En pleno estado de alarma me informaba el otro día un policía muy educado que a partir de ahora mejor ponerle a mi hijo un chaleco reflectante cada vez que bajemos a pasear a la calle. Ya no por nosotros, me dijo, sino por la gente, para que no haya malos entendidos.
Mi hijo David es autista, no os voy a explicar lo que es el autismo ni cómo lo llevamos. Solo os diré que David tiene que salir de casa, por él y por su salud. Porque no es capaz de entender que no se puede ir a la calle y porque de no hacerlo su situación empeora.
Hasta el otro día bajamos casi con normalidad, casi todos en la zona conocen a David y si son medianamente inteligentes entienden que no puede permanecer en casa 24 horas del día. Pero el otro día, mientras dábamos la vuelta a la manzana, una mujer nos gritó desde su balcón llamándonos de todo. A mí, mala madre, desconsiderada y rastrera. A él, niño de mamá, consentido y no sé cuántas mierdas más. Nos amenazó con llamar a la policía. Yo no quise ni mirarla, pero en vistas a que su preocupación por nosotros era tal, terminé gritándole que mi hijo es autista y tiene el permiso para bajar a la calle. ¿Qué quiere, que le ponga un cartel luminoso para que usted no se indigne?, le pregunté.
Pues mirad, parece que alguien me escuchó, porque ahora David sale a pasear con su chaleco reflectante, su cartel luminoso. Para que la gente no se ofenda, para que los que están en sus balcones no pongan el grito en el cielo.
Algunas pensaréis que exagero, que al final es solo un chaleco, pero lo que nos duele no es el chaleco, es que nos marquen para que los que están en casa sigan tranquilos con sus vidas. Las fuerzas de seguridad lo tienen tan fácil como pedirnos una autorización médica, sin necesidad de señales fluorescentes que digan ahí va el niño autista del barrio.
Este puto virus nos saca lo mejor como sociedad, claro, pero también la gran mierda hipócrita que somos las personas.
Gracias por leerme.
Un abrazo.