó: – “¿Cómo no me lo dijiste, Cristina?”, a lo que contestó, si casi ni le dejo hablar que, sólo le gritaba como una energúmena, tras eso, Marisol se fue también a la cocina, dejándonos atónitos, mientas Teresita lloraba.
Al cabo de un rato, Dorinda volvió para gritarnos, que nos moviésemos, que la mesa no se ponía sola y que en aquella casa siempre se cenó al terminar el mensaje del Rey y ese año no sería la excepción. Durante la cena, nos contaron todos los detalles de la residencia, todas estaban de acuerdo que era preciosa. Además, habían decidido que, mientras Teresita estuviese allí, cambiarían el bar por la residencia para tomar la manzanilla, obviaron lo del anís, pero seguro que Dorinda lo colaba sin problemas Mis padres y Cristina, no les quedo más que aceptar e incluso, organizar turnos para llevarlas. Sobre todo, había que evitar que mi abuela trazase nuevos planes para su equipo
Clara Meridiana